LITURGIA
No nos presenta muchas novedades la lectura de la carta de San
Juan que estamos teniendo en esta temporada, aunque posiblemente hoy le da la
vuelta a su argumento y nos presenta un punto de vista diferente. Hasta ahora
su argumento ha sido que el modo de vivir el amor a Dios es viviendo el amor a
los hermanos. Hoy (4,19-5,4) nos lo repite, con una clara manifestación de que
quien dice que ama a Dios pero no ama a su hermano, es un mentiroso. Pero al
mismo tiempo nos dice que que el amor a los hermanos se prueba en el amor que
tengamos a Dios, de tal manera que el fondo de la cuestión está en la práctica
de los mandamientos. Si bien es verdad que San Juan habla de los “mandamientos”
centrados en esos dos: amor al prójimo y amor al otro, podríamos ampliar el
marco y hacer una referencia a los 10 mandamientos, porque ahí están contenidas
las dos relaciones de la vida de cada persona: una “primera tabla” nos pone por
delante nuestras obligaciones para con Dios, y una “segunda tabla” que nos
establece la relación con los prójimos, empezando por las relaciones
paterno-filiales, y siguiendo por todas las formas de respeto que deben guiar
la vida de las personas, desde su fama a sus bienes, desde el cuerpo al
pensamiento, desde la palabra a los hechos. ¡Qué distinto sería el mundo si
rigieran en las conciencias los 10 mandamientos de la ley de Dios! Cuando hoy
se habla tanto de la violencia de cualquier género, del abuso de la sexualidad,
de los políticos mentirosos y de los medios de comunicación engañosos y
parciales…, todo quedaría dentro de un orden y de una sana convivencia cuando
se volviera al respeto a los 10 mandamientos de la Ley de Dios, que nos
advierte San Juan que no son pesados.
Todo lo que procede de Dios vence al
mundo. Y lo que ha conseguido la victoria sobre el mundo es nuestra fe.
Tenemos en el evangelio un clásico de San Lucas: la ida de
Jesús a su pueblo, Nazaret: 4,14-22. Debía tener Jesús mucha ilusión por llevar
a sus paisanos de tantos años, el mensaje mesiánico con que ahora podía
presentarse al mundo. Y aparte de lo que allí departiera con las gentes con las
que había convivido tantos años, el sábado va a la sinagoga y le ofrecen a él
hablarles a las gentes. Y recibe el pergamino que contenía la afirmación de
Isaías sobre la misión del Mesías: El
Espíritu del Señor sobre mí. Él me ha enviado para dar la buena noticia a los
pobres, para anunciar a los cautivos la libertad y a los ciegos la vista. Para
dar libertad a los oprimidos, para anunciar el año de gracia del Señor. Y
enrolla el pergamino y se apropia de ese
anuncio: Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír. Era decirles
claramente que la promesa mesiánica del profeta, se estaba realizando en él, y
que venía a Nazaret con una personalidad nueva, por la que su misión era traer
la paz y la libertad, la salud y la felicidad: traer el año de gracia (=la amnistía) del Señor. Omitió una frase. Y eso
llamó la atención porque nadie se atrevería a mutilar la Palabra de Dios. Jesús
lo hacía en función de su misión mesiánica. Y aquello atrajo mucho la atención
de los oyentes: Y todos le expresaban su
aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de sus labios.
La liturgia de hoy ha cortado la narración ahí, con lo que
queda todo en una posición dulce. Luego la cosa no fue tan bien, pero si la
lectura lo ha dejado ahí, ahí lo dejamos nosotros.
Quede ahora un espacio para hacer una observación. Todo lo
que se predica en las Misas, no es homilía. Son explicaciones, consideraciones,
aclaraciones, reflexiones en orden a la edificación de los fieles. A veces son
simples sermones en que “a propósito” de un texto, se habla de otra cosa.
La homilía es la que hizo Jesús en la sinagoga de Nazaret:
el texto se lee, se aclara lo que haya que aclarar y se concreta en la realidad
presente de la Eucaristía que se está celebrando, y que ha traído unas lecturas
para mostrarnos que ese Jesús que se hace presente en el Sacramento es el mismo
que ha dejado su mensaje en la Palabra. “Hoy se cumple esta palabra que acabáis
de oír”. Y de esa manera se hace presente la Palabra en la Presencia
eucarística. Ese Jesús que viene al Altar es el mismo que nos habla desde la
Palabra.
Lo cual nos dice seriamente que quien llega tarde a la Misa
y no ha escuchado las lecturas (o no ha puesto atención a ellas), no participa
de la Misa completa, pues la celebración no se divide en partes: es un TODO
continuado, que comienza en el principio y acaba con la bendición.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
¡GRACIAS POR COMENTAR!