LITURGIA
En el libro de Daniel se lee la historia de
Susana (cp.13,1-9.15-17.19-30.33-62), mujer muy bella y honrada, pero deseada
malamente por dos ancianos, que pretenden seducirla. Y como no lo consiguen,
levantan una calumnia contra ella y el tribunal la condena a muerte. Surge un
chiquillo llamado Daniel que logra desenmascarar la falsía de los dos ancianos,
y liberar a la mujer, y que los acusados y condenados sean los dos que
levantaron el falso testimonio.
El evangelio (Jn.8,1-11 es una más de las diatribas que el
evangelista menciona en la discusión de los fariseos con Jesús. Nos puede
quedar como enseñanza fundamental la primera frase: Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no camina en tinieblas, sino
que tendrá la luz de la vida. De ahí que los fariseos no tengan esa luz que
les haga descubrir la verdad, porque ellos no siguen a Jesús, sino que están
siempre acosándolo.
Jesús les echa en cara que juzgan por lo exterior, y así no
pueden conocer la verdad de Jesús: de
dónde vengo y adónde voy.
[SINÓPSIS,320-322;
QUIÉN ES ESTE, págs.133-137]
Marchaba lentamente aquella comitiva de los tres condenados
porque concretamente Jesús no tenía fuerzas para avanzar y caía al suelo
frecuentemente. Seguía una gran muchedumbre
(Lc.23.27-31) de pueblo y de mujeres, que se golpeaban el pecho y
lloraban. La impresión que deja esa descripción de las mujeres es que se
trataba de plañideras de oficio. No se ha mencionado antes, durante el proceso,
la existencia de esas mujeres en la plaza del Pretorio, ni que se expresaran
entonces de alguna manera como no partícipes en la causa de Jesús.
Por otra parte es típico que sea San Lucas quien las saca
ahora a relucir, porque Lucas es el evangelista de la mujer, que procura que la
mujer esté presente allí donde se está nombrando la supremacía de los varones.
El caso es que no queda la impresión de una realidad que le
diera a Jesús especial compañía en medio de sus sufrimientos. Y se vuelve a
ellas para decirles que no lloren por él,
sino por ellas mismas y por sus hijos. No acompañaban precisamente con sus
llantos y golpes de pecho Sin embargo deben llorar por ese pueblo que ha
llegado a esta barbarie de pedir la cruz para un inocente. Porque vendrán días en los que se dirá: “Felices las estériles y los
vientres que no tuvieron hijos y los pechos que no criaron”. Hay que tener
en cuenta el valor terrible de esas palabras, dichas en una cultura en que la
maternidad era una bendición de Dios.
Llega a decir Jesús que era preferible la muerte: que
caigan sobre ese pueblo las montañas… Por toda esa situación es por lo que
habría que llorar y lamentarse. Porque si
en el leño verde (en quien tiene vida y es la vida) sucede esto, ¿qué sucederá en el seco? (en un pueblo que carece de
justicia y buenas obras).
Es llamativo el modo en que San Lucas describe aquella
comitiva: llevaban también a otros dos
malhechores para ser ejecutados. (v.32). Aplicando a Jesús la ley por la
que ha sido condenado, aparece como un malhechor más. Eso se implica en la
frase: “otros dos malhechores”. Y así aparece a los ojos de muchos de los
espectadores de aquel espectáculo, que suponía para ellos la lenta y terrible
procesión que se dirigía al monte Calvario para el martirio final de los tres
condenados.
Cuando llegaron a aquel “lugar de la calavera” o Calvario,
se procedió a desnudar a los que iban a ser crucificados. En el caso de Jesús
era desollarlo más que desnudarlo porque las llagas se habían resecado y pegado
a su túnica, y aquello reproducía los tremendos dolores de sus espaldas deshilachadas.
No podemos quedarnos mirando como el que asiste a una película. Necesitamos
meternos dentro de los sentimientos y el dolor de Jesús para hacernos cargo,
siquiera lejanamente, de lo que este paso suponía.
Quedaba ese momento indescriptible y casi inimaginable de
la crucifixión. El vástago vertical de la cruz estaba ya enhiesto. Lo primero,
pues que se crucificaba eran los brazos sobre el madero transversal. Lo que
supone que el cuerpo llagado quedaba tumbado sobre la tierra, los guijarros, la
arena, mientras se procedía a fijar los brazos en la madera. Por lo general, el
madero ya llevaba marcados el lugar por donde habían de atravesar los clavos. Y
eso suponía un estiramiento y descoyuntamiento de los brazos a base de cuerdas
para hacer que los antebrazos coincidieran con los agujeros del madero con la
consiguiente tensión de los músculos del pecho.
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