LITURGIA
Nueva semana con la carta a los hebreos (9.15.24-28), continuando
con el argumento repetitivo de la comparación entre el sacerdocio antiguo, el
de los judíos en la Antigua Alianza, y el de Cristo. Cristo es mediador de una alianza nueva; en ella ha habido una muerte
que ha redimido de los pecados cometidos durante la primera alianza. Así los
llamados pueden recibir la promesa de la herencia eterna.
La ALIANZA primitiva es el pacto de Dios con su pueblo
Israel, que se sintetizaría en esas palabras que varias veces aparecen en el
Antiguo Testamento: Yo seré su Dios y
ellos serán mi pueblo. La ALIANZA es un pacto gratuito, es decir: Dios lo
da generosamente sin pedir nada a cambio. Lo da por propia iniciativa y porque
él quiere: porque Dios es Dios y no se condiciona a nada. Lo que es de esperar,
quiere Dios, es que el pueblo corresponda con su generosidad, y acepte esa
realidad esponsal con Dios.
El hecho fue que el pueblo rompió la Alianza. Que el pueblo
protestó y se rebeló contra Dios innumerables veces. Fue adúltero contra el
amor que Dios le había ofrecido. Pecó.
Y Dios se inventó una NUEVA ALIANZA que no pudiera romper
la criatura. Y el realizador de esa Alianza nueva y eterna es Jesucristo, quien
se ofrece una sola vez, pero que es para siempre. Está firmada con la propia
sangre de Jesucristo, y ya no hay que repetirla porque es definitiva, Lo que sí
hay es que revivirla. Y esa es la
celebración de cada Eucaristía, donde no se ofrece una víctima diferente, sino
que se revive el único sacrificio, que es el de Cristo.
Lo mismo que la vida de la persona se vive una sola vez y tras la muerte viene el juicio, así –razona
el autor de la carta- es la vida y la muerte de Cristo, que es única. Porque la
nueva venida de Cristo ya no será con relación al pecado, sino para salvar definitivamente a los que lo
esperan.
Jesús se vino a Jerusalén, y allí vuelve a toparse con los
doctores de la ley (Mc.3,22-30), que con tal de no aceptar a Jesús, dicen el
absurdo ofensivo de que tiene dentro a
Belzebú y echa los demonios con el
poder del jefe de los demonios
Era un absurdo tan tonto que Jesús se limito a pedirles que
se acercaran, y les intento razonar… Les decía: ¿Cómo va a echar Satanás a
Satanás? La cosa caía de su peso. Pero todavía Jesús lo explica más: Un reino dividido en guerra civil no puede
subsistir; una familia dividida, no puede subsistir. Si Satanás se rebela
contra sí mismo para hacerse la guerra, está perdido, no puede subsistir. Y
sigue Jesús explicando con otro ejemplo más cercano: nadie puede meterse en casa de un forzudo para arramblar con su ajuar,
si primero no lo ata. Si Jesús echa los demonios es porque ha atado a ese
demonio forzudo…, es porque él puede más.
Y ahora pasa Jesús a lo profundo de la cuestión: Creedme: todo se les podrá perdonar a los
hombres: los pecados y cualquier blasfemia que digan, pero el que blasfeme
contra el Espíritu Santo, no tendrá perdón jamás.
Ha distinguido Jesús la blasfemia como acto o pecado
concreto que se comete, y que –como todo pecado- puede tener perdón si se
arrepiente, de “la blasfemia contra el Espíritu Santo” que es una actitud de
negación de la verdad, de atribuir pecado a Jesús mismo, de situarse frente a
los hechos reales y no querer reconocerlo.
El pecado de los fariseos no era un pecado cualquiera, del
que podían arrepentirse y cambiar. El pecado de los fariseos era haberse
situado contra los mismos hechos evidentes de Jesús, y juzgarlos al revés…;
dominar Jesús al demonio y Satanás, y eso mismo –contra toda razón- decir que
actúa con el poder del demonio.
Mientras se mantengan en esa postura –esa blasfemia- no hay
perdón posible. ¿Por qué? Porque no se arrepienten, no se vuelven atrás. Ni se
les ocurre reconocer el error y pedir perdón
Ese sería un pecado extendido hoy en la sociedad europea.
La soberbia y endiosamiento humanos han llegado al punto de perder la
conciencia y que ya así no tiene vuelta atrás. El mundo soberbio de hoy está
muy en el ámbito del pecado contra el Espíritu Santo. Ni se reconoce pecador,
ni da marcha atrás. No regresa a la casa del Padre. Y aunque el Padre querría
salir al encuentro y lanzarse al cuello y perdonarlo, se mantiene el hombre en
sus algarrobas y su vida licenciosa, sin buscar volver a la casa de donde
salió.
Todo pecado es perdonado con arrepentimiento, ¿y la blasfemia contra el Espíritu Santo no se perdona jamás? Según Jesús no. ¿Y si se arrepiente la persona de esa blasfemia contra el Espíritu Santo? Para mi entender lo terrible de ese pecado, como dice el Padre Cantero que está unido a una gran soberbia más grande que la propia soberbia, diría yo, no se perdona nunca, porque la persona que llega a ese nivel, ¿tiene imposible volver atrás?. Sabemos que para Dios nada hay imposible, pero, la frase de Jesús es tajante, de ahí el peligro de ciertas situaciones de vida para el mundo de hoy.
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