Liturgia
El Eclesiástico (6, 5-17) es un libro para pensar. Si ayer
nos llevaba a la relación del hombre con Dios –con el verdadero Dios y no con
un “pelele” al que se le puede manejar-, hoy lo hace en la relación con el
amigo. Pero distinguiendo muy bien entre el amigo fiel que es un tesoro
y el amigo de conveniencias del que uno no se debe fiar. Y es muy concreto para
señalar quién es el amigo de conveniencias: los
que saludan, pero uno entre mil es confidente. Y previene para que no se
considere amigo a cualquiera: elige con
tiento, porque hay amigos de un momento que no duran en tiempo de peligro;
amigos que se vuelven enemigos y sacan afuera tus riñas; amigos que acompañan
en la mesa y desaparecen a la hora de la desgracia; que están contigo cuando te
va bien y huyen cuando te va mal, y se esconden de tu vista. Hay que
reconocer que la descripción es muy realista y práctica, y que este autor no se
va por las ramas. Busca la verdad, lo auténtico, y denuncia lo falso. Lo mismo ayer, al hablar de la relación con
Dios que hoy en la relación humana. Amigo no es el que te adula, el que está
contigo mientras no surge la dificultad, el que no acepta la corrección o la
explicación. El amigo fiel es hombre que
teme (=ama) a Dios [que se toma a Dios en serio como quien es Dios y no
como uno se lo quiere hacer a su medida].
Otro evangelio que pone las cosas en su sitio, y que no
tiene empacho en decir cosas que no gustan al oído de una sociedad que es dada
a lo fácil. Mc 10, 1-12 nos lleva hasta Jesús que en su camino se le van
uniendo gentes y él, según su costumbre, va enseñándoles.
Se le acercan unos fariseos y le preguntan para comprobar
cuál es su modo de pensar: -¿Le es lícito
a un hombre divorciarse de su mujer? La pregunta llevaba metralla porque
respondiera lo que respondiera le iban a atacar.
Jesús, con buena pedagogía les devuelve la pregunta: -¿Qué es lo que tenéis escrito por Moisés?
Le contestan: Moisés
permitió divorciarse dándole a la mujer un acta de repudio.
Y Jesús les responde:
-Por vuestra terquedad dejó Moisés este precepto. Pero al principio no fue así. Lo que Dios dejó en su
proyecto no era eso, porque lo que dijo Dios fue muy claro: Por eso abandonará el hombre a su padre y a
su madre y se unirá a su mujer y serán
los dos una sola carne. De modo que lo que Dios ha unido, que no lo separe el
hombre.
Creo que Jesús lo dejó muy claro en sus palabras y así
quedaron en el evangelio como código de conducta del seguidor del Reino.
Todavía sus discípulos volvieron a preguntarle cuando
estuvieron a solas en la casa. Y Jesús explicitó de forma contundente lo que
acababa de decir. Ahora lo hace de modo gráfico: Si uno se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera. Y si ella se divorcia de su marido
y se casa con otro, comete adulterio.
Es un lenguaje directo y claro. Dice lo que quiere decir Jesús y no se agarra a
eufemismos para disimular la gravedad de la situación. Hoy se ha inventado el
lenguaje de la media verdad que es la mentira completa, y se da en llamar: rehacer la vida.
Evidentemente hay unos puntos previos a entender esas
palabras de Jesús. -¿Hablamos de gentes de fe o de gentes sin fe? ¿Hablamos de
una fe auténtica que toma en cuenta la palabra de Dios? ¿Hablamos de una
sociedad con conciencia de sus compromisos o de una sociedad laxa que ha
perdido todo punto de referencia exterior y más alta? ¿Hablamos de un
relativismo moral en que todo vale? ¿Hablamos de una madurez humana para
aceptar el compromiso completo de una vida?
En realidad no hablamos hoy ese lenguaje. Por eso caen por
su base los principios esenciales para mantener una sociedad en un fiel de la
balanza. Cuando se vive de un “amor libre”, de un sexo como pasatiempo, de unos
casorios sin madurez ni sentido de la perennidad, sino “en tanto dure el amor”
[¿el amor?; ¿a eso se le llama amor?], es claro que los residuos que dan esos
“polvos” son esos lodos, ese fango en el que el matrimonio queda roto a la
primera de cambio, “para rehacer la vida” en otro matrimonio que puede caer en
la misma superficialidad. A menos que entonces se haya reflexionado a fondo
sobre las causas del primer fracaso. Pero para entonces, ya se ha caído en la
sentencia de Jesús: comete adulterio.
Claro: estamos hablando de tantos matrimonios que se buscan en la Iglesia,
aunque posiblemente sin bases cristianas de conciencia recta y madurez humana.
El Evangelio nos dice bien claro que ni el hombre ni la mujer pueden ser usados como si fueran unos simples objetos. Por otra parte hay que distinguir entre amor y enamoramiento. El amor crece día a día, mientras que el enamoramiento es pasajero, inconsistente, incapaz de afrontar los momentos de crisis que pueden aparecer en el matrimonio. El amor supone respeto y paciencia...Es dejar de ser YO para que sea el OTRO.
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