2º día del octavario por la unión de las iglesias
Liturgia:
La 1ª lectura de hoy es larga.
1Sam.24,3-21 es la larga descripción de los muy diversos sentimientos de David
y Saúl. Porque Saúl ha salido con 3000 hombres en busca de David. David estaba
escondido con un puñado de hombres en una cueva de la Peña de los Rebecos. Y
mire por dónde Saúl tiene necesidad de entrar en aquella cueva, sin advertir
que David está dentro, en el fondo de la cueva.
Los acompañantes de David ven llegado el momento de que
David tome la justicia por su mano, saliendo sigilosamente de su escondite y
matando a Saúl. Pero está muy lejos de ello el pensamiento de David, que
respeta que Saúl está ungido por el Señor, y él nunca pondría las manos sobre
Saúl.
Lo que sí hace es deslizarse por la cueva hasta llegar a
cortar un filo del manto de Saúl, y aún de ese acto le quedó escrúpulo a David,
cuyos sentimientos eran tan distintos de los de Saúl.
Cuando Saúl estuvo en campo abierto, David se le presentó
con el trozo del manto en la mano, demostrándole al rey que podría haberlo matado,
pero que él no atenta contra el ungido del Señor.
Ahora, dice David a Saúl: Que el Señor sea nuestro juez, sentencie nuestro pleito, y defienda mi
causa. Saúl reconoce que David ha sido muy noble con él, y que podía
haberlo matado y no lo ha hecho, y le llega a profetizar que será rey, y que el
reino de Israel se consolidará en su mano.
El evangelio es un momento muy solemne y de especial
relevancia en la vida y misión de Jesús. Mc.3,13-19 trae la elección de Doce
hombres de entre los muchos discípulos que seguían a Jesús. Y constituye lo que
será el colegio apostólico, ese grupo que él quiso, y que en adelante
serán los doce inseparables de Jesús, testigos de sus gestas y de sus
sufrimientos, y los que reciben el legado de continuar la obra de Jesús cuando
él falte. Los hizo sus compañeros, para
enviarlos a predicar, con poder para expulsar demonios.
A mí se me llena el alma poniendo delante la lista. San
Marcos nos la da de esta manera: Simón, a
quien dio el sobrenombre de Pedro, Santiago el de Zebedeo y su hermano Juan, a
quienes dio el sobrenombre de Boanerges -los Truenos-. Andrés, Felipe,
Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago el de Alfeo, Tadeo, Simón el Cananeo y Judas
Iscariote, que lo entregó. Y se pone el vello de punta pasando por cada
nombre y saber que de ellos depende que hoy nosotros tengamos la fe de Cristo.
Y que de ellos hubo uno que rompió todo el sentido, y que ahí los tres
evangelistas sinópticos son los que ponen un “sobrenombre” que acaba la lista y
define a un hombre elegido por Jesús, y que se apartó de esa amistad y acabó
siendo “el que lo entregó”. Así ha pasado a la historia, así se le define, así
se le conoce. También él estuvo elegido
como compañero, para predicar el evangelio y con poder para expulsar demonios.
Y sin embargo no supo predicar más que una traición contra el compañero que le
había elegido, y no supo echar de sí el terrible demonio de su traición. Digo
que pone el vello de punta porque demuestra la terrible verdad de una libertad
mal empleada, instigada por una amargura interna que no supo dominar y que le
llevó a la venganza. ¡Hasta dónde se puede llegar cuando no se ha dominado la
pasión!
Y no es que los otros hombres fueran flanes de carácter.
Simón Pedro era duro de cerviz. Eso sí, muy noble. Capaz de dar la vida por el
Maestro, y a la vez acobardado ante una criada cuando teme ser descubierto como
discípulo del que es juzgado a muerte.
Juan y Santiago… A Juan se le ha dibujado siempre como un
jovencito dulce y casi afeminado… Nada que ver con los datos que nos dan los
evangelios, del hombre que quiere impedir a uno (que no es del grupo) echar
demonios, o que quiere pedir que llueva fuego del cielo porque no dejaban pasar
al Maestro por Samaria. Jesús, que lo conocía bien, le llamó “Trueno”.
Tomás un hombre de enorme carácter… Bartolomé “un israelita
en quien no cabe el engaño”…
Quiero decir que no fueron personas sin personalidad y que
por eso aceptaran el camino que marcó el Señor como ovejitas de un rebaño. Sólo
que usaron su libertad para fajarse con la verdad de Jesús y con la vida de su
Maestro, para permanecer fieles aun en medio de sus propias debilidades de
hombres del pueblo. El caso de Judas Iscariote es por eso mucho más llamativo,
porque perdió la gran oportunidad de haber pasado a la historia como un apóstol
que hubiera vivido de lleno la elección que el Maestro amorosamente había hecho
de él.
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