Liturgia:
Estamos ante un momento clave en la
historia de Israel. El pensamiento de Dios sobre su pueblo era dirigirlo por
medio de los profetas que comunicaran con Dios y con el pueblo, de manera que
la única autoridad fuera la de Dios mismo, y su palabra la que comunicara a
esos hombres elegidos por Dios.
Pero (1Sam8,4-7.10-22) los ancianos se reunieron para ir a
Samuel y pedirle que les nombrara un rey. Desagradó a Samuel aquella propuesta
y la consultó con Dios. Y Dios, que no tuerce la libertad humana, le dijo a
Samuel que hiciera lo que el pueblo pedía.
Samuel reunió al pueblo y le puso delante las obligaciones
que contraería si se le nombraba un rey: una serie de cargas muy fuertes para
los hijos e hijas de aquel pueblo. No obstante el pueblo insiste en que le
nombren un rey, para ser así como los otros pueblos limítrofes, en los que el
rey salía al frente de sus ejércitos en las batallas frente a los enemigos.
Samuel lo consultó al Señor, y el Señor le dijo que les
nombrara un rey. De suyo no era ya un desprecio a Samuel; era un desprecio
contra el mismo Dios, único rey válido al que debían aspirar.
El evangelio es una de las páginas más dramatizadas de
Marcos (2,1-12). Jesús hablaba a la gente, que en número muy amplio estaba
escuchando las enseñanzas de Jesús.
Al mismo tiempo un paralítico echado en una camilla es
conducido hacia Jesús, esperando de él la curación. Pero se encuentran con que
la notable afluencia de gente impide el paso hasta el lugar donde Jesús estaba.
Los portadores de la camilla se las ingenian de manera que
el enfermo pueda llegar a Jesús. Podemos imaginar (esto ya es imaginación,
aunque con su lógica) que los hombres que lo llevaban dan la vuelta por la
parte de atrás de la casa y entran en ella así. Bien sea porque así surgió,
bien porque hubiera mejor acceso a la terraza, el hecho es que por allí
llevaron al paralítico, que vino a estar encima del porche en donde estaba
hablando Jesús.
Quitaron unas amplias lascas que formaban el suelo de
aquella terraza sobre el porche y descolgaron con cuerdas al pobre hombre, de
manera que vino a estar delante de Jesús. Y Jesús se admiró de la fe de ellos. Obsérvese el plural. La fe era más de
los acompañantes que del mismo paralítico. Los que se habían tomado el trabajo
eran los que habían puesto toda su fe y su trabajo (consecuente a su fe), para
que el enfermo viniera a estar ante Jesús.
A Jesús le gusta jugar al despiste y en vez de referirse de
primeras a la enfermedad del hombre, le dice: Tus pecados son perdonados. De hecho estaba diciendo muchas cosas:
perdonado el pecado “causa” de la enfermedad, la curación de la parálisis
estaba cantada, tal como era la idea del pueblo: que el mal físico procede del
mal moral. Si Jesús perdonaba los pecados, estaba curando indirectamente la
parálisis.
Pero había una segunda parte: el escándalo de algunos:
¿quién era Jesús para perdonar pecados? Solo Dios puede perdonar pecados. En
consecuencia a Jesús lo tildan de blasfemo. Y Jesús entra en acción –que era lo
que él pretendía- y les hace una demostración evidente: ¿Qué es más hacedero: decir “tus pecados son perdonados” o decirle
“levántate, toma tu camilla y echa a andar”? Pues para que veáis que el Hijo
del hombre tiene poder para perdonar pecados…, le dice al paralítico:
“Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa”.
Y el hombre duda, tantea la fuerza de sus pies…, comprueba
que puede erguirse…, guarda el equilibrio con cierto temor, y finalmente se
siente consolidado. Carga a cuestas su camilla y sale andando.
De lo que reaccionaran los que habían criticado no nos dice
nada el texto. De las gentes numerosas que había allí, sí nos dice que quedaron atónitas y daban gloria a Dios,
diciendo: “Nunca hemos visto cosa igual”.
“Atónito” significa “sin tono”, sin voz. Es muy posible que
ahí estén aquellos, que se han quedado sin nada que decir, y al mismo tiempo
admirados como el resto de las gentes. Jesús había declarado algo tan
importante como que tiene poder para perdonar pecados. Y eso sólo es poder de
Dios. Se ha declarado Mesías ante aquella muchedumbre y ante los mismos criticones.
Con un poquito de luz en sus almas, aquellos hombres tendrían que saber sacar
las consecuencias. Pero los evangelios nos muestran que hubo quienes nunca
llegaron a aceptar a Jesús. Buena prueba de lo que dan de sí los prejuicios
irracionales.
El paralítico del evangelio había perdido la ilusión de vivir. Ante Jesús no se queja por nada. Jesús empieza por curarle los pecados, porque Jesús ve en lo escondido y se ha encontrado con algún pecado de soberbia, rabia, pereza, desilusión...Los que murmuran están como él y Jesús , después de sanarlo, les deja claro que hay que cargar con la "camilla" y aceptar que no somos perfectos. "Cantaré eternamente tus misericordias, Señor"
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