LITURGIA
Heb.9,2-3.11-14: Cristo ha
venido como Sumo Sacerdote de los bienes definitivos. Su templo es más grande y
más perfecto, no hecho por manos de hombre, es decir, de este mundo creado.
El Templo es el propio Cristo. No lo ha construido ningún hombre, porque viene
de Dios que ha realizado la encarnación de forma prodigiosa.
El sacrificio que él ofrece no usa sangre de machos cabríos, ni de becerros, sino la suya propia.
Como se ve hay siempre una referencia y contraposición con lo que venía del
Antiguo Testamento. Jesús ofrece su propia sangre, su propio sacrificio, y con
ella entra en el verdadero santuario, y lo
hace de una vez para siempre, consiguiendo así la liberación eterna.
Ya en el Antiguo Testamento la sangre de machos cabríos y
de toros como vicarios del hombre, y el rociar de las cenizas de una becerra,
tenían el poder de consagrar a los profanos, devolviéndoles la pureza externa…
Eran sacrificios que se ofrecían en el lugar del sacrificio humano, puesto que
el hombre no podía ofrecerse a sí mismo. Siendo así en un ritual anterior, ¡cuánto más la sangre de Cristo que, en
virtud del Espíritu eterno, se ha ofrecido a Dios como sacrificio sin mancha,
podrá purificar nuestra conciencia de las obras muertas, llevándonos al culto
divino! Jesucristo, dueño de la vida y de la muerte, sí puede ofrecerse. Y
su sangre purifica y consagra de verdad, y libera nuestras conciencias de lo
que no tiene valor, y nos hace capaces de dar culto debido a Dios.
El evangelio es muy breve: Mc.3,20-21. Toda la historia que
estamos siguiendo en la vida de Jesús, con episodios concatenados, con
persecuciones y huidas a lugares más seguros…, con ese poder de convocatoria de
Jesús, que atrae a gentes de toda Palestina, y que no les deja tiempo ni para
comer, crea un desasosiego en los parientes de Jesús, que llegan a pensar que
Jesús ha perdido o va a perder el juicio… Lo que hay es que apartarlo de
aquella vorágine en la que está metido. Y se presentan a Jesús con esa idea de
llevárselo consigo. Ahí queda la narración. Pero bien vemos por el transcurso
de los hechos que no lo consiguieron. Jesús sabía muy bien lo que hacía y en razón de qué lo hacía, y
naturalmente no cedió ante aquellos parientes. No volvió la cabeza atrás, que
es lo que hace indigno del Reino. Jesús continuó su labor y los parientes
hubieron de volverse.
Como día de los Santos Timoteo y Tito, la liturgia ofrece
una alternativa de lecturas, aunque no corresponde allí donde esos santos no
tengan una veneración expresa. No obstante vamos a comentar esos textos. Puede elegirse
de la 2ª carta a Timoteo o de la carta a Tito.
En el primer caso, Pablo se presenta como “apóstol de Jesucristo por designio de Dios,
llamado a anunciar la promesa de vida
que hay en Cristo Jesús”. (1,1-8). Alaba la fe del discípulo, que la ha
recibido de su abuela y de su madre, y exhorta a “avivar el fuego de la gracia de Dios que recibiste cuando te impuse
las manos” y a “tomar parte en los duros trabajos del evangelio, según las
fuerzas que Dios te dé”.
En el segundo caso (Tit.1,1-5) también hace Pablo una
presentación personal: siervo de Dios y
apóstol de Jesucristo para promover la fe en los elegidos de Dios, y el
conocimiento de la verdad, según nuestra religión y la esperanza de la vida
eterna…. Luego hay una delicada dedicación personal hacia el discípulo: Querido Tito, verdadero hijo mío en la fe:
Te deseo la gracia y la paz de Dios nuestro Padre y de Cristo Jesús, Salvador
nuestro, y le da la razón por la que lo dejaba en Creta: la de establecer
presbíteros en aquella comunidad, o comunidades, de acuerdo a unas
instrucciones que ya le tenía dadas.
Como no es una liturgia propia, no se señala ningún texto
evangélico especial. De hecho, o se tomaría uno cualquiera del Común de
Pastores Obispos, o se seguiría el mismo que hemos comentado en la lectura
continuada.
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