Liturgia
Se ha acabado el primer ciclo del Génesis, con su tesis
evidente de un Dios bueno que hizo todo bien y de un mundo malo porque el
hombre rompió la alianza que Dios le había regalado. Y ha quedado una luz nueva
en Noé para la esperanza de una nueva humanidad.
Ahí enlaza hoy un párrafo de la carta a los Hebreos que no
se leyó en su momento (13, 1-7) y que describe la grandeza de la fe, para
presentar a varios personajes que son ejemplo de fe, el último de los cuales
cita a Noé: advertido por Dios de lo que
aún no se veía (el diluvio), tomó
precauciones y construyó una arca para salvar a su familia. Con ello dejó
al mundo de pecado como mundo condenado y él consiguió la justicia misericordiosa que viene de Dios.
Pero no podemos pasar por alto la descripción, casi
definición, que hace el autor de lo que es la fe: La fe es seguridad de lo que se
espera y prueba de lo que no se ve. La fe es seguridad. Y seguridad de
algo que no se tiene delante sino que está por venir. Y sin embargo se cree en
ello sin dudar. La fe es prueba de lo que no se ve. Parece un trabalenguas pero
es una preciosa descripción. “No se ve” pero la persona la tiene ya como
cierto. No duda. Para él ese futuro que no ha llegado es ya un hecho, es una
prueba.
¿No merece la pena hacer nosotros nuestra personal reflexión
para constatar la verdad de nuestra fe? Porque esa certeza de lo que no vemos
pero que ha dicho Dios, es lo que nos constituye en verdaderos creyentes.
Jesús había reprendido severamente a Pedro (y en Pedro, a
los otros) por su escándalo ante la declaración mesiánica que Jesús les había
hecho. Luego se ha sentado pacientemente a declararles lo que es indispensable
para estar con él y seguirle: hay que tomar la cruz, que es la manera de
acompañarle a él mismo en su cruz. Y Jesús dejó pasar 8 días en los que aquellos
hombres tenían que rumiar y digerir aquellas enseñanzas.
Luego, Jesús tomó a Pedro, Santiago y Juan y se los llevó a
una montaña alta (allí donde se separan de todo y donde quedan a lo que Jesús
quiera. Y Jesús de pronto se enciende, destella luz en su rostro y vestidos y
ellos se quedan perplejos ante lo que ven. Y no sólo eso sino que aparecen
junto a él, Moisés (el representante de la Ley) y Elías (el profeta por
antonomasia). Y vuelto un poco en sí, a Pedro se le vienen las ganas de
quedarse para siempre en aquella belleza, porque allí no hay cruz ni anuncio de
muerte. Y se ofrece a Jesús con una simplicidad tan fuerte como decirle: Aquí se está muy bien; haremos tres chozas,
una para ti, otra para Moisés y otra para Elías. Con tal de quedarse entre
aquellas luminarias, a Pedro se le ocurre cualquier cosa.
De pronto viene una nube densa, y una voz que se destaca de
la nube y dice: éste es mi Hijo amado; escuchadle. No supieron aquellos hombres
ni que era aquello ni de dónde venía. Otro evangelista nos dice que cayeron
atemorizados por el suelo. Marcos no lo dice. Para Marcos sencillamente están
perplejos, máxime cuando lo que tienen delante ahora es sencillamente lo de
todos los días: ellos y Jesús. Y Jesús, el de siempre. Jesús solo. Sin luces, sin
acompañantes.
Inician el descenso de la montaña y Jesús les dice: No digáis nada de esto a nadie hasta que el Hijo del hombre resucite de
entre los muertos. ¡Ya salió aquello: la muerte del Hijo del hombre!
Estaban donde estaban antes de todo el episodio. Y seguían sin entender lo que podía significar eso de resucitar de
entre los muertos. ¡Les era difícil digerir aquello! La cruz es difícil de
digerir. Pataleamos contra la cruz, contra nuestra cruz. “Peleamos con Dios los
años enteros (dice un autor) y por el temor de ser infelices, permanecemos
desgraciados”. Sin embargo la voz venida del Cielo es muy clara: Escuchadle.
No hay otra verdad ni otra salida que la de prestar atención a Jesús. Que
aunque nos hable de tomar la cruz para seguirle, el gozo de seguirle hará
llevadera la cruz.
Los apóstoles prefirieron entonces plantear un tema que ni
les iba ni les venía: ¿Tiene que volver Elías? Y Jesús les dice que ya ha vuelto y han hecho con él lo que han
querido. Con lo que ellos deducen que se refiere a Juan Bautista. [De paso
diré que éste texto es el que aducen a su favor los defensores de la
reencarnación, como si Jesús hubiera dicho que Elías se reencarnó en el
Bautista. La respuesta de Jesús no es más que un dicho: Elías el gran profeta
vino a quedar superado por el último profeta de Israel, y con un pie en el
nuevo testamento (“el mayor de los nacidos de mujer”), que fue Juan Bautista.
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