LITURGIA: EPIFANÍA
El ciclo de Navidad concluye
con la Epifanía, que abre un período propio hasta el próximo domingo que cierra
todo el período con la fiesta del Bautismo del Señor.
La epifanía es la
celebración de Jesús que se manifiesta a los pueblos paganos, simbolizados en
esos “magos del oriente” que nos describe San Mateo, como unos no-judíos que se
llegaron a Belén para adorar al “recién nacido rey de los judíos”. No deja de
ser llamativa la narración del evangelista, que nos sitúa a esos paganos como
los que hablan de un recién nacido rey de los judíos y venimos a adorarle, emprendiendo la aventura de reunirse de
pueblos orientales. Cuántos eran, no lo dice el texto. La simbología del oro,
incienso y mirra que ofrecieron al niño, la han explicado los Santos Padres de
la Iglesia como el reconocimiento de tres realidades de aquel Niño: el oro
sería el reconocimiento de que es REY, el incienso se ofrece al que es DIOS, y
la mirra era elemento típico de sepultura, y por tanto es el don que reconoce
SU HUMANIDAD. Por otra parte eran dones propios de los lugares orientales de
procedencia, acorde con lo narrado por Mateo.
Por lo demás toda esa
narración contiene datos fantásticos, que difícilmente casarían con una
realidad, como la extraña estrella que les pone en movimiento, y que nada menos
va delante de ellos, y que no es, por tanto, una estrella normal. Aparece,
desaparece, vuelve a aparecer y llega a posarse “encima de la casa en donde estaba el Niño”. Es más: en esa estrella
leen aquellos magos el nacimiento de un rey en otro país, y un rey al que se
sienten en necesidad de emprender un camino y adorarlo. Obsérvese que habla de
“casa”; el pesebre y el establo han quedado ya atrás. O sencillamente Mateo no
lleva el mismo ritmo de Lucas porque está en otra onda y con otro objetivo:
hacerle ver a los destinatarios judíos que el que nace, se abre también a los
pueblos paganos, y que por tanto el Mesías es un Salvador universal.
La liturgia recoge
esta fiesta como iluminación: Is.60,1-6. Levántate,
brilla, Jerusalén, que llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti.
Levanta la vista en torno, mira: todos esos se han reunido, vienen a ti… Te
inundará una multitud de camellos, los dromedarios de Madián y de Efá. Vienen
todos de Sabá, trayendo incienso y oro y proclamando las alabanzas del Señor.
La 2ª lectura es de
Pablo a los efesios (3,2-3.5-6) en donde afirma que también los gentiles son coherederos y miembros del mismo cuerpo.
Lo que se está celebrando, pues, es la llamada universal de Jesucristo, que
convoca a los gentiles o paganos al mismo cuerpo de la Iglesia al que están
llamados los judíos: el reinado de Dios y de Cristo sobre el mundo entero.
Finalmente el relato
de Mateo (2,1-12) con todo el dramatismo de unos ilusionados magos que se presentan
en el palacio del rey para preguntar por el rey recién nacido y Herodes no sabe
nada del caso. Y a todo esto, la estrella se ha ocultado, dejándolos a su
suerte.
Investiga el rey y
averigua, como algo desconocido, que es en Belén y no en Jerusalén donde han de
buscar…, adonde han de dirigirse para luego ser ellos los que informen al rey…
La estrella aparece de nuevo. Los guía ya sobre seguro, y ellos encuentran al
“rey”, que viene a ser el hijo de unos humildes vecinos del pueblo. Y sin
embargo, se postran, adoran, y ofrecen.
Hasta ahí nos lleva San Mateo.
Fueron avisados en
sueños que no volvieran a Jerusalén y los magos regresaron a sus tierras por
otro camino.
La fiesta popular ha
derivado hacia unos personajes que son “Reyes Magos”, y que –dados los
obsequios-, son tres, cada uno con su presente. Pero eso ya no está en el texto
original.
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