LITURGIA
Es uno de los textos más bonitos de los Hechos
(4,13-21). Los jefes religiosos advierten que Pedro y Juan son hombres sin
estudios y sin embargo hablan con una soltura y firmeza que les deja atónitos.
Por otra parte es evidente que el paralítico está caminando, y que todo el
pueblo lo ve. No podían hacer nada contra los dos apóstoles. Y se limitan a
prohibirles que “hablen en nombre de ese”
[“Ese” es Jesucristo Nazareno, que por algo lo habían mandado crucificar para
que así su nombre no se pronuncie más].
Los apóstoles, precisamente con esa firmeza que les
otorgaba el Espíritu Santo, responden a
los sacerdotes: Puede Dios aprobar que os
obedezcamos a vosotros en vez de a él? Juzgadlo vosotros, nosotros no podemos menos de contar lo que hemos visto y oído.
No es que no les fuera más cómodo callar; ¡es que no pueden
callar! Es como una fuerza especial que les
impulsa…, una convicción más allá de las conveniencias humanas.
No tuvieron respuesta aquellos dirigentes judíos, y se
limitaron a repetir la prohibición, pero más que convencidos de que aquellos
hombres rudos iban a seguir con sus enseñanzas al pueblo.
A mí me emociona esa fuerza de los apóstoles. Echo de menos
tal valentía y convicción en tantos cristianos que no damos un testimonio
auténtico de nuestra fe y nuestra esperanza, porque nos movemos entre el querer
y no comprometernos demasiado. Para mí el texto que hemos comentado es de los
más hermosos, con ser aparentemente tan simple. Pero tan verdadero en las
entretelas del alma de aquellos dos.
El evangelio, tomado de la narración de Marcos (16,9-15) es
una síntesis de todos los hechos de aquel domingo. No se ha parado a
desarrollar ninguno: sencillamente se limita a la afirmación de los datos que
ya conocemos a través de los otros relatos: Las mujeres que suben al sepulcro,
con María Magdalena; ella que ve a Jesús y lo comunica a los compañeros (que
estaban tristes y llorando), que sin embargo no creen en el relato de las
mujeres. Era un testimonio de mujer que, ya por sí, carecía e valor. Pero era
además una noticia tan grande que se les resistía creer.
Se aparece luego a dos que se iban a Emaús, que vuelven con
la noticia de haber visto a Jesús resucitado, pero tampoco a ellos los creen.
No se había hecho la resurrección por los apóstoles y discípulos. Fueron
reticentes en creer, y ni a las mujeres ni a los otros dos le dan crédito en
sus afirmaciones de haber visto al Señor.
Tiene que ser después, ya a la caída de la tarde cuando
Jesús se aparece a los Once y les echa en cara su incredulidad y dureza de
corazón, porque no habían creído a los que la habían visto resucitado.
No obstante, ahora rubrica con su presencia esa realidad
suya, y a continuación los envía al mundo a predicar esa buena noticia, que ha
de invadir las ciudades y las naciones y los continentes; una verdad que debe
expandirse como pólvora, y dejar actuar a Dios.
Aprovecho la ocasión para hacer una referencia al final de
la celebración eucarística, en la que el “podéis
ir en paz” puede sonar a una despedida del rato que se ha vivido en esa
celebración. No es así, aunque lo parezca gramaticalmente. Y el “Demos gracias a Dios” no es, por tanto
una acción de gracias porque ha acabado en paz. La realidad es que el IR EN PAZ
va en la línea del mandato de Jesucristo: Id al mundo entero a predicar el evangelio.
Es un mandato, que va expresado en la denostada expresión de Misa, y que en realidad debe ese nombre
al ID. El verbo latino: “mitto” tiene una forma que es “missa” y significa
“enviar”. Y lo que el sacerdote está diciendo a los fieles es el Id, vais enviados a esparcir los frutos
de esa celebración que se ha vivido y hacerla visible al salir por la puerta de
la iglesia. Dicho de otra manera: de lo que se dan gracias a Dios es de ser
destinados a ser evangelio vivo por dondequiera que se van distribuyendo los
fieles que han formado una comunidad eucarística y apostólica. Como aquellos
apóstoles, ya no pueden callarse,
porque lleva cada fiel un botón de fuego en su alma, que tiene que emprender a
los demás, con la vocación enseñada por Cristo de hacer que todo el mundo arda
en ese fuego que él ha traído a la tierra. O de ser luz (y luz de fuego) en el
mundo que tiene que acabar siendo pasto de esas llamas del amor de Jesucristo.
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