Liturgia:
El pecado de David –o los pecados de
David- no podían quedar impunes. Dios no le retira su favor al rey pero le
corrige a través del profeta Natán. Dios lo envía a David (2Sam.12,1-7.10-17) y
lo va a hacer de manera que David no pueda pretender justificarse.
Natán entra a la presencia del rey con un “caso ajeno”,
ocurrido en su reino. Una verdadera parábola que no tiene vuelta de hoja: un
rico, que tiene todo a su favor, ha abusado de un pobre que sólo tenía una
ovejita, a la que cuidaba como una hija. Se la ha arrebatado el rico para dar
un banquete a sus súbditos sin tener que echar mano de sus propias riquezas.
David se indigna. Ver el pecado de otro es muy fácil y
pronto hace uno el juicio y da la sentencia: El que ha hecho eso, es reo de muerte. Y Natán ahora le quita el
velo de los ojos y le dice claramente: ¡Ese
hombre eres tú! Y Natán le hace el examen de lo que ha hecho, siendo así
que tenía todo a su favor sin tocar a la mujer de Urías. Tú lo hiciste a escondidas; Dios lo hará a la luz del día
Y David cae rendidamente: He pecado contra el Señor. Y Natán le responde: Dios ha perdonado tu pecado, pero el hijo
que has engendrado morirá por haber despreciado tú al Señor.
Más de uno se preguntará por qué el niño va a pagar el
pecado del padre. Creo que es una manera de explicar el sentido del pecado mortal (que origina muerte). Y
como hay cosas que no se llegan a captar si no es con situaciones extremas, el
pecado mortal múltiple de David se salda con un hecho de muerte.
David oró, se humilló, ayunó para que ese niño no muriera,
pero la sentencia de muerte la había acarreado él con su reiterado pecado, que
había acabado con la muerte de Urías: otra vez la muerte como consecuencia del
pecado cometido. Y hay que reconocer que pedagógicamente era la forma más clara
de que David fuera más plenamente consciente de su acción.
San Ignacio de Loyola no se conforma con que el ejercitante
se sienta avergonzado de sus pecados. Ni siquiera que haga un acto de verdadera
contrición (arrepentimiento por puro amor de Dios). Quiere Ignacio que se
paladee el agrio asqueroso del pecado hasta provocar el aborrecimiento del pecado.
Pues esa pedagogía es la que –en la ampulosidad oriental- ha de mascar David
para aborrecer de corazón lo que ha hecho. Decía un individuo metido en carnes:
Yo peco y no me pasa nada.
Evidentemente hubiera necesitado de una cierta pedagogía para entender que el
pecado mata. Y fue la experiencia que tuvo David, allí mismo donde estaba la
consecuencia de su pecado.
Mc.4,15-40 es un episodio muy especial. Es Jesús quien dice
de pasar a la otra orilla. No ha
ocurrido nada especial para esa travesía. Y cuando están en mitad del Lago, se
levanta una tremenda tempestad, mientras Jesús duerme a popa, sobre un cabezal (La traducción que habla de
“almohadón” no parece la más adecuada en una barca de pesca). Duerme mientras las olas irrumpían contra la barca hasta
llenarla de agua, y evidentemente salpicaban y mojaban a los que estaban en
la barca. ¿Y Jesús dormía? ¿Realmente dormía en esas circunstancias?
Para mí que Jesús estaba provocando la reacción de aquellos
hombres que pretendían resolver el problema por sus fuerzas, achicando agua
como podían…, y la verdad es que apenas podían ya hacer nada.
“Nada” hasta que optan por la solución única en ese
momento: “despertar” a Jesús, zangarrearlo en medio de los nervios de aquellas
circunstancias, y gritarle: ¿No se te da
nada, que nos vamos a pique? Había querido Jesús que fueran muy conscientes
de su impotencia y de que hay cosas en la vida que hay que resolverlas orando…,
“despertando” a Jesús.
Y Jesús, en medio de aquel mar que bamboleaba la barca, se
puso en pie y se sostuvo en pie e increpó
al viento y dijo al Lago: ¡Silencio, cállate! Y el viento cesó y vino una gran
calma. Y todavía les dijo a sus hombres: ¿Por qué habéis dudado? ¡Qué poca fe! Todavía se permitió Jesús esa
sana ironía, en medio del estupor de aquellos apóstoles, que se quedaron espantados y se decían unos a
otros: Pero ¿quién es este? Hasta
los vientos y el mar le obedecen.
Quiera concedernos el Señor la respuesta a esa pregunta que
se hicieron los discípulos. Que bien sabemos QUIÉN ES ESTE, aunque necesitamos
cada día ahondar más y más en el conocimiento interno del Señor a través de
nuestra contemplación del evangelio. Y a más conocerlo, y a más
interiorización, más amarlo y más servirlo.
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