Liturgia
Es trágico el comienzo de esta lectura de Gn 6, 5-8; 7,
1-5. 10. Es como si Dios se asomara a la ventana del cielo y contemplara la
realidad del hombre en la tierra: Al ver
el Señor que la maldad del hombre crecía sobre la tierra, y que todo el modo de
pensar era siempre perverso, se arrepintió de haber creado al hombre y le pesó
de corazón. Terrible contraste entre la visión de la creación en la que todo estaba bien hecho, y la visión de
la tierra en manos del hombre: todo
perverso. Sigue explicándose así el origen del mal, que desde luego no ha
venido de Dios.
Es tremendo pensar que Dios se arrepiente de haber creado
al hombre. Que Dios piensa que la única solución que queda es exterminar al
hombre de sobre la tierra. Y que si el hombre ya no sirve, no tienen sentido
los demás seres de la creación.
En medio de esa situación surge la persona de Noé, un
hombre fiel, que alcanzó el favor del
Señor. Y Dios, que no aborrecía al hombre sino a su maldad, vuelve a
ilusionarse con Noé. Y con él comienza una renovación del mundo. Y la gran
fábula del autor, imagina un arca donde entran todos los animales, de la tierra
o volátiles del cielo, por parejas, mientras Dios purifica la tierra con un
diluvio llamado “universal”. [Los estudios sobre aquella región dan vestigios
de una impresionante inundación en tiempos antiquísimos, lo que avala que el
autor del libro toma pie de una realidad para seguir su línea teológica, y
aplicarla a una purificación sobre la tierra. El libro: “Y la Biblia tenía
razón”, que estuvo en boga durante muchos años, hace ese estudio
detalladamente. El autor bíblico lo aprovecha para poner en la mano de Dios esa
purificación de la tierra, del mal extendido que el hombre había provocado en
la tierra].
Jesús y los apóstoles han pasado a la otra orilla, como
frecuente decisión de Jesús cuando los fariseos acucian con sus ataques. Ya en
la barca los apóstoles caen en la cuenta de que no han echado pan y que no
llevaban más que un pan, y debieron preocuparse y hasta quizás culparse unos a
otros. (Mc. 8, 14-21).
Jesús corta la conversación aquella y entra con una de las
suyas, aprovechando la circunstancia para enseñar: Tened cuidado con la levadura de los fariseos y la de Herodes. Los
discípulos estaban en sus preocupaciones y comentaban entre ellos que aquello
lo decía Jesús por no haber comprado ellos los panes. Jesús tiene que
intervenir: ¿Por qué comentáis que no
tenéis pan? ¿No acabáis de entender? Jesús hubiera querido ser entendido y
que los Doce vieran que él estaba hablando de otra cosa mucho más importante. ¿Para qué os sirven los ojos si no veis y
los oídos si no oís? No hace mucho ya les había dicho también si es que no tenían entendimiento. Quisiera
Jesús que sus hombres estuvieran a la altura de las circunstancias y que
hubieran comprendido que les estaba hablando de lo que acababan de dejar en
tierra: la mala levadura de los fariseos, el mal ejemplo de aquellos que no
querían creer y que rechazaban de plano a Jesús. ¡Ese era el tema! Los
discípulos se han quedado a ras de tierra y sólo se han preocupado de no tener
pan.
Jesús les hace caer en la cuenta sobre el pan material, que
no es lo que tiene que preocuparles. ¿O es que no se acuerdan de los panes sobrantes en las multiplicaciones? No
es el pan material lo que a ellos debe preocuparles.
De todo este tema nos sale al paso una reflexión práctica.
Solemos vivir preocupados de muchos temas humanos. Al cabo del día nos hemos
preocupado de solucionar una serie de cosas en el ámbito humano. Y no es que no
haya que ocuparse en los asuntos de la vida. Pero ¿no perdemos mucho tiempo y
energías en preocupaciones materiales o inconsistentes que no merecería la pena
dedicarles más tiempo?
¿Dedicamos un tiempo a reflexionar sobre “la levadura” de
nuestros pensamientos, de nuestras decisiones, de nuestros modos de proceder?
¿Vamos a la raíz de las cosas? ¿Hacemos una sincera introspección para
descubrir las causas de nuestras reacciones?
He tocado varias veces el tema de nuestras confesiones
sacramentales. ¿No es frecuente que busquemos en ellas “la tranquilidad de la
conciencia”, como si se tratara de un “vaciar el saco” y ya quedarnos como si
no hubiera pasado nada? No hemos entrado en las causas de esos defectos, en las
raíces del carácter, en las carencias de una verdadera oración… La verdad es
que hace falta proyectar mucho más hacia adelante y pensar que cada vez que
confesamos hemos de ahondar más en cómo agradar a Dios, en el concreto muy
concreto de una determinación.
Saberse enviado no es ponerse a sermonear y a dar lecciones de Evangelio a todo el que se ponga por delante. Lo primero es ser "testigo", ser presencia de Dios y hablar de Él, compartir su Doctrina, ¡poco palabreo..!las palabras convencen menos que las obras. Allí, donde quiera que estemos, tenemos que ayudar, compartir y dar testimonio de Jesús con la propia vida.
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