LITURGIA
Hech.3,11-26 nos narra las reacciones de las
gentes ante la curación del lisiado del templo. Él, brincaba de alegría e iba
siguiendo a Pedro y Juan. La gente se asombraba de ver el milagro. Y Pedro
tiene que aclarar que el milagro no lo han hecho ellos, sino que ha sido la
fuerza de Jesucristo resucitado. Y aclara que la fe del paralítico en la
resurrección de Jesús es la que le ha hecho el prodigio en ese hombre: ¿qué os llama la atención?, ¿de qué os
admiráis?, ¿por qué nos miráis como si hubiéramos hecho esto con nuestro poder
y virtud?
Y aprovecha una vez más la ocasión para hacer una síntesis
de la historia: Rechazasteis al santo
mientras pedíais el indulto de un asesino; matasteis al autor de la vida, pero
Dios lo ha resucitado de entre los muertos y nosotros somos testigos. Como éste
ha creído en su nombre, su nombre le ha dado vigor; su fe le ha restituido
completamente la salud a vista de todos vosotros.
Luego les exonera de la culpa y les dice que lo hicieron
por ignorancia. Pero ellos deben arrepentirse y convertirse para que se borren
sus pecados, y que gocen del consuelo del perdón de Dios. Lo que ha ocurrido no
es más que lo que estaba anunciado en Moisés y los profetas: Tu descendencia será la bendición de todas
las razas de la tierra.
Llegamos a la caída de la tarde en el Cenáculo. Han
regresado los dos discípulos que se habían marchado a Emaús, y cuando ellos
pensaron dar la noticia, el hecho ya es público porque Jesús se ha aparecido a
Simón. Queda aun que Jesús se muestre a los Once.
Aquí hay dos relatos paralelos pero muy diferentes. Leemos
el de Lucas, donde están reunidos los Once con los otros discípulos y
seguramente las mujeres. Es decir: en el relato de Lucas no están solos los
Once. Esa versión nos la contará Juan el domingo, con connotaciones muy
particulares.
En la descripción de Lucas, hoy, hay más dramatismo. Jesús
aparece y saluda con su saludo característico: Paz a vosotros. Todos se llenan de miedo porque Jesús se ha
presentado súbitamente, con las puertas cerradas, y por la enorme sorpresa que
les supone encontrar al muerto que vive.
Jesús les tranquiliza: ¿Por
qué os alarmáis?, ¿por qué surgen dudas en vuestro interior? No soy un fantasma. Soy yo. Mirad mis manos y mis pies. Palpadme en
persona. Lucas le da un colorido especial hablando de carne y huesos “como
veis que yo tengo”, realidad que tenía que ser más virtual que real, porque no
es lo propio de un cuerpo resucitado. Les muestra las manos y los pies. Y sigue
esa plasticidad de Lucas con Jesús sentándose a comer pescado delante de ellos.
Esto es lo que os
decía mientras estaba con vosotros: que todo lo escrito en la ley de Moisés y
de los profetas y salmos acerca de mí, tenía que cumplirse. He aquí el
valor principal de esta aparición: que no es una novedad que ahora ocurra por encanto,
sino que todo esto estaba anunciado. Y el valor de la fe se fundamente en la
Escritura que se cumple en Jesús como el Mesías anunciado.
Y entonces les abrió
el entendimiento para comprender las Escrituras y añadió: Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los
muertos al tercer día, y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de
los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Esa es la
clave: entender las Escrituras. Y no es entenderlas para saber lo que dicen
sino sentirlas dentro y captarlas desde la fe. Ese otro entendimiento que es
del corazón y no de la cabeza.
De ahí que vosotros
sois testigos de esto, que es la conclusión de todo este relato.
Hay que tener en cuenta que Lucas no es un historiador para
narrar unos hechos tal como han sucedido, sino un catequista que va a trasmitir
una vivencia esencial, que será básica en la vida de aquella comunidad a la que
se dirige, y que necesita bases para su fe. Y la fe no es un conocimiento de la
mente sino una experiencia profunda que cambia la vida.
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