Liturgia:
Un relato que resulta curioso y
extraño el que nos narra 1Sam.4,1-11, pues no cuenta una victoria israelita
sino de los enemigos filisteos, y no sólo una primera vez sino una segunda vez
y cuando han traído el Arca al campamento, tan convencidos de que esa presencia
del arca de Dios les va a vengar contra sus enemigos. Los mismos filisteos
tiemblan ante aquella llegada de “de su dios” al campamento porque piensan que
ahora se crecerán los israelitas. Sin embargo no sólo pierden la batalla sino
que los filisteos capturan el arca de Dios. Ya tuvo que ser sonada aquella
situación para que los israelitas conservaran aquel relato tan humillante.
A esa realidad se le ha puesto a coro un SALMO [43] en el
que hay una queja oracional a Dios en la que se va describiendo cómo Dios no ha
salido a favor de ellos, para concluir en una súplica: “Despierta, Señor; levántate; no olvides nuestra desgracia y opresión”.
Es una reacción de un pueblo ante el dolor, acabando por
echarse ante ese su Dios para rogarle en medio de la tribulación. No abandonan
a Dios por el fracaso que han sufrido. En medio del fracaso Dios sigue siendo
Dios y lo que hay es que recurrir a él y ponerle delante la desgracia que están
sufriendo. De Dios, de ese mismo Dios que no les ha apoyado en su guerra, de él
esperan y siguen esperando, y por tanto, rogando en oración.
El evangelio nos narra la llegada del leproso (Mc.1,40-45)
que se echa a los pies de Jesús, suplicándole
de rodillas: “Señor, si quieres, puedes limpiarme”. Bella y humilde y
confiada oración. El leproso tiene por cierto que Jesús puede. Lo que ahora
implora es que quiera, porque si quiere,
puede. Es una oración que está declarando el poder de Jesús, y lo que hace
es poner a Jesús ante sí mismo, y dejar actuar a su corazón.
Porque ¿cómo iba Jesús a negarse a una oración tal? En
consecuencia, la respuesta de Jesús es contundente: QUIERO, queda limpio. Y
la lepra desapareció del cuerpo de aquel hombre. Ya tenía lo que era esencial:
su salud. Pero Jesús mira más allá todavía. Él ha hecho lo que estaba en su
mano. Pero el leproso seguiría ante el pueblo siendo un leproso, por más tersa
y limpia que tuviera su piel.
Por eso Jesús remite ahora al leproso a la certificación
oficial de la curación, que había de venir del sacerdote, y el ofrecimiento que
tenía que hacer por su purificación, según la ley de Moisés. Eso ya corría de
parte del leproso, y era algo esencial para que el caso quedara zanjado y el
leproso pudiera ya volver –sano- a la vida social.
Jesús pretende que el leproso no diga nada a nadie. La
verdad es que era cosa difícil de cumplir porque aquel hombre que vuelve a ser
persona, lógicamente va a hablar entusiásticamente de aquella realidad que le
ha sucedido. Y así fue: Pero cuando se
fue, empezó a divulgar el hecho con grandes ponderaciones. La consecuencia
es que la gente se entusiasma con Jesús y Jesús ya tiene que andar de incógnito
de un lugar a otro, y optar por quedarse fuera de las poblaciones. Y nos dice
el evangelista que aun así, acudían a él
de todas partes. Es la atracción que viene de ver al hombre que cura
enfermedades y que va poniendo su mano sobre las dolencias de los hombres para
levantarles aquellas cargas pesadas de su pobreza humana.
Esa es la parte que atrae porque a cualquiera le es agradable
ser salvado de su carencia. Pero nos equivocaríamos si sólo pretendiéramos
encontrar a ese Jesús. A Jesús hay que tomarlo completo, y el leproso todavía
no está incorporado a su vida normal. Ahora le toca a él la parte que le ha
dejado Jesús a su libertad: presentarse al sacerdote y pagar el tributo que
corresponde. Y esa parte es menos atractiva porque supone ya la propia labor
que hay que hacer, y el ofrecer por su purificación lo que marcaba la ley.
Para llevarlo a la parte práctica, una cosa es nuestra
dulce oración que observa y goza con los hechos del Señor, y otra cosa es la
exigencia que debe desprenderse de toda oración bien hecha. Y esa parte ya
supone aceptar que Jesús pide actitudes y acciones que implican a la persona y
que los dichos de Jesús suelen ser
menos atractivos porque van al fondo de lo que debe ser la respuesta del que
ora. Porque una oración que deja igual un día y otro, adolece de espiritualismo
y poca concreción en la vida cristiana.
Todos somos pecadores, no somos santos. Estamos todos muy enfermos ¡ Ven TÚ,Ssñor a sanarnos!Todos podemos seguir a Jesús y ayudarlo en su plan de salvación de los hombres.Como Él, compadecernos y ayudar al hermano que lo necesita. Como Jesús, ayudarlo sin hacerle sentirse inferior; esa es la verdadera caridad y un arte difícil de aprender. Jesús cura al leproso y lo introduce en la sociedad. No le mantiene marginado, porque la enfermedad que le prohibia vivir en la comunidad se la habia sanado: La lepra era una enfermedad producida por un bacilo, era contagiosa y no tenía tratamiento. Jesús, no lo mantiene marginado, le devuelve la dignidad que habia perdido con aquella enfermedad.Interpreta a favor del leproso la Ley de Moisés, sin contradecirla, cumple la Ley, pero no se siente esclavo de ella. El Señor puede curar todas nuestras enfermedades.
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