El viernes, ESCUELA DE ORACIÓN.-Málaga
Liturgia:
Tenemos de 1ª lectura la carta más
breve de San Pablo, la que escribe a su discípulo Filemón, un cristiano que ha
despedido a su esclavo Onésimo, otro cristiano que tenía a su servicio. Onésimo
le cuenta a Pablo su situación, y Pablo escribe a Filemón a favor de Onésimo.
Empieza Pablo con una alabanza a Filemón (7-20) por las
ayudas que ha prestado al pueblo santo, aliviándole de sus sufrimientos. Eso
mismo le da pie para rogarle ahora. Podría indicarle lo que debe hacer, pero
prefiere apelar a su caridad, ese Pablo anciano y prisionero por Cristo Jesús.
Opta por recomendarle a Onésimo, “mi hijo, a quien he engendrado en la prisión”, y le toca a Filemón
las fibras más sensibles: Onésimo te era inútil… Ahora es útil para ti y para
mí. Te lo envío como algo de mis entrañas.
Y le hace saber a Filemón que en realidad sería para Pablo un consuelo
retenerlo consigo para que me sirviera en
tu lugar en esta prisión que sufro por el Evangelio.
Y aunque a mí me sería muy útil en mi prisión, no he querido retenerlo sin contar contigo.
Así me harás este favor, no por fuerza sino con toda libertad.
Y a continuación va estrechando el lazo para que sea el
propio Filemón el que resuelva la situación. Quizás se apartó de ti para que le recobres ahora para siempre, y no como esclavo, sino mucho mejor, como
hermano querido.
Pablo está utilizando el sentido del afecto para mover
favorablemente a Filemón: Si yo quiero
tanto a Onésimo, ¡cuánto más lo has de querer tú como hombre y como cristiano!
Si me consideras compañero tuyo, recíbelo a él como a mí mismo.
Y luego emplea una cierta ironía que acaba cerrando el
tema: Si te debe algo, ponlo en mi
cuenta; yo, Pablo, te firmo el pagaré de mi puño y letra…, para no hablar de que tú me debes tu propia persona.
La carta es un dechado de exigencia cristiana, llevado el
asunto con pasos in crescendo, para obligar a Filemón a aceptar a Onésimo, pero
ahora ya no como esclavo.
A Jesús le preguntan unos fariseos cuándo iba a llegar el
Reino de Dios. (Lc.17,20-25). Y Jesús les responde que no esperen apariciones
espectaculares, ni hay que hacer caso a los que digan que llega “aquí” o
“allí”. Sencillamente el Reino de Dios se dará dentro de cada uno. Es un reino
interior.
Y vuelto a sus discípulos, les advierte que llegará un tiempo en que desearéis vivir un
día con el Hijo del hombre, y no podréis. Un día en que Jesús ya no estará
presente entre los hombres, aunque todos desearían poderlo tener a la mano. Por ello, si os dicen que está aquí o que está allí,
no os vayáis detrás.
Pienso que esto podría leerse hoy día muy de veras en medio
de tantos intentos de grupúsculos que pretenden apoyarse en apariciones o
manifestaciones, y escritos alarmistas, pretendiendo siempre decirnos que “Jesús
ha dicho” o que “la Virgen ha dicho”, fruto de la imaginación de determinadas
mentes que no se adaptan al evangelio y pretenden influir en las gentes a
través de miedos y amenazas. Piensan que con ello hacen un servicio a la causa
de Cristo, pero en realidad crean más oposición y rechazo.
Lo que Jesús dice es que no se crea en esos anuncios. Lo
real es que el Hijo del hombre se presentará como un relámpago que cruza de
oriente a occidente, de un horizonte a otro. Ahora bien: mientras tanto espera
mucho sufrimiento y la reprobación de esta generación. Algo que podemos ver
claramente en la vida actual de la Iglesia, en el sufrimiento de muchos
cristianos, en las persecuciones abiertas o solapadas, en ese rechazo de muchas
gentes a la Religión de Dios. Es la reprobación que esta generación actual hace
de la Iglesia: Incluso en muchos creyentes católicos que se han posicionado
contra el Papa, en quien persiguen al mismo Cristo… El Papa está siendo hoy el
que continúa el paso de Jesús por entre aquel pueblo, y sus dirigentes y sus
fanáticos se ensañaron con Cristo y lo despreciaron y lo persiguieron, y lo
mataron. Algo de eso están haciendo algunos católicos actuales, rubricando la
frase misma de Jesucristo: Pero antes
tiene que padecer mucho y ser reprobado por esta generación.
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