El Papa pide oraciones, en concreto el Rosario por la
paz, para su viaje a JMJ.
LITURGIA
Hebreos 7, 25-8, 6. Jesús puede salvar definitivamente a los que se acercan a Dios por medio
de él, pues vive siempre para interceder a favor de ellos. Es lo
propio del sacerdote: servir de intermediario entre los hombres y Dios, entre
Dios y los hombres.
Y tal convenía que fuese nuestro
sumo sacerdote: santo, inocente, sin mancha, separado de los pecadores y
encumbrado sobre el cielo. Él no necesita ofrecer sacrificios cada día como los
sumos sacerdotes, que ofrecían primero por los propios pecados, después por los
del pueblo, porque lo hizo de una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo.
Jesucristo fue el sacerdote inmolado en el ara de la cruz; él no pagaba por
pecados propios –que no tiene ni puede tener-, pero hasta allí llevó el pliego
de multas que nos correspondía pagar a nosotros. Lo que pasa es que nosotros no
podíamos pagar tamaña cuenta, y Jesús lo hace en lugar nuestro.
Tenemos un sumo sacerdote que está
sentado a la derecha del trono de la Majestad en los cielos y es ministro del
Santuario y de la Tienda verdadera, construida por el Señor y no por un hombre.
En efecto, todo sumo sacerdote está puesto para ofrecer dones y sacrificios; de
ahí la necesidad de que también Jesús tenga algo que ofrecer. Mas ahora a
Cristo le ha correspondido un ministerio tanto más excelente cuanto mejor es la
alianza de la que es mediador: una alianza basada en promesas mejores.
El
conciliábulo de fariseos y herodianos para ver cómo acabar con Jesús, colma ya
el vaso. Jesús está en peligro y Jesús no es un temerario que pretenda
exacerbar a los que se han constituido en enemigos abiertos. Los últimos
episodios en Mc.2 y en Mc.3 aconsejan quitarse de en medio y evitar la
confrontación que ya ha subido de tono.
Por eso
la acción de Jesús, la que sigue a todos los hechos anteriores, es la de
pasarse a la otra orilla del Lago (Mc.3,7-12), poner agua por medio y enfriar
la temperatura que se había creado.
La gente
estaba con Jesús. La gente sintonizaba con los sentimientos y las acciones de
Jesús, y lo siguieron. Al enterarse de
las cosas que hacía, acudía a él mucha gente de Judea, de Jerusalén, de Idumea,
de la Transjordania, de las cercanías de Tiro y Sidón. Prácticamente de
toda Palestina, a un lado y otro del Jordán. Las obras que hacía y las
enseñanzas que daba tenían un atractivo muy fuerte. Y su delicadeza y cercanía
a la gente era algo que subyugaba.
Jesús
tuvo que pedirles a sus discípulos que le tuvieran una barca preparada donde
refugiarse, porque estaba a punto de estrujarlo el gentío. Aquí no había el
prejuicio de los fariseos, y Jesús actuaba con la libertad que le daba su buen
hacer.
Como había curado a muchos, todos los que sufrían de algo se le
echaban encima para tocarlo. Incluso los espíritus inmundos lo aclamaban
por su nombre de “Hijo de Dios”, aunque Jesús no les permitía hacerlo,
prohibiéndoles severamente que le diesen a conocer.
Y así
acaba esta secuencia que nos trae hoy la liturgia, sin contarnos un hecho
concreto pero dándonos una panorámica de la obra que iba desenvolviendo Jesús en esta etapa de su
vida. Los hechos concretos son siempre más llamativos y más vistosos para el
comentario, pero tenemos que saber “leer” la profundidad de esta narración en
la que queda patente cómo la gente se apegaba a Jesús por sus obras y por su
modo de proceder.
Milagros
nosotros no hacemos. Hechos concretos llamativos no suele ser lo normal. Y sin
embargo nuestro testimonio cristiano tiene que venir de lo diario: de nuestra
sencillez, bondad, comprensión, prudencia, cercanía, paciencia…, y todo ese
conjunto de realidades pequeñas que nos han de definir habitualmente.
Digo
“testimonio” y podemos también decir: nuestra paz personal. La vida de hoy se
ha hecho extremadamente tensa, belicosa, reivindicativa, egoísta. Y la gente no
se hace amable porque anda siempre a la gresca. En medio de todo eso es
placentero encontrarse con agentes de paz, personas acogedoras, que sirven de
atemperadores en medio de las tensiones. Personas que, al modo de Jesús, huyen
de la confrontación y buscan trasmitir bondad y serenidad en palabras y
actitudes.
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