Liturgia de las “Témporas”
La liturgia hace una parada en un momento en el que ha acabado el curso
agrícola y aún no ha comenzado el siguiente. Hace parada con dos sentidos: dar
gracias por lo recibido en el año agrícola anterior, y pedir para los buenos resultados
del que va a empezar. La Iglesia quiere sumarse así a un sentimiento popular, y
ofrecer el sentido espiritual y religioso que corresponde a un creyente.
Se abre la liturgia eucarística con la antífona de entrada,
que dice así Cantemos y salmodiemos para
nuestro Dios; démosle gracias por todos los beneficios en nombre de Jesucristo
nuestro Señor.
Y la oración de la Misa recuerda los beneficios de Dios
sobre Israel y concluye: te pedimos que
nos hagas descubrir siempre que has sido tú y no nuestro poder, quien nos ha
dado la fuerza para crear las riquezas de la tierra.
La 1ª lectura se toma del Deuteronomio, 8, 7-18. Sueño de
Moisés que plantea la entrada del pueblo en la tierra prometida, a la que
describe con una riqueza de imágenes, todas ellas expresando la abundancia de
lo que van a recibir.
Y una advertencia: Cuidado,
no te olvides del Señor tu Dios, siendo infiel a los preceptos, mandatos y
decretos que yo te ordeno hoy…, no sea que cuando lo tienes todo, te vuelvas engreído y te olvides del Señor,
que te lo dio, y no digas: por mi fuerza
y el poder de mi brazo me he creado estas riquezas.
La 2ª lectura está tomada de 2Cor 5, 17-21 traspasa toda la
acción de gracias a los dones espirituales que se han recibido, y que tienen
mucha más importancia que los bienes materiales. Exhorta a dejar ya lo antiguo
y a mirar lo nuevo que ha comenzado…: por
medio de Cristo que nos reconcilió consigo y nos encargó la tarea de
reconciliar. Y en consecuencia, dejaos
reconciliar por Dios… De él recibimos la salvación.
Desembocamos en el evangelio de Mateo (7, 7-11) en el que
Jesús nos enseña a pedir: Pedid y
recibiréis, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá, porque quien pide
recibe, quien busca encuentra, y al que llama se le abre.
Por eso las “témporas” no son sólo “día de acción de
gracias” sino momento de insistencia en la petición a Dios. Comienza un nuevo
curso y necesitamos que Dios venga a nosotros y nos siga otorgando sus gracias,
las suyas, las que él sabe que necesitamos. Y ahí viene el final de este texto.
Jesús hace caer en la cuenta de que entre nosotros, los humanos (y eso que no
somos buenos), sabemos dar cosas buenas a los hijos, y a ningún padre se le
ocurre dar una piedra al hijo que le está pidiendo pan. ¡Cuánto más vuestro Padre del
cielo dará cosas buenas a los que le piden!
Aquí ha introducido Jesús un matiz muy importante para
explicar la eficacia de la oración. No ha dicho que el Padre va a conceder a
cada uno lo mismo que ese individuo pide. Entre otras cosas porque muchas veces
“no sabéis lo que pedís” (como le dijo a Santiago y Juan), y porque otras veces
lo que se pide no es bueno para la persona o para un bien mayor. Lo que Jesús
dice es que el Padre del Cielo dará
cosas buenas…
Hay personas que tienen un sentido muy peculiar para pensar
que “todo lo que pido a Dios, me lo concede”. Deben ser las que se parecen a
aquel labrador que siempre tenía los soles, las lluvias, los vientos que él
quería… Porque él siempre quería lo que quería Dios.
Y en el otro extremo están los que piensan que Dios no me oye, porque están pidiendo
algo concreto que no se le concede. Lo que hay que pensar es que Dios está
dando gracias intermedias que preparan el don mejor que lo que se pedía. Hay
que pensar que Dios está dando “cosas buenas”, o que aguarda a darlas. Y que lo
que está de por medio es la gracia de la perseverancia en la petición, en la
fe, en la esperanza. Y no es poca gracia sentirse colgado de ese misterio de
Dios, que sobrepasa nuestras previsiones y nuestros tiempos.
La oración tiene un recorrido mucho más amplio que el que
nos da nuestra miopía, por la que quisiéramos que pedir algo y encontrarlo como
respuesta fuera cuestión de poco tiempo; casi como un resorte. Y aunque es
cierto que hay ocasiones en que es así y que hallamos los frutos de la petición
casi a la vuelta de la esquina, hemos de experimentar mucho más la actitud del
pobre que suplica y espera, y que no tiene la respuesta de inmediato. Ha de
seguir siendo pobre y experimentarse pobre para mantener los brazos elevados al
cielo en demanda de aquella gracia que necesita.
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