Liturgia:
Hoy celebra la liturgia la fiesta de
San Andrés, apóstol, el primero o uno de los dos primeros que encontraron al
Señor, lo mismo si se toman a los sinópticos que si se toma a San Juan. En los
sinópticos, junto a su hermano Simón (Pedro), como nos lo deja el evangelio de
la fiesta (Mt.4,18-32), como si toma la lista de los Doce, en los que Andrés
aparece en segundo lugar, como el hermano de Simón. Si se hubiera tomado el.
Evangelio de San Juan, Andrés es uno de los dos que siguieron a Jesús, tras
preguntarle: ¿Dónde vives?
Posiblemente es el primer encuentro cronológicamente:
Andrés es uno de los discípulos de Juan Bautista que se dejan atraer por la
figura de Jesús, a quien preguntan: “Dónde vives” y permanecen todo el día
junto al Maestro. A Andrés se le debe el encuentro de Jesús con Simón, porque
Andrés, al regresar a su casa, le comunica a su hermano el hallazgo que ha
tenido. Y acaba llevando a Simón hasta el Señor.
La llamada de Jesús está muy explicitada en San Lucas; en
el texto de hoy (Mt.) va por derecho a la situación: paseando Jesús junto al mar de Galilea, vio a dos hermanos, a Simón, al
que llaman Pedro, y a Andrés, que estaban echando el copo en el lago, porque
eran pescadores.
Jesús se detuvo ante ellos, los observó con curiosidad y
con una mirada mucho más honda todavía, y les
dijo: Veníos conmigo y os haré pescadores de hombres. Yo siempre me he
preguntado qué pudieron entender aquellos dos hombres rudos de lo que
significaría ser “pescadores de hombres”. Porque es evidente que ellos no
pudieron entender lo que nosotros hoy sabemos que significaba aquella palabra.
Pero ahí está la maravilla: que aquellos dos hombres inmediatamente dejaron las redes y lo
siguieron. Ahí está toda la razón de ser de este apóstol, que no tiene
mayores intervenciones a lo largo de los evangelios, pero que encierra el
mérito de haberse ido tras de Jesús sin la menor garantía de lo que podría significar
aquella llamada. Luego acabará en el martirio, crucificado en una cruz en forma
de aspa, que se llama “la cruz de San Andrés”, dando la vida por fidelidad al
Maestro, aquel al que siguió a ojos ciegas como consecuencia del primer paso
dado junto al lago de Galilea.
De ahí la 1ª lectura (Rom.10,9-18), que proclama “qué hermosos son los pies de los que
anuncian el evangelio”, con ese “mensaje
que consiste en hablar de Cristo”, y que gracias a la obra de los apóstoles
“a toda la tierra alcanza su pregón y
hasta los límites del orbe, su lenguaje”.
Porque ellos, los apóstoles, son los que nos dieron a
conocer a Cristo, y gracias a ello podemos invocarlo. Por la parte negativa, no todos han prestado oído al evangelio.
Ese es el dolor del creyente: que ve cómo hay quienes no acudieron a ese
mensaje que Jesús les ha trasmitido a lo largo de los siglos, a través de
apóstoles que vinieron siglo tras siglo detrás de los que Jesús había llamado
directamente, y que muchos también dieron su vida por el amor a Jesucristo y el
celo por su palabra.
En la lectura continua tenemos un breve evangelio
(Lc.21,29-33) en el que Jesús hace a las gentes que se fijen en la higuera o en
cualquier otro árbol. Cuando echan sus brotes sabe uno que la primavera está
cerca. Pues lo mismo ocurre cuando vean las señales que ha ido exponiendo en
días anteriores. Pero lejos de concluir de una forma trágica (viendo sólo los
desastres), nos abre la luz a la esperanza: sabed
que el Reino de Dios está cerca. Es la visión que quiere Jesucristo que nos
quede delante: que el final de los tiempos no está revestido de ropajes de
muerte sino de esperanzas del Reino de Dios, que se hace presente. El
cielo y la tierra pasarán; mis palabras no pasarán. Lo que permanece es
la palabra de salvación. Y por tanto lo que se abre camino es la esperanza.
Quede esto ahí, cuando estamos ya a un día de acabarse el año litúrgico, que
quiere dejarnos una visión doble de lo que es un final y lo que es un nuevo
principio. Pero principio que es el del Reino, y que, por tanto, ya no tendrá
fin.
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