Liturgia:
3ª carta de san Juan, el escrito más
breve de la Sagrada Escritura. La 1ª lectura recoge los versículos 5 al 8 y en
ellos el discípulo vuelve a insistir en el tema del amor al prójimo, alabando
al destinatario de la carta por sus ayudas a otros, aunque no son de sus
conocidos, pero en definitiva, hermanos en la fe. Ellos han hablado de tu caridad ante la comunidad de aquí.
Le encomienda una ayuda para el viaje de esos hermanos que
se habían puesto a trabajar por Cristo,
sin aceptar nada de los paganos.
Por eso –aquí saca las consecuencias para una aplicación
general- debemos sostener a hombres como
ellos, cooperando así en la propagación de la verdad.
En Lc.18,1-8 Jesús quiere enseñar la constancia y la fuerza
que se ha de poner en la oracion. Y lo hace, muy a su estilo, con exposición
extrema de un caso ficticio pero que le ayuda para enseñar lo que él quiere
enseñar.
Inventa el caso de un juez al que acude una viuda que le
pide justicia frente a su adversario. El juez, por algún tiempo, no le hace
caso, pero la viuda insiste y se ha de pensar que cada vez con más fuerza.
El juez, al que no importaban ni Dios ni hombres para
llegar a hacer justicia, llega a plantearse que esa viuda insistente es capaz
hasta de pegarle. Y entonces acaba por escucharla y sentenciar de acuerdo con
la justicia que reclamaba la mujer.
Y tras esa dramatización, Jesús saca la consecuencia que
pretendía enseñar: que en nuestra oración seamos insistentes ante Dios, quien
hará justicia a sus elegidos.
La interrogación que Jesús plantea es si encontrará en su
pueblo esa fe de la confianza de la persona en Dios, como para no desmayar en
la petición, aunque no siempre venga la respuesta ni con la rapidez que uno
quisiera ni, quizás, en la forma que se había planteado la petición.
Con frecuencia encontramos a personas desanimadas porque
“Dios no me oye”. Jesús nos ha puesto por delante un caso en el que tampoco la
viuda encontraba la respuesta a la primera de cambio.
Jesús enseña a insistir, repetir…, y esperar con confianza
de que Dios no se retrasa como la persona cree sino que está siguiendo una
pedagogía. Unas veces habrá que matizar la petición; otras veces habrá que
cambiarla; otras veces habrá que completarla con un abandono más confiado a lo
que sea voluntad de Dios.
También Jesús, en el Huerto, se pasó tres horas suplicando
en un determinado sentido: que pasase aquel cáliz sin beberlo…, y aparentemente
no fue escuchado, a juzgar por los hechos que nos narra la Pasión. Y sin
embargo dice la carta a los Hebreos que “fue
escuchado por su reverencia”. Y los evangelistas nos dicen que “un ángel le daba fuerzas”. Es una
realidad que hubo respuesta de Dios, aunque no fue la que parecía a Jesús que
tenía que venir: la liberación de aquel tormento que le esperaba. La realidad
fue que Jesús matizó su inicial petición con una segunda parte muy importante: pero no se haga como yo quiero sino como
quieres Tú. Y de hecho Jesús salió fortalecido para arrostrar los
espantosos pasos de su Pasión, hasta llegar al momento final en que deposita su
espíritu en los brazos del Padre.
La oración no se ha perdido. La respuesta de Dios ha
llegado. Otra cosa es que no fue lo primero que se pedía. Lo importante es que
el que pide sea cada vez más consciente de su petición, y que en muchos casos
haya de matizar y, en definitiva, echarse confiadamente en los brazos de Dios.
Y Dios actuará.
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