La oración del rosario es la síntesis de la historia de la
misericordia de Dios que se transforma en historia de salvación para quienes
se dejan plasmar por la gracia. Lo ha explicado esta tarde, en la plaza de San
Pedro, el Santo Padre, al presidir la oración del Santo Rosario con ocasión del
Jubileo Mariano, que se celebra en Roma del 7 al 9 de octubre, en el marco del
Año de la Misericordia. Antes de la llegada del papa Francisco, los
participantes han vivido un momento de oración, cantos y testimonios. Distintas
advocaciones marianas de varios países del mundo han sido llevadas en procesión
frente a la Basílica de San Pedro.
En su discurso, el Papa ha explicado que en la vigilia, rezando
el rosario, se han recorrido los momentos fundamentales de la vida de Jesús,
en compañía de María. La Resurrección “como signo del amor extremo del
Padre que devuelve vida a todo y es anticipación de nuestra condición
futura”. La Ascensión “como participación de la gloria del Padre, donde
también nuestra humanidad encuentra un lugar privilegiado”. Pentecostés,
“expresión de la misión de la Iglesia en la historia hasta el fin de los
tiempos, bajo la guía del Espíritu Santo”. Además, en los dos últimos
misterios se contempla a la Virgen María “en la gloria del Cielo, Ella
que desde los primeros siglos ha sido invocada como Madre de la Misericordia”.
Los misterios que contemplamos –ha explicado el Pontífice– son
gestos concretos en los que se desarrolla la actuación de Dios para con
nosotros. Por medio de la plegaria y de la meditación de la vida de
Jesucristo, “volvemos a ver su rostro misericordioso que sale al encuentro de
todos en las diversas necesidades de la vida”, ha precisado. Así, ha asegurado
que “María nos acompaña en este camino, indicando al Hijo que irradia la
misericordia misma del Padre”. Ella, “la Madre que muestra el camino que
estamos llamados a recorrer para ser verdaderos discípulos de Jesús”. Por
otro lado, ha señalado que la oración del rosario “no nos aleja de las
preocupaciones de la vida”; por el contrario, “nos pide encarnarnos en la
historia de todos los días para saber reconocer en medio de nosotros los
signos de la presencia de Cristo”. Al respecto, ha asegurado que cada vez que contemplamos
un misterio de la vida de Cristo, “estamos invitados a comprender de qué modo
Dios entra en nuestra vida”, para luego “acogerlo y seguirlo”.
El Papa ha recordado que “somos discípulos”, pero también
“somos misioneros y portadores de Cristo allí donde Él nos pide estar
presentes”. Por tanto, “no podemos encerrar el don de su presencia dentro de
nosotros”, ha advertido el Papa. Por el contrario, “estamos llamados a hacer
partícipes a todos de su amor, su ternura, su bondad y su misericordia”.
El Pontífice, ha recordado que María “nos permite comprender lo
que significa ser discípulo de Cristo”. Ella fue “elegida desde siempre para
ser la Madre, aprendió a ser discípula”.
Sin embargo, el Papa ha explicado que no basta sólo escuchar,
que es sin duda el primer paso. Después lo que se ha escuchado “es necesario
traducirlo en acciones concretas”. El discípulo, en efecto, “entrega su vida
al servicio del Evangelio”.
Por otro lado, ha recordado que a lo largo de su vida, “María
ha realizado lo que se pide a la Iglesia: hacer memoria perenne de Cristo”. En
su fe, “vemos cómo abrir la puerta de nuestro corazón para obedecer a Dios”.
En su abnegación, “descubrimos cuánto debemos estar atentos a las
necesidades de los demás”. En sus lágrimas, “encontramos la fuerza para
consolar a cuantos sufren”. En cada uno de estos momentos, “María expresa la
riqueza de la misericordia divina, que va al encuentro de cada una de las
necesidades cotidianas”.
Para finalizar, el Papa ha invitado a invocar a la “Madre del
cielo” con la oración más antigua con la que los cristianos se dirigen a
Ella, “con la certeza de saber que somos socorridos por su misericordia
maternal”. A continuación todos los presentes han rezado: “Bajo tu
amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios; no deseches las súplicas que te
dirigimos en nuestras necesidades; antes bien, líbranos siempre de todo
peligro, Oh Virgen gloriosa y bendita”.
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