LITURGIA:
NOMBRE DE JESÚS
Las lecturas que se seguirán en las diferentes iglesias será
continuación de las de hoy. En las iglesias de los jesuitas habrá lecturas
diferentes y rito de solemnidad litúrgica porque celebramos el nombre y la fiesta
titular de la Compañía del NOMBRE DE JESÚS. Es la fiesta más grande en esta
Compañía, que San Ignacio no quiso que se llamara con su nombre personal
(“ignacianos”) sino con la del nombre mismo de Jesús. El de “jesuitas” vino
después y no precisamente con buena intención por parte de los que nos
designaron así en un principio, aunque nos sentimos muy orgullosos de llevar
ese nombre que nos remite inmediatamente a Jesús, nuestro Rey y Maestro,
nuestro Superior e ideal de vida, al que “estudiamos” con el alma en la oración
continuada sobre el evangelio (que es el tesoro que nos ha dejado la práctica
del mes de ejercicios espirituales, que es el comienzo de nuestra formación,
desde que entramos en el seminario, y que es la fragua qie forma discípulos y seguidores
de Jesucristo).
La 1ª lectura es del Ecclo.51,8-14: Me acordé, Señor, de tu misericordia y de tus obras, que son desde
siempre las que sostienen a los que esperan en ti. Buen comienzo y buena
definición de los que queremos que sea nuestro espíritu, el que defina al
jesuita.
Desde la tierra elevé
mi plegaria…, clamé al Señor: “Tú eres mi Padre, no me abandones el día de la
tribulación, cuando acosan los orgullosos y estoy indefenso”.
Y mi oración fue
escuchada, pues tú me salvaste y me libraste. Por eso te daré gracias y te
alabaré, bendeciré el nombre del Señor. Busqué sinceramente desde joven la
sabiduría en la oración y la busqué hasta el último día.
La 2ª lectura es de San Pablo a los Filipenses: 2,1-11, en
la que expresa el sentido del amor fraterno que ha de presidir la vida del
jesuita. Dice Pablo: Si queréis darme el
consuelo de Cristo y aliviarme con vuestro amor…, si nos une el mismo Espíritu
y tenéis entrañas compasivas, dadme esta gran alegría: manteneos unánimes y concordes con un mismo amor y un mismo sentir.
No obréis por rivalidad ni por
ostentación, considerando a los demás como superiores a vosotros. No os
encerréis en vuestros intereses, sino buscad todos el interés de los demás. Tened entre vosotros los mismos
sentimientos de Cristo Jesús.
Para desembocar en el himno cristológico por excelencia que
es una verdadera oración y que resume magistralmente la vida de Cristo. El cual, siendo de condición divina, no
retuvo ávidamente el ser igual a Dios; al contrario, se despojó de sí mismo
tomando la condición de esclavo, hecho
semejante en todo a los hombres, menos en el pecado. Y así, reconocido como
hombre por su presencia, se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la
muerte, y muerte de Cruz.
Por eso Dios lo exaltó y
le concedió el ‘Nombre sobre todo nombre’ de modo que L ANOMBRE DE JESÚS se doble toda rodilla en el cielo, en la
tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: JESUCRISTO ES SEÑOR, para
gloria de Dios Padre.
El evangelio de Lc.2,21-24 comienza con la imposición al
Niño del nombre JESÚS, tal como lo había llamado el ángel antes de su
concepción. Es decir: con el nombre que ponía el mismo Dios.
Nombre de misión, de vocación, que apunta al destino,
porque –como el angel del suelo le dijo a José- él salvará al mundo de sus pecados. Jesús=Salvador.
De ahí el logotipo de la Compañía de Jesús: Jhs, que no es propiamente –como se
suele ver- “Jesús hombre salvador” sino que son las tres primeras letras griegas
del nombre de JESÚS. (La aparente “h” es la “eta” del alfabeto griego que es
una “e”).
Y de camino comento que las siglas con que firmamos los
jesuitas: S.I. no significan
“sacerdote jesuita” sino Societatis Iesu,
que expresan el latín: “de la Compañía de Jesús”. Por eso mismo esas siglas las
usan igualmente los jesuitas que no son sacerdotes.
Cuantos viven en afinidad con nosotros, encomendadnos con
vuestra oración para que seamos lo que debemos ser. Pío XII lo expresó de una
forma muy fuerte y hermosa: que sean lo
que son, o que no sean. O ser lo que somos por carisma o dejar de ser
porque habríamos perdido nuestra razón de vivir como orden religiosa en la
Iglesia
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