LITURGIA
Hoy me es más difícil abordar el tema de acuerdo con
la liturgia porque no tengo a mano las lecturas correspondientes. Y aunque haga
alusión a ellas, no las voy a seguir detenidamente. Más me voy a quedar en la narración
de los Magos, que San Mateo nos trae en el capítulo 2,1-12.
Por los días del
nacimiento del Niño Jesús, a los pastores, que eran del pueblo judío, Dios les
convoca por medio de ángeles, porque para ellos eran parte de su fe y de sus
creencias. Jesús les había nacido a ellos, como Mesías y Señor. Y lo
entendieron perfectamente y fueron a adorarlo.
Pero Jesús no es sólo
para los judíos. También los otros pueblos han de conocerlo y han de saber que
viene para ellos. ¿Cómo presentar la llegada de ese Salvador a pueblos que no
entienden de los símbolos y creencias judías? San Mateo nos lo expresa con la
curiosa aparición de una estrella, allá en los países orientales. O bien – que también
puede ser- una estrella que aparece en el oriente del firmamento. El hecho
entonces es que unos estudiosos del mundo sideral advierten aquella extraña
estrella y la interpretan como un signo sobrenatural. Y no cualquier
significado sino que para ellos expresa el signo de haber nacido el Rey de los
judíos. He aquí un misterio para nosotros porque no podríamos comprender que una
estrella –por extraña que fuera- podría remitir a un hecho tan concreto como
que en Israel ha nacido un rey. Así lo dice el relato
Y aquellos estudiosos
de los astros deciden ponerse en camino para rendir vasallaje al recién nacido
rey. Y surge todo ese mundo fantástico de una caravana de camellos y
dromedarios (aplicación de un texto bíblico) y un variopinto cortejo de hombres
de diversa piel y vestimenta, que se vienen a Jerusalén, el lugar donde reside
la monarquía de Israel. Allí tendría que estar ese rey recién nacido.
Pero ya de entrada se
topan con la realidad de que ni allí hay un rey recién nacido, ni el rey
Herodes tiene noticia de él. La estrella, que –también misteriosamente les
había guido por el camino- aquí desaparece. Y ahora están sin estrella y sin
que nadie sepa nada del tal rey. Y sólo a base de estudio de los entendidos, se
puede sacar en claro que en Belén de Judá
había de nacer un jefe que pastoreará a Israel. Mala noticia para el
sanguinario Herodes, que había matado a
30 personas, incluida su esposa, en cuanto sospechaba que podían ser una
amenaza para su trono.
Encaminó a los magos
hacia Belén, y con ladina maldad les encomendó que se enteraran bien de aquel
niño, porque así iría él a adorarlo. Astucia con la que pretendía eliminar a
aquel que podía amenazar su reinado. Bien visto, aquellos orientales debían
estar muy recelosos de Herodes, que se había mostrado nervioso (y toda
Jerusalén con él…, nos dice el autor del relato para expresar el problema que
se ha creado).
Los magos tienen la
alegría de ver de nuevo la estrella, que marcha delante de ellos… (otro dato no
menos curioso), y que para remate viene a
posarse sobre la casa sobre la que estaba el Niño. No deja de ser una
estrella muy original.
Y entrando, hallan al
Niño, con María su madre y José. Y resulta que el “Rey” es un niño de pobre
familia, cuya casa es una habitación pobre y en donde todo habla de pobreza. Y
no obstante, los magos se postran y adoran, y ofrecen los dones que traen: oro,
incienso y mirra. Los santos Padres de la Iglesia primera le buscaron el
sentido del oro como a un rey, incienso que corresponde a Dios, y mirra que es
propio de hombre porque con mirra se embalsamaban los cadáveres. Si eso lo pretendió lo evangelista es cosa
que estaría por ver. De suyo se trata de especies propias de aquellas tierras
de donde proceden los magos, y expresan su vasallaje a ese recién nacido rey.
Ahora surge la
comunicación del cielo a aquellos hombres para que no vayan a Herodes, y se
vuelven a sus tierras por otro camino. Ahí acaba el tema de hoy, FIESTA DE
EPIFANÍA, palabra que indica MANIFESACIÓN, porque fue la revelación que Dios
hizo de la presencia de Jesús, el Salvador, a los pueblos paganos.
Llevado al tema
nuestro, ya en la EUCARISTÍA, nos indicaría que no podemos presentarnos ante
Jesús con las manos vacías y que hemos de saber ofrecer lo mejor que podemos tener
en “nuestra tierra” personal. Si ofrecemos lo que tenemos, lo mejor que
tenemos, habremos llegado a la Comunión con algo más que la devoción.
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