Liturgia: El bautismo de Jesús
El domingo siguiente a la fiesta de
Epifanía se celebra el BAUTISMO DE JESÚS. Jesús salió de Nazaret hacia aquel
lugar donde bautizaba Juan, que representaba el movimiento espiritual más
fuerte del momento. Jesús se une a él y entra en la fila de los que son bautizados.
El bautismo de Juan era un bautismo de penitencia, donde cada uno confesaba sus
pecados, Evidentemente Jesús no tiene pecados y no tiene nada que confesar, y el Bautista, con una inspiración de Dios, se
resiste a bautizar a Jesús, porque yo
debo ser bautizado por ti ¿y tú vienes a mí? Porque yo bautizo en agua, y viene detrás de mí el que os bautizará en
Espíritu Santo. Pero Jesús insta a Juan a que lo bautice, porque así conviene para realizar la bondad
completa. Y el Bautista bautiza a Jesús y en aquel instante se abren los
cielos y aparece el Espíritu Santo en forma de una paloma y se oye la voz del
Padre que dice: Éste es mi Hijo amado, mi
predilecto: el Mesías. (Mc.1,6-11)
Hay especialistas bíblicos que consideran este momento como
el de la vocación de Jesús, el
momento en que Jesús toma conciencia de su vocación mesiánica. Y por eso toca
ahora realizar la justicia completa, la bondad como actitud de vida.
Aquí encaja la 1ª lectura (Is.42,1-4.6-7) que describe esa “santidad
plena” del Mesías, mi elegido, a quien prefiero
(las mismas palabras del evangelio de hoy), sobre
el que he puesto mi Espíritu, para que traiga el derecho a las naciones. Su
característica es la paz, de modo que no
quebrará la caña que está a punto de romperse ni apagará el pabilo que está a
punto de extinguirse. Por el contrario, promoverá
el derecho en la tierra y sus leyes que espera el orbe. Ese Mesías, Jesús,
Señor, ha sido tomado de la mano de Dios
y lo ha hecho alianza de un pueblo, luz de todas las naciones, para que abra
los ojos a los ciegos, y abra las prisiones a los cautivos del pecado
De ahí, la
conclusión que en pocas palabras define Pedro en la 2ª lectura (Hech,10,34-38)
en que presenta a Jesús como el hombre
que pasó por el mundo haciendo el bien, curando toda enfermedad y toda
dolencia, porque Dios estaba con él.
Eso nos lleva
a una conclusión personal muy concreta: nos toca ahora que entrar a diario en
la meditación del evangelio, porque necesitamos imbuirnos de ese Jesús que pasa
haciendo el bien y liberando de las fallas de la vida que cualquiera de
nosotros llevamos encima.
De hecho la
fiesta del bautismo del Señor nos lleva a la consideración de nuestro propio
Bautismo, el que trajo Jesús con Espíritu Santo. Cuando Jesús fue a bautizarse,
él no podía confesar pecados propios porque no los tenía. Pero para “realizar
la bondad plena” recoge en un inmenso saco los pecados que confesaban los
demás, y en definitiva los pecados de la humanidad entera. Y se los carga a las
espaldas y los lleva hasta su cruz, donde –con su sangre y muerte- acaba
limpiando al mundo de sus pecados. Jesucristo es verdaderamente bautizado con
su sangre y en esa sangre nosotros somos limpiados de nuestros pecados. Porque
Jesús resucita y en su resurrección hemos resucitado todos, de modo que nuestro
Bautismo nos pone en la órbita de Jesús para que reproduzcamos su vida y su
estilo y también, a través de nuestra muerte, resucitemos con él. Es la
vocación cristiana a la que hemos sido llamados, por la que recibimos la fe y
por la que tenemos la dicha de estar incorporados a la vida de Jesús.
Es la pena de
tantas criaturas de hoy cuyos padres, erróneamente. No bautizan a sus hijos,
privándolos de un don tan sublime, pensando –también erróneamente- que esos
hijos (que crecen sin defensa en medio de un mundo pagano), vayan a poder elegir
el día de mañana. Es como si no se les enseñaran otras normas básicas de
convivencia y se les dejara crecer en la ley de la selva, para que el “día de
mañana” ellos eligieran si querían la civilización. No se ocurre tal
despropósito. Y a los padres que se les ocurre algo semejante, luego se dan
cuenta que han criado unos hijos que son irreductibles a una vida civilizada
con los que se pueda convivir.
La EUCARISTÍA
es la plenitud de todo el proceso del Bautismo que hemos recibido. El Bautismo
nos abrió paso a la Eucaristía, en la que participamos plenamente de la muerte
y resurrección de Jesús, que es prenda de gloria futura, pues nosotros, bautizados,
estamos destinados a esa participación en la muerte de Cristo y a su
resurrección.
A Dios Padre,
que nos ha presentado a su Hijo amado y predilecto, dirigimos nuestra petición:
-
Que sepamos ser conscientes del valor de nuestro Bautismo, que nos une
a la muerte y resurrección de Cristo, Roguemos
al Señor.
-
Que en razón de nuestro Bautismo, nuestra fe permanezca intacta y
nuestro actuar sea consecuente, Roguemos
al Señor.
-
Que Dios inspire a los padres de familia a darle a sus hijos el tesoro
del Bautismo, fuente de fe y de vida cristiana, Roguemos al Señor.
-
Para que nuestra vivencia de la Eucaristía nos sea prenda segura de
vida eterna, Roguemos al Señor.
Concédenos,
Padre, ser conscientes de esa nueva vida que supone en nosotros el hecho de
estar Bautizados y regenerados por la Sangre de Jesús.
Tú, que vives y reinas por los siglos de los siglos.
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