LITURGIA: Domingo de Resurrección
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Nuestra fe está apoyada en la fe de los apóstoles, como nos
asegura la 1ª lectura (Hech.10,14.37-43), en la que Pedro narra los hechos
acecidos en Jesús, ungido por Dios con la
fuerza del Espíritu, que fue condenado a muerte, colgándolo de un madero, pero Dios lo resucitó al tercer día, y de
eso somos testigos nosotros –dice Pedro-, que afirma que han comido y
bebido con él después de la resurrección. Y nos dice que recibieron ellos el
encargo de trasmitirlo a los pueblos, dando
solemne testimonio de que Dios lo ha nombrado a Jesús juez de vivos y muertos,
es decir, el Señor y Dueño del universo, para que, por su nombre, recibamos el
perdón de los pecados.
San Pablo, por su parte –Col.3,1-4- nos levanta la mirada
para que siguiendo ese movimiento triunfal de Jesús resucitado, miremos hacia
arriba y descubramos los valores sobrenaturales y no nos quedemos apegamos a
los de la tierra. Y la razón es porque
nuestra vida está escondida con Cristo en Dios, y acabará haciéndose
realidad nuestra unión definitiva al Cristo resucitado, sentado en el Cielo a
la derecha de Dios.
El evangelio nos muestra una experiencia de resurrección
vivida por dos apóstoles. En Jn.20,1-9 nos empieza diciendo la noticia trágica
que trasmite María Magdalena, que viendo corrida la piedra del sepulcro, baja
corriendo al Cenáculo para advertir a los apóstoles lo que es su idea: que se
han llevado el cuerpo del Señor y que no sabe dónde lo han puesto.
Suben a comprobar lo ocurrido Pedro y el otro discípulo,
que la tradición identifica con el propio Juan, que cuenta el hecho, corriendo
el discípulo más joven, y más lento Pedro. Pero el discípulo, aunque llega
primero al sepulcro, no entra sino que espera que llegue Pedro, quien entra
delante y se encuentran los dos apóstoles ante una visión inesperada: por
supuesto el cadáver no está. Pero los lienzos con que fue sepultado están allí.
Y el sudario de la cabeza, también, plegado en sitio aparte.
Y nos dice el autor de este relato que el discípulo más
joven vio y creyó. No era lógico que
si hubieran robado el cadáver, iban a desprenderlo de los sudarios. Los lienzos
estaban plegados. Y eso encendió el recuerdo del discípulo que acabó recordando
las veces que Jesús había anunciado que resucitaría. Por eso, lo que vio con
los ojos de la cara y lo que vio con los ojos de la fe, acabó llevándolo a la
seguridad de que a Jesús no se lo había llevado nadie sino que realmente había
resucitado como lo anunció tantas veces.
Si cada domingo del año la EUCARISTÍA es el punto de
aterrizaje de la liturgia, de forma total lo es en este Domingo solemne en que
celebramos y anunciamos y vivimos la resurrección de Jesucristo. Esta realidad
que da sentido a nuestra participación semanal en la Misa, no como obligación
de precepto que cumplir sino como adhesión al Señor, y vivencia nuestra
personal, que felicitamos a Jesús y nos felicitamos nosotros por su triunfo
sobre la muerte y su realidad de vida que ya no se acaba.
Nos unimos a la alegría de toda la Iglesia que vive hoy
gozosamente la resurrección de Jesucristo
-
Por el Papa, los Obispos, los sacerdotes y lo laicos, que vivimos hoy
nuestra fiesta principal, Roguemos al
Señor.
-
Por los que no viven la fe en el acontecimiento fundamental de la vida,
Roguemos al Señor.
-
Por los no creyentes, para que la luz de la resurrección los ilumine, Roguemos al Señor
-
Para que la EUCARISTÍA sea para nosotros el hecho esencial de nuestra
vida cristiana, Roguemos al Señor.
Aumenta, Señor, nuestra fe y hazla muy viva para que
tendamos a las cosas del cielo y nos haga superar las preocupaciones de la
tierra.
Por Jesucristo, N. S.
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