ESCUELA DE ORACIÓN.- Málaga.- 5’50 p.m.
Liturgia
El autor del Génesis lleva una intencionalidad expresa de
explicarse cómo es posible que se hablen varias lenguas cuando todo proviene
–es la hipótesis de salida- de Adán y Eva, y posteriormente de Noé y su
familia. E idea una “historia” curiosa en la que todos habían llegado hablando
una lengua pero Dios los confundió. (11, 1-9).
En el fondo de esa historieta hay algo de mucho más calado
y que guarda relación con el pecado del hombre y la pérdida del Paraíso. El
hombre sigue en su soberbia. Y por ello quiere ahora meterse por la fuerza en
los dominios de Dios. Si en el Paraíso puso Dios unos querubines con espada de
fuego para impedir el paso al árbol de la vida, ahora el hombre construiría una
torre tan alta que llegara hasta el Cielo. El hombre ha perdido el tino y
aquello ya no es hablar el lenguaje de Dios. Y eso supone que los mismos
hombres no pueden llegar a entenderse porque cada uno habla su lenguaje de
soberbia y engreimiento. Y eso hace imposible entenderse. Cada cual “habló su
propia lengua” y acabaron teniendo que diseminarse. Y el autor, que no puede
pensar de otra manera que interviniendo Dios como la causa indispensable,
comenta que el Señor… confundió su
lengua…, los dispersó por la superficie de la tierra y cesaron de construir la
ciudad. Por eso se llama Babel, palabra que significa “confusión”.
Jesús no se queda en reprender a Pedro y advertir a sus
discípulos. Con toda paciencia se sienta y empieza con el ABC del Reino, para
que no se escandalicen o para que se lleven ya el susto de una vez. (8,34-39).
Y les pone delante principios básicos que ellos han de asimilar y vivir. El que quiera venirse conmigo, que se niegue
a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Ya no es solo que Jesús, como
Mesías, va a padecer y morir. Ya es que ellos han de convencerse que ellos
mismos tienen que ir muriendo y dejando a un lado sus pensamientos. “El que
quiera venirse conmigo”… no puede imaginarse como el seguidor victorioso. Por
el contrario, tiene que acoger su propia cruz, y la cruz de Jesús. Y así seguir
a Jesús por sus mismos caminos, en los que está la cruz del día a día.
Mirad: el que quiera
salvar su vida, la perderá, pero el que la pierda por mí y por el evangelio, la
salvará. ¿Había pretendido Pedro eliminar la cruz y vivir la vida según sus
ideas? Queda claro que eso no vale. Y que la vida de seguimiento de Jesucristo
supone tener que morir (que ir muriendo) acompañando el sacrificio mismo del
Maestro.
Pues ¿de qué le vale
al hombre ganar el mundo entero si arruina su vida, o qué podrá dar el hombre
para recuperarla? Lo normal de cada ser humano es pretender sacar la cabeza
como sea, y ser el dueño del mundo. El YO pretende siempre ganar la partida.
Sin embargo no vale la pena ganarlo todo si es a costa de perder la huella de
Jesús. Y una vez perdida, ¿qué puede hacer el hombre para recuperarla? Siempre
me acuerdo de aquel amigo que un día dejó su vida cristiana y me dijo que ya la
recogería de mayor… Hoy es mayor y está a años luz de aquellos valores que supo
vivir en sus años jóvenes. Tal como dijo Jesús, “no puede darse nada a cambio
de aquello que se dejó perder”.
Y acaba Jesús con una llamada muy seria a que no haya
escándalo por sus palabras. En esta época
descreída –dice Jesús ya de su tiempo…; ¿qué diría hoy?- quien se avergüence de mí y de mis palabras,
también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga en su gloria.
Yo comprendo que hay quienes irían suprimiendo esas palabras que muestran a
Jesús menos “suave”, pero tan palabra de Jesús es esa como cuando perdona a la
adúltera y le dice: “yo no te condeno”. Y como yo le respondí a un joven que
quería “suprimir el sacrificio”: -“arranca del evangelio las páginas que a ti
no te gustan y te quedas con las pastas”. Claro que ¡ni con las pastas! Porque
el evangelio es la Palabra del Señor y esa es su Palabra: la que gusta y la que
no gusta, la dulce y la amarga. Y en las pastas ya está el título de
“EVANGELIO”. ¡Siempre buena noticia!, también cuando exige y cuando sentimos
menos devoción por alguna de las intervenciones de Jesús.
¿No nos hace pensar y calibrar nuestra propia fe y nuestra
propia vida cristiana?
Vivir en cristiano no es difícil cuando nos proponemos seguir a Jesús. Sí que hay que entregarse, hay que ponerse al servicio de los necesitados y esto tiene un desgaste físico y psicológico; nos obliga a tender la mano al pobre que ha delinquido mientras la mayoría lo acusa y emite unos juicios que no lo van a favorecer. El cristiano que se ha propuesto seguir a Cristo suele percibir las mociones del Espíritu Santo que hacen que pueda distinguir entre lo permitido y lo que es más aceptable moralmente...Nos ayuda a sobreponernos y a saber comportarnos cuando nos atacan. Es una manera de llevar la cruz y perder la vida por el evangelio.
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