Viernes 18: ESCUELA DE ORACIÓN. Málaga
LITURGIA
Heb.3,7-14. Se queja el Señor de la dureza de corazón de un
pueblo que ha roto las expectativas y con ello todo lo que el Señor quería
realizar en él. La reacción humana, puesta en labios de Dios, es que no entrarán en mi descanso. Sin embargo
eso que ha ocurrido “ayer” puede cambiarse en el HOY, si hoy escucha la voz del Señor. Pues bien: que ninguno de vosotros-dice la carta- tenga un corazón malo que lo lleve a desertar del Dios vivo. Por el
contrario, día tras día, mientras dure el “hoy” que ninguno de vosotros se
endurezca engañado por el pecado.
Todo ello tiene un fundamento esencial: que somos partícipes de Cristo que tenemos que
conservar hasta el final el temple primitivo de la fe.
Muchas personas tienen la sensación de que han perdido la
fe primera. Hay que advertir que a medida que madura la personalidad, aquellas
emociones de la fe y de la piedad se van atemperando, como pasa en el amor
humano, que no es lo mismo en la fogosidad de los 25 ó 30 años que en los 60.
Pero también es verdad que muchas veces ha enfriado la fe porque no se ha
defendido y cultivado debidamente. Esto es lo que hay que analizar. Hay que
“conservar el temple primitivo de la fe”, que no equivale a las emociones primeras
sino a la fuerza interior. Y esa debe madurar con la maduración de la persona.
El evangelio de hoy (Mc.1,40-45) repite el que hace poco
hemos tenido en la semana de epifanía. Se trata del leproso que se presenta
humildemente ante Jesús, se postra y le presenta una oracion que es un verdadero reto a Jesús: Señor, si quieres, puedes limpiarme. Que puedes, lo doy por
supuesto, pues has hecho cosas mayores. Ahora queda en tus manos que quieras…
Que si tú quieres, puedes limpiarme de mi lepra.
Jesús no se limita a su querer. Pone amor y cercanía:
extiende la mano y le toca, lo que ya era una clara afirmación de su querer. Y
el leproso queda limpio de la lepra. Lo que le falta para que su curación sea
oficial es que se presente al sacerdote y sea declarado hombre curado. Y a
partir de ese momento reincorporarse a la vida social, de la que estaba
excluido por el temor del contagio. Debía el enfermo recién curado hacer una
ofrenda, según lo prescrito.
Otro de los “mandatos” de Jesús era ineficaz, porque Jesús
quiere que no divulgue el hecho, pero como era lógico, el hombre lo proclama
con grandes ponderaciones.
Por esa circunstancia Jesús tenía que quedarse en las
afueras de los poblados, o entrar de forma que no llamara la atención, porque
la gente acudía a él de todas partes. O sea: que aunque Jesús pretendía pasar
desapercibido, no lo lograba. Y es natural y lógico. El mundo está hambriento
de humanidad, de calor y cercanía, de sanaciones de tantas cosas…, y eso lo
encontraba en Jesús. Por ley natural la gente lo buscaba desde todos los
rincones.
Podríamos preguntarnos por qué hoy no salen las personas de
su frialdad y soledad…, por qué no buscan el calor de Jesús… Y desde luego es
fácil la respuesta: porque no lo conocen. Porque no se les ha dado a Jesús.
Porque no les hemos presentado al Jesús del evangelio. Porque el mundo de hoy
ha ignorado a Jesús. Porque el mundo está asentado en el Malo. Porque la vida
moderna tiende a lo cómodo e inmediato, y es muy fácil presentar la vida como
mero placer. Porque se ha eliminado de la vida el sentido del compromiso y de
la trascendencia. Porque se ha eliminado la religión. Porque se ha dejado a
Dios. Porque las fuerzas del mal han sido más capaces de destruir la fe, y los
hijos de la luz no hemos sabido iluminar con la verdad.
Seguro que pueden añadirse más razones, y que cada cual
puede tener las suyas. Unos con un sentido culpabilizante y otros con una
visión mucho más amplia de la realidad, que es mucho más compleja, y que no se
trata ahora de darse golpes de pecho. San Pablo en la carta a los romanos
señala tres razones de mucho fuste: porque la vida mundana ha exacerbado el
ídolo del sexo; porque el hombre ha perdido el sentido de la vida y del valor
de la vida. Y porque se ha perdido la razón, la vida razonable. Y cuando se ha
llegado a esa situación, se ha eliminado a Dios de la historia. Y la historia
sin Dios es un despropósito completo. Ya dijo Jesucristo que “Dios o el
dinero”, y “conmigo a contra mí”. O sea: un dilema en el que hay dos términos
que se contraponen evidentemente: y haber elegido las cosas del mundo, es haber
rechazado el valor “Jesucristo”.
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