Liturgia
Sigue el Génesis dejándonos bellas pinceladas de la obra de
Dios, bajo la riqueza de imágenes orientales, mucho más expresivas que una
historia. Gn 2, 18-25 nos lleva a la situación del hombre como dueño de la
Creación, expresado por la imagen de ese hombre viendo pasar ante él todos los
animales y “poniéndole nombre” a cada uno. Un occidental piensa inmediatamente
en Adán diciendo: toro, cocodrilo, pantera, águila, mosquito… Estamos en otra
órbita de su verdadero sentido. Porque “poner nombre” equivale a tomar
posesión. Lo mismo que quien se hace de una mascota le “pone un nombre” por el
que se siente dueño y domina a la mascota, así es el sentido del Génesis. Dios
le puso al hombre todo en sus manos, y el hombre fue el dueño para vivir en
medio de la creación y servirse de ella.
Lo que pasó es que Adán no encontró a un ser semejante a
él, que fuera como él y que le ayudase. Y diríamos nosotros que “se puso
triste”. Estaba muy solo. Y Dios le va a dar una compañera de su misma
naturaleza y dignidad. Es lo que se expresa con esa “costilla sacada al hombre”
y modelada por Dios para hacerle una mujer que le fuera semejante en todo. Y
Adán se sintió feliz y exclamó: Ésta sí
que es carne de mi carne y hueso de mis huesos. Se llamará “varona” porque ha salido
del varón.
Y ahora, constituida la pareja humana, se establece un
principio general: hombre y mujer a través de la historia abandonarán su hogar
paterno –a su padre y a su madre- para ser los dos una sola carne. Así de fuerte será la atracción del hombre y la
mujer.
Y preparando lo que va a venir después, concluye la lectura
diciendo que el hombre y la mujer estaban
desnudos pero no sentían vergüenza el uno del otro.
Un nuevo episodio nos narra Marcos (7, 24-30). Jesús se ha
ido en sus correrías apostólicas hasta la misma frontera de Palestina, cerca de
los límites de la ciudad pagana de Tiro. Pretendió pasar inadvertido pero no lo
consiguió. Y fue una mujer pagana, fenicia, la que se viene a él a rogarle por
su hija, que está poseída de un mal espíritu. El corazón de Jesús sintió un
vuelco. Él podía liberar a aquella niña. Pero era una persona ajena al ámbito
del Reino de Dios, y Jesús no tuvo consigo la seguridad de deber hacerlo. Y se
resistió. La mujer se le echa a los pies, rogándole. Y Jesús intenta justificar
su inacción en aquel caso porque, como Mesías, sólo había sido enviado a las
ovejas descarriadas de Israel. Y responde con una evasiva. Deja que coman primero los hijos. Y casi que como un refrán o dicho
popular, sin ningún sentido peyorativo, concluye: No está bien echarle a los perros el pan de los hijos.
Que aquello no era despreciativo se puede intuir por la
postura de la mujer que para nada se da por ofendida. Muy al contrario acoge el
dicho y “retuerce el argumento” (o sea: con las mismas palabras de Jesús, sigue
pidiendo la liberación de su hija). Respondió: Tienes razón, Señor, pero también los perros, debajo de la mesa,
aprovechan las migajas que caen de la mesa de sus amos.
Había sido definitiva aquella actitud de la mujer. Y Jesús
se queda sin argumento…, y deja que su corazón sea el que actúe, fuera y más
allá de las normas de Israel. Y contestó a la mujer: Anda, vete, que por eso que has dicho, el demonio ha salido de tu hija.
La mujer había ganado el corazón de Cristo desde la mucha humildad con que
había suplicado y hablado. Y la palabra de Jesús había convencido tan en serio
a la mujer que se fue a su casa. Y halló
a la hija echada en la cama. El demonio había salido. Bien podía decir
Jesús, como lo hizo en otras ocasiones, que la fe de aquella mujer había
superado la misma fe de Israel.
Tenemos un caso práctico de algo que Jesús enseñó en otra
ocasión: Dios habla a través de los
signos de los tiempos…, a través de los acontecimientos y del proceso de la
historia. Jesús había venido ciertamente para las ovejas de Israel. Pero aquella
mujer sirve de instrumento e intérprete de la voluntad salvadora universal de
Dios, y le es luz a Jesús para que Jesús vea un “más allá” de Israel. Tal como
lo había presentado el anciano Simeón, Jesús debía ser también luz de las naciones…, de los pueblos
extranjeros no judíos. Y fue la humildad y sencillez de aquella mujer la que abrió
cauce en esa nueva línea de acción del mesianismo de Jesús.
Una buena lección para quienes nos aferramos a “lo que siempre
se hizo” de una manera. Puede llegar un momento en que sea mejor actuar “más
allá” de esa manera “tradicional”.
Aquel sordo no podía hablar; es lógico; no había escuchado a Jesús, era sordomudo. Jesús, para curarlo, se acercó al hombre, lo tocó y le hizo sentir su Presencia a la vez que lo iba preparando para que se abriera y pudiera explicarle lo que le pasaba...lo que realmente le enmudecía. Entre nosotros también hay mudos que no pueden expresarse porque no han prestado atención a la Palabra, no son sordos de nacimiento; pero, como si lo fueran, no pueden prestar ayuda, no tienen palabras adecuadas; Jesús no cura sin más.Tenemos que acercarnos a Jesús y acercarle a nuestros amigos, a ver si entre todos nos atrevemos a decirle lo que nos enmudece, lo que está pasando en nuestro interior.
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