Día 3º del octavario por la unión de las iglesias
Liturgia:
Comienza el 2º libro de Samuel y lo
hace con la muerte de Saúl. 1,1-4.11-12.19.23-27. Saúl con su hijo Jonatán han
salido a la guerra y en ella mueren los dos. Se lo comunican a David al tercer
día y David lo lamenta profundamente, con alabanzas hacia Saúl y con el afecto
de gran amistad que le unía a Jonatán. David rasga sus vestiduras, señal de
hondo dolor insufrible por la muerte de esos
dos amigos queridos. David no toma en cuenta todas las veces que Saúl había
actuado contra él. Sólo evoca su amistad y sus propios buenos sentimientos. Trasmite
su dolor hacia el pueblo, y lamenta la pérdida de los valientes.
El evangelio es muy breve pero significativo: Mc.3,20-21.
Jesús y sus apóstoles estaban entregados completamente a la misión. La realidad
es que no tenían tiempo ni para comer porque la gente se les venía encima, tan
necesitados como estaban.
Se enteran los familiares de Jesús y vienen con la
pretensión de llevárselo con ellos, porque piensan
que no está en sus cabales. Y el evangelio de hoy no dice más.
Lo que es patente es que no consiguieron su intento y que
Jesús continuó su obra. Que Jesús había venido a gastarse y desgastarse por el
Reino. Y que había infundido en sus Doce ese celo por las almas, por el que él
y los apóstoles tenían que vaciarse a favor de las gentes y de las obras
liberadoras a las que habían sido enviados: predicar, echar demonios, estar con
Jesús y repetir en ellos la vida de Jesús.
No hay mucho más que se pueda decir de ese evangelio. Lo
demás son ya consideraciones que surgen a propósito de esa breve narración.
Jesús había enseñado que quien no pospone a su padre y a su madre, a sus hermanos…, en relación
con él, no puede ser discípulo suyo. Y ese mismo principio lo vive él
respecto del Reino y respecto de su relación con Dios: primero es la misión
para la que ha sido enviado, y luego es la familia. Y la familia, en tanto en
cuanto que no desvíe del orden general.
Eso ha sido un principio que ha de haberse vivido siempre,
y aún en el caso de familias religiosas donde ha habido un sentido claro de
respeto a Dios. Pero hoy adquiere mucha mayor vigencia cuando las familias no
se inclinan prioritariamente por poner a Dios lo primero, imbuidas por el
sentido pragmático de la vida por el que pretenden asegurar antes el futuro
civil de los jóvenes, y pretenden que el tema de la vocación se deje para
tiempos posteriores, cuando esos jóvenes hayan conseguido ya sus carreras y su
estabilización social.
El tema que ahí se discutiría es el del “momento de Dios”,
el kairós de Dios para una vocación,
que está madura cuando está madura. Antes esta verde y luego se pasa. Y cuando
se ha perdido el tren, no se puede volver a tomar. Puede ocurrir que Dios
quiera volver a llamar, pero puede ocurrir que Dios ya no “pasa” con su llamada
por la puerta de aquella persona y de aquella familia. Ahí también tenemos a
esos familiares que piensan que sus deudos han perdido la cabeza cuando ellos
han puesto sobre la mesa la posibilidad de una llamada de Dios.
Avanzando más en esta reflexión: ¿fomentan las familias
cristianas, la idea de la vocación en sus hijos? ¿Se crean ambientes
espirituales y religiosos como para que pueda prender una vocación al
sacerdocio o a la vida religiosa? Porque la gracia no transforma la naturaleza,
pero “la naturaleza” se puede preparar en uno u otro sentido. Y la realidad es
que la fe entra por el oído y por el estilo de vida que en una familia se ha
mamado. Yo sé perfectamente que Dios pudo tocarme por cualquier resorte de los
que se fueron presentando en mi vida. Pero mis raíces se hundieron en el clima
familiar que tuve la suerte de vivir, y de esas raíces fue mucho más “lógico”
que surgiera el árbol que ha crecido en la juventud y ha perdurado por los años.
¡Cuánto pueden tener de importancia las familias en la
situación actual de las vocaciones!
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