LITURGIA
La descripción de Heb.5,1-0 es muy clara y fluye sola desde el
principio, expresando la situación del sumo sacerdote de la antigua Ley y
llevándolo a la realidad del nuevo Sacerdote que es Cristo. Común a todo sumo
sacerdote es: Todo sumo sacerdote, escogido entre los hombres, está puesto para
representar a los hombres en el culto a Dios: para ofrecer dones y sacrificios por los pecados. Él puede
comprender a los ignorantes y extraviados, porque también él está sujeto a la
debilidad.
Hay
una diferencia substancial entre el sacerdocio de la antigua Ley y el de
Cristo. El de antes, no sólo está puesto para el bien de los demás, sino que él
mismo tiene que entrar en la línea de purificación personal: A causa de esa debilidad, tiene que ofrecer
sacrificios por sus propios pecados, como por los del pueblo. También por
los propios. Pero sea como sea, Nadie
puede arrogarse este honor sino el que es llamado por Dios, como en el caso de
Aarón.
Hablando de Cristo, él no puede arrogarse por sí mismo la dignidad
sacerdotal: Tampoco Cristo se confirió a
sí mismo la dignidad de sumo sacerdote, sino que la recibió de aquel que le
dijo: «Tú eres mi Hijo: yo te he engendrado hoy», o, como dice otro pasaje: «Tú
eres sacerdote para siempre según el rito de Melquisedec».
El Sacerdocio de Cristo no es sólo
dignidad de sacerdote, sino sacrificio y víctima, en la que participa
enteramente del sufrimiento humano, y ha de clamar al que puede salvarlo: Cristo, en los días de su vida mortal, a
gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de
la muerte, a Dios. Y ahora viene la parte admirable de esta realidad,
porque sabemos muy bien que padeció hasta la misma muerte y muerte ignominiosa.
Sin embargo nos dice la carta a los Hebreos que fue escuchado por su piedad filial. Y, aun siendo Hijo, aprendió,
sufriendo, a obedecer. Aquí se consuma el misterio para nosotros, que
no podemos entender a simple vista que fuera escuchado. Y sin embargo lo fue, Y, llevado a la consumación, se convirtió,
para todos los que lo obedecen, en autor de salvación eterna, proclamado por
Dios sumo sacerdote, según el rito de Melquisedec. Es el Sumo Sacerdote que
ha pasado por la prueba del dolor, y así ha llevado a cabo su sacerdocio. Es
sacerdote y víctima, pero víctima triunfal de victoria.
En Mc.2,18-22 encontramos otra
piedrecita en el camino de Jesús, que viene esta vez de parte de los discípulos
de Juan, que coinciden con los de los fariseos. Es a propósito del ayuno
ritual. Lo practicaban los fariseos y lo practicaban los discípulos de Juan.
Sin embargo no lo practicaban los discípulos de Jesús. Éstos estaban instruidos
en otra manera de concebir el sacrificio en honor de Dios, y se esforzaban por
vivirlo en las actitudes de hombres íntegros. Dejando a un lado la forma
externa que estaba en vigor en aquel pueblo religioso.
La pregunta a Jesús cae de su peso:
¿Por qué eso así? ¿Por qué ayunamos los
discípulos de Juan y los discípulos de los fariseos, y los tuyos no?
Jesús responde que sus discípulos están
en aire de fiesta y en la fiesta no se ayuna. Tiempo tendrán más adelante de
ayunar cuando queden huérfanos.
Pero Jesús se va a ir a más fondo
que eso. El tema real es que ha acabado ya una etapa de la historia y ha
llegado una nueva. En la etapa anterior valían las formas externas y en ellas
se concretaban una buena parte de las actitudes religiosas. Pero ahora ha
llegado el tiempo de lo nuevo, y ya no sirven las formas antiguas. Y como Jesús
gusta de las parábolas, lo explica con esa corta parábola del vino nuevo y los
odres nuevos, o del vestido viejo que no se puede reparar con un paño nuevo
porque lo nuevo desgarra lo viejo. Ha llegado el momento del vino nuevo, y eso
requiere odres nuevos. De lo contrario ni los odres aguantan, ni el vino se contiene,
sino que se derrama.
La experiencia da lo fácil que es a
muchos conservar sus costumbres “de toda la vida”, y contentar con eso su mundo
religioso, que tiene poco de espiritual y evangélico. Y también se comprueba
cómo, cuando el alma rompe amarras y se pone a tomarse el evangelio en serio,
aquellas costumbres antiguas se caen por su peso y ya no dicen apenas nada. Lo
que pasa es que siempre es más fácil mantener la rutinilla de lo conocido y lo
fácil de unos rezos y unas limosnas al paso, que adentrarse en la realidad
interior y cambiar actitudes y planteamientos de vida.
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