LITURGIA
Ayer afirmaba el autor de esta carta que Jesús fue encumbrado por encima
de los ángeles, y que a ninguno de ellos se le había dicho: “Hijo mío eres tú”.
En cambio a Jesús sí. Hoy (Heb.2,5-12) juega con la idea del HOMBRE Jesús, al
que hiciste poco inferior a los ángeles,
pero sin embargo lo coronaste de gloria y
dignidad, todo lo sometiste bajo sus pies. Como hombre era inferior, pero
en su realidad de Hombre Dios tenía todo sometido: En efecto, al someterle todo, nada dejó fuera de su dominio. Vuelve
de nuevo a la realidad humana: Pero ahora
no vemos todavía que le esté sometido todo, pues, por la gracia de Dios, gustó
la muerte por todos.
Convenía que aquel, para
quien y por quien existe todo, y que
está por encima de los ángeles, llevara
muchos hijos a la gloria mediante el sufrimiento. Él es el santificador y nosotros
los santificados. Por eso no se avergüenza de llamarlos hermanos, cuando dice: «Anunciaré
tu nombre a mis hermanos, en medio de la asamblea te alabaré».
Hay que tener en cuenta que ésta es una carta muy teológica.
En evangelio es de Mc.1,21-28, y es uno de los primeros
pasos de Jesús en su vida pública. Marcha a Cafarnaúm y el sábado, como
correspondía a un buen israelita, asiste a la sinagoga, donde le ceden el
puesto para enseñar. Y la gente se
admiraba de su enseñanza. Hay que tener en cuenta que los doctores se
limitaban a leer la Palabra y decir alguna leve aplicación de la misma,
frecuentemente reducida al cumplimiento de sus normas.
Jesús iba mucho más allá y era mucho más atractivo en su
explicación. La gente se encontraba con que aquello le llenaba. Y se asombraban de su enseñanza, porque
enseñaba con autoridad y no como los letrados que se reducían a copiar lo
que habían leído.
Esa misma novedad levanta la protesta de un hombre poseído
por espíritu inmundo, que se enfrenta a Jesús a voces: ¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con
nosotros? Y con el estilo diabólico que posee nombrando a la persona, a la
que entonces esclaviza, dice: Sé quién eres:
el Santo de Dios.
Eso no lo tolera Jesús, porque el demonio no puede poseerlo
a él, y lo increpa imponiéndole
silencio y expulsándolo del poseso: Cállate
y sal de él. El espíritu retorció al hombre y dando un grito estentóreo, salió.
Si ya la gente se había admirado de su autoridad en
presentar la Palabra de Dios, ahora se queda estupefacta cuando tiene tal poder
que expulsa a los espíritus inmundos: les
manda y le obedecen. Ni que decir tiene que la fama de Jesús se extendió
por la comarca como un reguero. No era para menos. Y como Nazaret no dista
mucho de Cafarnaúm, debió llegar también aquella fama a Nazaret, aunque lo
cierto –como dirá en su momento el propio Jesús- “ningún profeta es bien
recibido en su pueblo”.
Hoy echamos de menos a Jesús actuando en nuestro mundo y
expulsando malos espíritus. Ha pasado ya aquel tiempo. Y sin embargo los
espíritus inmundos están pululando en nuestras gentes. El Papa, al
recomendarnos la oración al Arcángel San Miguel, nos ha propuesto la oración
que ya había compuesto otro Papa, en el que se dice: sé nuestro amparo contra la perversidad y asechanzas del demonio; que
Dios humille su soberbia… Tú, príncipe de la milicia celeste, arroja al
infierno a Satanás y demás espíritus malignos, que vagan por el mundo para perdición
de las almas. Por tanto no estamos ante una leyenda de brujas. Estamos bajo
la influencia de Satanás y malos espíritus que están actuando. Y no hace falta
mucha imaginación para verlo, si miramos la situación del mundo actual, que ha
subvertido todos los valores, y va desterrando diabólicamente a Dios de la vida
del mundo.
Los creyentes en Cristo tenemos que pensar que Cristo no ha
sido vencido. Que Cristo no se apartado de nosotros y que Cristo sigue siendo
Rey del Universo: es decir, el Reino que él trajo no se ha desmoronado. Por eso
hemos de insistir mucho en nuestra oración de súplica para que siga ayudándonos
a ser exorcistas del mal en los momentos actuales. Él no está físicamente en
medio de nuestras plazas, pero sigue siendo el que pasa por el mundo haciendo el bien. Y hemos de pedirle que siga
actuando con autoridad para que acalle a los malos espíritus. Ellos podrán
lanzarnos contra el suelo, pero no podrán hacernos daño.
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