Liturgia:
Entramos, por espacio de poco más de
un mes en el tiempo que la liturgia llama “Tiempo Ordinario”, en su versión de “año
par”. Se mantendrá hasta la Cuaresma y luego se reanudará pasado Pentecostés.
Su nota característica son los ornamentos verdes de los domingos y de aquellos
días en los que no haya celebración concreta de algún santo o fiesta
particular, o no escoja el sacerdote los ornamentos correspondientes a la Misa “votiva”
que él haya elegido. Hay una gran riqueza de Misas llamadas “votivas”, bien
sean por intenciones generales (la Iglesia, el Papa, necesidades, familia,
vocaciones, acción de gracias, la unión de los cristianos, la propagación de la
fe cristiana, etc.), y otras de sentido más particular como la Eucaristía, el
sacerdocio de Jesucristo, la Misericordia, el nombre o la Sangre de Jesús, la
Virgen, algunos santos relevantes de la Iglesia… Dan variedad a la pastoral,
para no estar repitiendo un día y otro el formulario del domingo anterior. Las
lecturas deben seguir generalmente la llamada “lectura continua” y tiene
preferencia a otras lecturas, siempre que en una determinada iglesia o lugar no
se celebre un Patrón o una fiesta de índole particular. La lectura continua da
esa continuidad al mensaje que la Iglesia pretende para la formación de los
fieles. La palabra breve con la que el Sacerdote celebrante explica el
contenido de esas lecturas, ayuda a encontrar el hilo conductor que la liturgia
ha buscado trasmitir.
Comenzamos hoy la 1ª semana del año litúrgico, par, con una
historia que nos cuenta el primer libro de Samuel (1,1-8). De suyo es una
presentación de un suceso más importante que va a suceder después. Hoy se
presenta el estado de la cuestión: Elcaná, hombre bueno y virtuoso, tenía –al estilo
de entonces- dos esposas: Ana y Fenina. Fenina tenía hijos y Ana no, porque era
estéril. Elcaná repartía raciones a Fenina para sus hijos e hijas, mientras que
a Ana, que era mujer sola, le daba una porción. Y Ana sufría mucho con aquello,
y lloraba, Elcaná le preguntaba por qué lloraba, siendo así que él la quería
mucho y pretendía suplir con su cariño el que a ella le faltaba de unos hijos.
Queda ahí planteada la historia. Sólo planteada, porque lo
que seguirá es el meollo al que se ha dirigido este planteamiento.
El evangelio (Mc.1,14-20) es el comienzo de la vida pública
de Jesús. Jesús ha salido por el Lago de Galilea, y anda comunicando a las
gentes que se ha cumplido al plazo y que
está cerca el Reino de Dios. En consecuencia debe producirse un cambio en
los corazones de aquellas gentes, y Jesús les exhorta: Convertíos y creed la Buena Noticia. La llegada de Jesús supone una
novedad, y tal novedad que es la entrada de una nueva etapa de la historia: el
reino de Dios, y la Buena Noticia. Hay que creer en esa Buena Noticia. Hay que
creer en el Evangelio. Y creer no es solo un acto de la mente sino del corazón
y una implicación en ese nuevo mundo que nos trasmite esa palabra de Dios.
Se plasma esa novedad es la llamada a los dos primeros
hombres que van a acompañar a Jesús, llamados por él: Venid conmigo y os haré pescadores de hombres. Eran Andrés y Simón,
los propietarios de una barca, que se hallaban en ese momento echando el copo
en el Lago. Los dos no se lo pensaron. Dejaron la labor en manos de los
jornaleros y ellos se fueron con Jesús. Me quedo siempre pensando qué conversación
llevaron con Jesús. Qué les habló Jesús y qué contaron ellos…
Claro que no dio mucho tiempo a contar historias porque al
pasar junto a otros dos pescadores, Santiago y Juan, que estaban repasando sus
redes para la siguiente faena. Jesús los llamó. Ellos vieron que sus compañeros
de trabajo, Simón y Andrés, iban acompañando al que los llamaba, y dejaron todo
lo que tenían entre manos y a su padre Zebedeo y se fueron con ellos. La
conversación se animó. Eran 4 pescadores con sus historias, las más recientes.
Y con el misterio de ser desde ahora “pecadores de hombres”, algo que no era
fácil de interpretar pero que podía entenderse de alguna manera. Hasta ahora
habían vivido entre peces y negocio de venta de sus pescas. Ahora irían a
hablar con los hombres y a manifestarles su emoción por la llamada de aquel
hombre, Jesús, que les había invitado a realizar una misión original.
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