Liturgia
Pablo hace a los gálatas su “presentación” personal, entrando en lo más
íntimo de su vida. Lo hace como un aval de su carta y de su intervención: por
qué su evangelio es el auténtico y no el “otro” que les han mostrado. En 1,
13.24 arranca su presentación desde sus tiempos fanáticos en el judaísmo, en
los que era ejemplar. Pero cuando aquel
que me escogió desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia, se dignó
revelar a su Hijo en mí, para que yo lo revelara a los gentiles, enseguida, sin
consultar con hombres, sin subir a Jerusalén a ver a los apóstoles, me fui a
Arabia… Había dicho que su evangelio no era de hombres, y aquí lo está
demostrando.
Cuando volvió a las iglesias cristianas de Judea, lo que en
ellas había era un recuerdo del perseguidor
que, ahora –sin embargo- predicaba lo que antes intentaba destruir, y alababan
a Dios por causa mía. Salvo 15 días con Pedro en Jerusalén, no vio a ningún
otro apóstol. Dios le es testigo de que no miente.
Llegamos al texto lucano de Marta y María (10, 38-42), que
solo cuenta él y que no hace ninguna referencia al que sería el tercero de la
familia, a Lázaro, si seguimos el evangelio de Juan.
Es un texto que aborda dos puntos principales: la labor no
debe de sobrepasar la necesidad, y mucho menos agobiar. Marta aparece como multiplicada con el servicio y sin dar
abasto. A eso es a lo que Jesús hace una objeción: bastaría con hacer “una
cosa”, la necesaria, y no agobiarse. Quiere obsequiar a Jesús, pero mejor lo
obsequiaría sentándose con él un rato, y dejando el espacio necesario a la
preparación de la comida. Pero no más.
La otra postura es la de María, mujer mucho más interior,
que ha optado por hacerle la visita a Jesús. Y allí está a sus pies (como
discípula) escuchando su palabra. Ha dejado a un lado el trabajo que estuviera
haciendo, porque con la llegada de Jesús ella prefiere esa escucha.
Marta llega a quejarse a Jesús porque su hermana la deja
sola con la preparación de las cosas. Y Jesús le dice que no le va a quitar su
gusto a María, que ha elegido una buena parte.
Es claro que –en absoluto- cabe la reflexión de que “ni tan
claro ni tan calvo”, y que aunque ha elegido una buena parte, todo no se queda
en estar allí a los pies de Jesús sin meter un poco el hombro en la preparación
de la comida. Algo bueno será también dejar ya su privilegiada posición y
ponerse a meter el hombro en los trabajos de la casa.
Ni Marta acierta con su agobio por preparar platos, ni
María puede quedarse todo el tiempo “escuchando las palabras del Maestro”. La
vida contemplativa es muy valiosa, pero también los contemplativos tienen que
prepararse sus comidas y su limpieza y sus labores. Muy hermoso sería quedarse
en oración y lectura y vivencias espirituales, pero luego hay labores
domésticas y necesidad de buscarse los medios de subsistencia.
Y es que los extremos son siempre incompletos. Por eso
hacer la unión de los dos es el acierto. Yo lo explicitaría diciendo que debe
ir por delante “la mejor parte”; que se asegure siempre el tiempo que hay que
dedicar a “escuchar a Jesús”. Y que nunca suceda que para lo que no queda
tiempo sea para esa parte de la vida espiritual. Lo que sucede cuando eso se
deja “para después”. La norma de oro es que nuestra parte espiritual sea “antes
de” y no “después de”…, porque luego se van liando las cosas y acaba pagando el
pato lo que era “la mejor parte”. “No he tenido tiempo”, suele ser la respuesta
de algunos.
Pero a su vez hay que hacer las cosas que hay que hacer.
Una detrás de otra. No una encima de otra, ni el imposible de querer hacer dos
cosas a la vez. Por eso una cosa es trabajar y otra es “afanarse”; una cosa es
tener labor entre manos y otra andar agobiado con las muchas cosas que se
propone uno hacer. Muchas veces hay que saber poner delante lo que es más
necesario, y no pasa nada si alguna cosa se queda sin hacer de lo que era menos
urgente. “Con una sola cosa basta”, que decía Jesús a Marta. Y cuando se acabe
una, se empieza la otra. Lo cual es muy recomendable hasta para la salud mental
y nerviosa. Dejarle a cada día su propia labor, y dejarle al día siguiente lo
que no se pudo hacer hoy.
De ahí que una síntesis completa es la de darle al mismo
trabajo un sentido de oración: de estar haciendo lo que Dios quiere que se haga
y al modo en que le gustaría a Dios. Y así se ora mientras se trabaja, y se
trabaja orando.
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