Liturgia:
Ha vivido David sus horas bajas,
humanas, con su triple pecado. Ha llorado su infidelidad, reconociendo que ha
pecado contra Dios, porque todo pecado que se comete con los semejantes es
pecado que se comete contra Dios, Y volvemos al David noble y de buenos
sentimientos: 2Sam.15,13-14.30 a 16,5-13.
Absalón, un hijo de David, se proclama rey, pretendiendo
usurpar el trono a su padre. David no quiere hacer la guerra a su hijo y sale
huyendo con un grupo de cortesanos y militares, para salvar la vida.
Caminaban en paralelo por la Cuesta de los Olivos, que
David la subía llorando, cuando desde el grupo adversario le tiraban piedras y
le maldecían.
Un oficial de David se ofrece al rey para ir a aquel que le
ofende y tomar venganza, pero David se humilla y considera que si un hijo suyo
le hace la guerra, ¿qué importa que un hombre le ofenda?
Espera que esos sufrimientos y humillaciones que está
recibiendo, puedan repercutir en bendiciones de Dios.
Y David y los suyos, siguieron su camino.
Es bonito ese final porque expresa hasta qué punto David no
quiere entablar pelea. Él va a salvarse aunque sea huyendo, pero no levantará
su mano contra su hijo.
Tenemos un evangelio amplio con muchos detalles. Por lo
pronto el casi naufragio que nos dejamos el sábado, por el que la barca estaba
a punto de irse a pique, acaba convirtiéndose en arribada providencial en una
playa inhóspita, donde mora un desesperado endemoniado que vive en el
cementerio. Mc.5,1-20.
Cuando ve a Jesús, lo increpa y quiere dominar a Jesús,
identificándolo como el Hijo de Dios
Altísimo. Jesús le increpa y es el que domina, preguntándole el nombre al
demonio, quien dice que se llama
‘Legión’, porque no es uno, ¡son muchos!
Jesús va a expulsarlos y los demonios piden ahora –no pueden
exigir nada ante Jesús- que si los echa, los mande a los cerdos que está
hozando en las faldas del monte.
Hay que tener siempre en cuenta que el negocio de los
cerdos era un negocio prohibido y ofensivo en Israel, por ser el cerdo un
“animal impuro” según la concepción del pueblo. Si Jesús deja a los demonios ir
a los cerdos, no hace otra cosa que unir cosas iguales: espíritus impuros y
animales impuros. Y se da la circunstancia de que al entrar los demonios en los
cerdos, entran los animales en estampida y se abalanzan hacia el acantilado y
se tiran al mar, en donde perecen.
Por su parte, el que estuvo endemoniado y era irreductible,
ahora está sentado, vestido y en su
juicio, como quien ha superado una espantosa pesadilla.
Por el contrario, los porquerizos se han asustado y echaron a correr y avisaron en el pueblo lo
que había sucedido. Salieron del pueblo a verlo y se encontraron con el
hombre, que antes era una fiera, tranquilo y mansamente reposando. Y desde allí
contemplaron a los cerdos ahogados en el mar. Y entre las dos visiones, les
pudo más la pérdida económica que suponía el desastre de los cerdos, y optaron
por rogarle a Jesús que se fuera de allí.
Misión, en parte, fallida, porque si es verdad que merecía
la pena haber liberado a aquel hombre, el resultado final era cerrar las
puertas a que Jesús pudiera hacer el bien en aquella comarca.
De hecho, el hombre curado quiere irse con Jesús y formar
parte de su grupo, pero Jesús no se lo permite: quiere Jesús que se quede en su
pueblo y que allí sea como una antorcha que brilla en medio de la oscuridad. El
pueblo no ha aceptado a Jesús, pero deberá convivir con el fruto de la estancia
de Jesús entre ellos: el paisano que estaba derrotado por el demonio y que
ahora está liberado por ese Jesús a quien no han querido acoger.
Y Jesús y los suyos tuvieron que deshacer el trecho que
habían caminado, y volver a la barca. No se había perdido la oportunidad, y se
había hecho un gran bien. Pero puedo imaginar a Jesús con esa tristeza en el
alma de no haber podido completar su obra, en un pueblo que necesitaba mucho de
la predicación y enseñanza de Jesús.
¡Tremenda responsabilidad de quienes rechazan la acción de
Jesús! Pero ese episodio de Gerasa no es un episodio aislado en la vida de
Jesús. Jesús fue muchas veces rechazado, y Jesús sigue siendo rechazado en el
momento actual, ahí donde tanto bien podía realizar y tantos “demonios”
expulsar.
En nosotros también hay celos, antipatías odios y en ocasiones acaban superándonos.Empiezan por nada y acaban complicándonos la vida. No es que no veamos lo absurdo de nuestra reacción; pero seguimos con el tema , sin darle mucha importancia y sin ponerlo, de una vez en manos de Dios y sin rogarle que nos cure y que nos haga más humildes y pacientes con nosotros mismos, que seamos capaces de vivir cada encuentro con los hermanos, como una oportunidad.
ResponderEliminar