Liturgia
Después de haber exhortado a los cónyuges a vivir el amor mutuo y la
amorosa dependencia y respeto que merecen cada uno, hoy pasa Pablo a otros
estamentos en su carta a los efesios: 6, 1-9. Hoy le toca a los padres, hijos,
amos, siervos (que en aquel momento estaban viviendo muchas veces como
esclavos).
A los hijos les recuerda el mandamiento de la ley de Dios: Honra a tu padre y a tu madre, un
mandamiento que es el primero de la segunda Tabla y que lleva aneja una promesa
de Dios: Te irá bien y vivirás largo
tiempo en la tierra.
Pero ese mandamiento no se queda solo en el “honra a tu
padre y a tu madre” sino que abarca también la relación de los padres hacia los
hijos: vosotros, padres, no exasperéis a
vuestros hijos; criadlos educándolos y corrigiéndolos, como haría el Señor.
Hay varios puntos ahí: “no exasperar a los hijos”, lo que supone que el padre o
la madre tienen una medida en sus intervenciones, que no suponga crear
tensiones. Deben “educar y corregir”, como no es para menos, pero el modelo
está en el modo en que lo haría el Señor. El Señor corrigió muchas veces a sus
discípulos y hasta fue –en ocasiones- duro en el modo. Pero tras esas
correcciones había un cariño, una cercanía, una medida, propias de quien ama de
verdad, y educa con su tono, su palabra, su bondad.
También ese mandamiento, el cuarto de la ley de Dios,
abarca las relaciones de amos y siervos.
Los amos deben dejarse de amenazas, y
el modelo es el Amo que ellos mismos tienen en el Cielo. Pues como ese Amo es
con ellos, así ellos deben ser con sus esclavos.
Y los esclavos deben obedecer
a sus amos de la tierra, tenerles profundo respeto, como a Cristo Ya vemos:
Pablo tiene siempre un referente para decir la medida de las actuaciones.
Siempre debe tenerse en cuenta cómo lo haría Dios, o cómo querrían ellos
hacerlo con Dios. Proceder como esclavos
de Cristo, procediendo de buena gana, como quien sirve al Señor.
Esclavos o libres, lo
que uno haga de bueno, lo pagará el Señor.
Queda claro que Pablo está hablando desde un pensamiento
cristiano y desde una realidad absolutamente real, que no está en su mano
impedir sino orientar. Porque la labor de la fe no es que el mundo cambie sino
cómo desenvolverse en ese mundo al que no podemos cambiar, pero nosotros sí
hemos de tomar posiciones que no son mundanas sino cristianas.
No hace tanto que tocamos esa pregunta que le hacen a Jesús
en su camino hacia Jerusalén, por ciudades y aldeas: Señor, ¿serán pocos los que se salven? (Lc. 13, 22-30).
No respondió Jesús directamente a esa pregunta. Ni es la pregunta
que tiene sentido ni que va a resolver nada, si no es la mera curiosidad. Lo
que sí hace Jesús es advertir sobre el camino que conduce a la salvación: esforzaos por entrar por la puerta estrecha.
Si son muchos o pocos no es el tema. El tema es formar parte de “los muchos”
entrando por la puerta estrecha. Ciertamente habrá muchos que intentarán entrar y no podrán. Nadie le impediría. Pero
“muchos” quieren vivir “a sus anchas” y así no entran por la puerta de la
salvación. La puerta estrecha supone “mantener el tipo” del espíritu para poder
descubrir y poder pasar por esa puerta que conduce a la salvación. Los “obesos”
de soberbia y pagados de sí mismos, los ricos “epulones”…, nunca darán con la
puerta, y menos aún podrán entrar.
Lo que procede es “ponerse a régimen” para tener la medida
necesaria para traspasar esa puerta, en la que serán reconocidos por el Señor.
No valdrán las justificaciones: Hemos
comido y bebido contigo y tú has enseñado en nuestras plazas. Lo que vale
es dar la medida de lo escueto, de lo que supone dominio de sí, “negación del
propio yo”…, y saberse colocar en los últimos puestos para poder pasar a los
primeros. Es la gran teología de Jesús.
Así habrá muchos que, viniendo
de oriente y occidente, del norte y del sur, se sentarán a la mesa del reino de
los cielos.
Por eso, si hay “muchos” que no darán con la puerta, hay
otros “muchos” que sí pasarán por ella. Y los que no hayan pasado, sufrirán el
dolor del llanto y rechinar de dientes
cuando vean a tantos (Abrahán, Isaac y Jacob, a todos los profetas…, a
tantos otros…), que llegaron al Reino de
Dios. Todo lo tuvieron a mano para haber disfrutado de esa posición. ¡Y no
la aprovecharon! Ese será su mayor tormento porque nadie tuvo la culpa de que
no entraran sino ellos mismos.
"Que se alegren los que buscan al Señor. Recurrid al Señor, buscad contínuamente su Rostro" (Sal. 104).
ResponderEliminarLa pregunta del Evangelio puede significar que los seguidores de Jesús no son muchos y que la salvación puede ser exclusivo de unos pocos elegidos, losdel pueblo elegido, Israel.Jesús no quiere responder exactamente a lo que le preguntan, quiere motivar a la gente, quiere despertar su interés para que empiecen a vivir, desde ahora,los valores del Reino. El deseo de Dios es que todos podamos sentarnos a su mesa; pero tenemos que hacernos dignos de ello.