Liturgia:
Otra carta íntima de San Pablo es la carta
a los fieles de Filipos. Hoy tenemos la perícopa de 1,18-26, y en ella
expresiones muy sentidas de Pablo, quien confiesa que no quiere ni vivir ni
morir, y que por su vida o por su muerte, lo que quiere a toda costa es que
Cristo sea glorificado. Con tal que se
anuncie a Cristo, me alegro y me seguiré alegrando porque esto será para mi
bien. Y no se apoya en sí mismo, que –al fin y al cabo- es un prisionero,
sino que todo lo tiene gracias a vuestras
oraciones y al espíritu de Cristo que me socorre. No sólo lo piensa, sino
que lo espero con impaciencia porque en
ningún caso saldré derrotado: al contrario, ahora como siempre, Cristo será
glorificado en mi cuerpo, sea por mi vida, sea por mi muerte. Para mí la vida es Cristo y una ganancia el
morir. Pablo está exaltado en su emoción interior.
Y se plantea un dilema: si pensara sólo en él, lo mejor
para él sería morir y gozar del encuentro con Jesucristo. Pero piensa en los
filipenses y no sabe si será mejor para ellos el seguir viviendo. Y en ese
dilema, él escoge lo que sea de mayor bien de ellos. Por lo que barrunta que
por ahora va a vivir para que avancéis
alegres en vuestra fe, de modo que el orgullo cristiano que sentís por mí,
rebose cuando me encuentre de nuevo entre vosotros.
En Lucas 14,1.7-11 Jesús está invitado un sábado en casa de
un fariseo principal para comer con él. Pero como los fariseos no saben hacer
las cosas limpias, le estaban espiando.
Le seguían cada palabra y cada movimiento. Y Jesús es consciente de ello y
entra directamente a dar su punto de vista ante lo que está observando: que
cada cual pugnaba por ocupar los puestos de más honor, los primeros puestos
cercanos al anfitrión.
Y Jesús entra por derecho: Cuando os inviten a una boda, no te sientes en el puesto principal, no
sea que hayan invitado a otro de más categoría que tú, y vendrá el que te
convidó a ti y a él y te dirá: “Cédele el puesto a éste”. Entonces, avergonzado,
irás a sentarte en el último puesto. El razonamiento es muy lógico. Y
estaba dando en el clavo de lo que estaba viendo en aquellos hombres que, casi
como niños, buscaban sentarse en los puestos primeros de la mesa.
Los fariseos debían pensar que Jesús era un iluso que no
entendía nada de la vida. Y en el fondo de sus corazones estaban mofándose de
él. Pero Jesús continuó poniendo ahora
el mismo tema desde el ángulo positivo. Al
revés, cuando te conviden, vete a sentarte en el último puesto, para que cuando
venga el que te convidó, te diga: “Amigo, sube más arriba”. Entonces quedarás
muy bien ante todos los comensales.
Puede parecer que Jesús enseña una estrategia para quedar
mejor, pero en realidad lo que está diciendo es que se proceda con humildad,
porque la humildad –como dice Santa Teresa- “da jaque al rey”: es la que gana
la partida. Lo que no es de recibo es la postura de los fariseos, siempre
pretendiendo medrar externamente y ser saludados y reconocidos en lo exterior,
en las meras apariencias. Y Jesús va al fondo de la cuestión para hacer caer en
la cuenta de que esa no es la manera de vivir dignamente la vida. Más vale
situarse al final, porque si es el puesto que corresponde, ya se tiene y se ha
sabido adoptar como propio. Y no pasa nada. El último puesto como el primero,
será un puesto en el banquete.
Pero si te corresponde un puesto más digno, será el propio
anfitrión el que te hará subir.
En la vida, ante Dios, somos lo que somos y ocupamos el
puesto que ocupamos. Lo absurdo es pretender ser más por apariencias externas.
Dios sabe el puesto que nos corresponde. Y la humildad por nuestra parte está
en dejarnos situar allí donde Dios quiere. Y los habrá que suben más que
nosotros y los que están más bajos que nosotros. Pero al arte que Jesús nos
enseña es el de ser los últimos para
poder ser los primeros, o como concluye el texto de hoy: Porque todo el que se enaltece será humillado,
y el que se humilla será enaltecido, que ya no es el tema de los puestos en
el banquete sino la actitud básica que hay que adoptar en la vida real.
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