Liturgia:
Sigue el Apocalipsis la visión del
Cielo (5,1-10) pero hoy no se detiene en el trono de Dios Creador sino en
JESUCRISTO REDENTOR, que llevará a cabo los planes
salvadores de Dios. Es EL CORDERO,
que vive pero que se nota que ha sido degollado. Se significa la muerte en el
hecho de ese degüello, y se expresa la resurrección en que está ante el trono
de Dios..
Hay un “rollo sellado con 7 sellos”
(=secretísimo), que contiene los pormenores de la historia humana. Nadie puede saberlos ni en el cielo, ni en la
tierra, ni en el abismo. Y Juan, el vidente, llora porque la revelación no
sería posible.
Pero uno de los “ancianos” citados
ayer, le anuncia que EL CORDERO sí puede abrirlos. Lleva en su cabeza “7 cuernos” (no
saliendo de la cabeza en forma monstruosa, sino como cascos con cuernos,
símbolo de poder). Diríamos en nuestro
lenguaje: “estrellas de 8 puntas”, indicando el máximo poder. Y por
tanto el que es capaz de abrir ese rollo escrito por dentro y por fuera, pero
sellado con los 7 sellos.
El Cordero se acerca al que está
sentado en el trono, al mismo Dios, que le da el libro con la mano derecha. Es
el momento en el que los “24 ancianos” y los “4 vivientes”,
cantan de alegría un canto nuevo de gloria a Dios y al Cordero: Eres digno de tomar el libro y de abrir sus
sellos, porque fuiste degollado, y con tu sangre has comprado para Dios hombres
de toda tribu, lengua, pueblo y nación.
San Lucas nos muestra ya a Jesús
llegando a Jerusalén en su última visita (19,41-44) y llorando ante la visión del
Templo y de la Ciudad Santa, porque “si
al menos tú comprendieras en este día lo que conduce a la paz... “Todavía”
es hora…, si al menos en este día…
Contrasta ese llanto con el contexto
en que se produce (y que no se ha leído) del triunfo mesiánico que supuso la
entrada triunfal de Jesucristo en la Ciudad Santa, en que es proclamado Mesías
por un pueblo enfervorizado que aclama al que es bendito que viene, el Rey, en nombre del Señor: ¡paz en el cielo y
gloria en las alturas!
Jesús
llora lágrimas humanas y sinceras por lo impenitente de aquellos jefes, que
tenían cerrado al camino para acoger el mensaje de la salvación que Cristo les
traía, mensaje de paz. Pero está
escondido a tus ojos. Y llegará un día en que tus enemigos te rodearán de
trincheras, te sitiarán, apretarán el cerco, te arrasarán con tus hijos dentro,
y no dejarán piedra sobre piedra. Porque no conociste el momento de mi venida.
Se describe la ruina de Jerusalén que
luego llevó a cabo Tito por parte de Roma, y que verdaderamente no dejó más que
lo que hoy se conoce como el muro de las lamentaciones. Todo un símbolo de lo
que es perderse una historia –la del pueblo judío- para comenzar otra, la del
Reino de Cristo. Entra dentro de la misteriosa providencia de Dios que, tras el
telón humano de los hechos desastrosos, está la mirada de Dios sobre la
historia, que es la salvación que Cristo trae: lo que trae la paz, que equivale a expresar una visita de Dios.
No podemos perder de vista que estamos
en el final de la vida pública de Jesús en
el evangelio de Lucas, y que todo apunta hacia el final de los tiempos. Y para
el pueblo judío la destrucción del Templo y de la Ciudad equivalía a un final
total. Que es un constante montaje que se produce en esta “literatura
apocalíptica” en la que culmina la narración de los sinópticos toda la vida
pública de Jesús: el final del pueblo de Dios (pueblo judío) y el final del
mundo, sin una separación en las descripciones que hagan visible a cuál de las
dos realidades se está refiriendo el texto.
Visto desde nuestra visión de fe, es
una clara apertura hacia la esperanza en la salvación que Cristo trae, que se
ha de producir en su plenitud tras la muerte, enfrentando ya la gran visita del
Señor, a la que estamos abocados todos. Sería una forma de entender también el vino nuevo en odres nuevos, porque tras
la ruina de Jerusalén se abre el camino del cristianismo.
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