LITURGIA
Comienza el tiempo ordinario de la liturgia, en la parte de año
impar. El tiempo ordinario es un largo camino que va llenando los tiempos que
no corresponden a un período litúrgico particular. Por eso en esta etapa se
extenderá hasta el comienzo de la Cuaresma, y en estas semanas irá
desenvolviendo la vida pública de Jesús, y la vida de la Iglesia que queda
plasmada en la liturgia de los domingos.
Abrimos hoy con la carta a los Hebreos (1,1-6), que
comienza con un solemne prólogo: En
distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros
padres. Ahora, en esta etapa final, nos
ha hablado por el Hijo, al que ha nombrado heredero de todo y por medio del
cual ha ido realizando las edades del mundo.
Dios había hablado muchas veces a través de los Patriarcas
y los Profetas. Eran revelaciones parciales que iban educando al pueblo en su
conocimiento y relación con Dios. AHORA ya no hablará más que la Palabra que es
el Hijo, quien irá manifestando todo. Más allá del Hijo, ya no hay revelación.
El Hijo es reflejo de su gloria, impronta de su ser. Él sostiene el universo con su palabra
poderosa. Y una vez que ha realizado la purificación de los pecados por la
obra de la redención, está sentado a la
derecha de Dios, en las alturas. A él se dirige Dios para decirle: Hijo mío eres tú; yo te he engendrado hoy.
Por tanto, adórenlo todos los ángeles de
Dios. Y, por lógica total, que también lo reconozcan y lo adoren los
hombres. Conozcan a Jesucristo en sus mínimos detalles y que de ese
conocimiento se siga la adoración del ser humano que se rinde ante la Majestad
de Jesús, Hijo de Dios.
El evangelio es de Marcos (1,14-20). Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el
Evangelio de Dios. Judea no era lugar seguro. Herodes no era de fiar. Y
Jesús no desafía irresponsablemente la situación. Se marcha al norte de
Palestina donde tiene campo más abierto para poder predicar y enseñar y dar su
Buena Noticia.
Esa noticia se condensa en un primer momento en el anuncio
de que está cerca el Reino de Dios. Y por tanto: Se ha cumplido el plazo: Convertíos y creed la Buena Noticia. Ya no
hay que esperar a que venga otro. Él está allí y él anuncia llegado el reino de
Dios.
Y comienza a llamar a estar con él a unos hombres del
pueblo, gente sencilla que estaba por la playa echando las redes para pescar.
Pasa junto a Andrés y Simón, que eran pescadores y los llama a ir con él: Venid y os haré pescadores de hombres.
Lo que entendieran aquellos hombres la propuesta de Jesús, así a bote pronto,
no podemos saberlo. Pero Jesús tenía ese atractivo del hombre leal, limpio de
corazón, y Andrés y Simón aceptaron la llamada aunque sin saber a ciencia
cierta a qué iban. Sólo que iban con él: venid conmigo.
Un poco más adelante –y ya acompañado por los otros dos- ve
a otros dos hermanos que están también en sus faenas, repasando las redes. Y
sin mediar conversación, también los llama: eran Santiago, hijo de Zebedeo, y
Juan, hermano de Santiago. Y ellos dejaron las redes, a su padre, y los
jornaleros, y se fueron tras de Jesús: se
marcharon con él. Así era el atractivo que ejercía su presencia, que había
bastado la llamada para dejarlo todo en el acto y marcharse con Jesús, a
aquella aventura que ellos aceptaron de buen grado.
Esto nos lleva al tema de las vocaciones y la realidad
actual de carencia de respuesta a las posibles llamadas el Señor. Podemos estar
seguros que el Señor sigue llamando. Lo que no hay es la decisión de dejar lo
que se tiene. Primero, porque se tiene demasiado, y los “ricos” no quedan aptos
para seguir a Cristo mientras permanecen ricos. Segundo, y es parte de la
primera razón, porque las familias son muy reducidas y los hijos muy mimados. Y
no es buen caldo de cultivo esa situación para que el joven se plantee algo más
allá que el disfrute inmediato. Tercero es la disminución alarmante de la fe y
de la formación cristiana. Cuarto, muy unido a los datos anteriores, la
ausencia de un espíritu de abnegación y sacrificio y de captación de los
valores espirituales. Cuanto menos relación personal tiene el joven con Dios y
con Jesucristo, más alejado queda de plantearse de frente el seguimiento de una
vocación. Quinto, que está en a base de todo, el retraso en la madurez de la
personalidad. No hay capacidad para tomar decisiones y menos que sean decisiones trascendentes y permanentes.
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