Liturgia
Seguimos con el Eclesiástico, que hoy insiste en la actitud
de perdón (17, 20-28) en sus dos vertientes: la petición de perdón por parte de
la criatura y el perdón otorgado de parte de Dios: a los que se arrepienten, Dios los deja volver, y reanima a los que
pierden la paciencia. Dios está ahí siempre, detrás, y empuja al bien a
todo el que lo necesita y no ha dejado el camino del bien, aunque se haya
desanimado o incluso caído.
El autor exhorta entonces a volver al Señor, a abandonar el
pecado y a suplicar la presencia de Dios, que con sólo hacerse presente ya
disminuye la fuerza la falta.
Los muertos ya no alaban a Dios. Lo importante es no dejarse
perecer en el desánimo, no llegar a la “muerte” en el seguimiento de la bondad.
Los vivos son los que pueden dar gracias y alabar a Dios. Y ¡grande es la
misericordia del Señor y su perdón para los que vuelven a él!
Es un canto al valor del arrepentimiento de la propia
falta. Faltar es siempre posible. Pero que la criatura sepa acercarse a Dios
con ánimo de pedir perdón y confiar en la misericordia, porque a Dios no le va
a faltar nunca esa capacidad de perdonar a quien se dirige a él.
El evangelio es el muy conocido del “joven rico” (que
Marcos: 10, 17-27) no señala como “joven” sino como “uno que se acerca
corriendo” y se arrodilla ante Jesús y le pregunta”. Por los otros evangelistas
sabemos que era un muchacho. Sabe a quién viene y sabe a lo que viene. Viene a
un Maestro que le inspira confianza porque es un “Maestro Bueno” que no lo va a
desviar del pensamiento que trae el individuo. Y le plantea una cuestión: ¿Qué he de hacer para heredar la vida
eterna? Y como el que suplica es un judío, Jesús le responde “en judío”: Guarda los mandamientos. Y le va
poniendo delante los mandamientos que hacen relación a las demás personas. Se
podría suponer lógicamente que quien pide heredar la vida eterna, tiene ya más
que vivida su relación con Dios. Jesús le quiere insistir en su relación hacia
los demás: los padres, el prójimo, la mujer, los bienes ajenos, el juicio sobre
los demás…
No deja de ser interesante pararse ya en ese tema, porque
revela que la “vida eterna” no se cuece en las alturas sino en la realidad de
aquí abajo, donde nos relacionamos los unos con los otros. Y si nosotros nos
acercamos a Jesús más de una vez, de esas en que sentimos como el deseo de “más”,
lo primero que tenemos que calibrar es LO CONCRETO de lo que podemos hacer. Y
lo concreto está la mayoría de las ocasiones en nuestras relaciones de aquí
abajo, más que en la espiritualidad de allá arriba. Sin descuidarla, sin
quitarle importancia, pero sin irnos a la estratosfera. De hecho fue en eso en
lo que Jesús fijó la atención de aquel hombre.
La verdad es que era una persona muy fiel y pudo decirle a
Jesús con humildad y verdad que todo eso
lo había guardado desde pequeño. Lo que provocó en Jesús una mirada llena
de afecto y cariño hacia una persona íntegra.
Pero a su vez, aquello levantaba una propuesta mucho más
honda; si lo que iba buscando era el Reino que predicaba Jesús, entonces le faltaba UNA COSA… “ve, vende lo que tienes, dalo a los pobres y luego vienes y me sigues”.
No era poca cosa la que faltaba. Y ahí estuvo la clave de la verdad del
ofrecimiento. Porque el problema estuvo en que era un rico –“muy rico”- y eso
le impedía dar el paso que le ponía delante Jesús. El gesto del hombre fue muy
expresivo: frunció el seño…, y el
hecho lo decía todo: se marchó. Se le
había caído el sombrajo. Lo que él pretendía era un imposible: mantenerse en su
status y al mismo tiempo seguir a Jesús.
A Jesús le produjo dolor y consternación, y se volvió a sus
discípulos para decirles los sentimientos que se le levantaban: ¡qué difícil es que un rico entre en el
Reino de Dios permaneciendo rico! Y como los discípulos se extrañaron de
tanta rigidez, Jesús les recalcó con énfasis que es más difícil a un rico entrar en el Reino que pasar un camello por el
ojo de una aguja. Es imposible, ¿verdad? –Pues así de imposible es ser rico
y entrar en el Reino de Dios.
Más espanto les produce a los apóstoles, que llegan a la
conclusión de que nadie puede salvarse de esa quema. Y Jesús atempera y
explica: Mientras se es rico es así. Lo que queda en esperanza es que actúe
Dios y provoque en el rico la experiencia de la pobreza. Y entonces, lo que es imposible a los hombres, es
posible a Dios, porque Dios lo puede
todo.
Cumplir los preceptos y llevar una vida honesta ya es un triunfo...Lo de amar a Dios sobre todas las cosas, es realmente difícil. Vivir de forma que el Señor sea el primero que acapare nuestra atención, es realmente difícil, parece imposible; menos mal que Jesús nos tranquiliza: "DIOS TODO LO PUEDE. Nuestra vida es un DON y nos creó para salvarnos.
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