Liturgia
San Pablo distingue dos períodos muy diferentes en su vida y en la vida
de los efesios (2, 1-10): el período en que Pablo y ellos camparon por sus
respetos, y el momento en que Dios entra en sus vidas. Lo que eran queda
resumido en las primeras palabras: estabais
muertos por el pecado cuando seguíais la corriente del mundo, bajo el jefe que
manda en esas regiones inferiores: el espíritu que actúa ahora en los rebeldes contra
Dios. En ese momento rigen los instintos, la sensualidad, la imaginación,
destinados a la reprobación.
El otro momento empieza cuando Dios, rico en misericordia por el gran amor con que nos amó, y estando
nosotros muertos por el pecado, nos ha
hecho vivir con Cristo –por puro regalo suyo- y nos ha resucitado con
Cristo.
Concluye diciendo: Somos,
pues, obra suya, Dios nos ha creado en Cristo Jesús para qué nos dediquemos a
las buenas obras. Con lo cual nos está diciendo dos cosas que no pueden
separarse: de una parte, somos pura gracia y regalo de Dios; somos “hijos de la
fe” y somos salvados por esa fe. De otra parte esa fe, precisamente esa fe, nos
conduce a las buenas obras. La fe depende de la obra de Dios en nosotros. Las
obras dependen de nosotros para responder a la fe. Porque no hay fe sin obras,
ni obras que valgan sin la fe
Un caso muy típico es el que nos presenta San Lucas en el
evangelio de hoy (12, 13-21). Pretende uno que Jesús dirima un asunto de reparto
de herencia entre dos hermanos. Y Jesús toma inmediatamente distancia del
asunto: Hombre, ¿quién me ha nombrado
juez o árbitro entre vosotros? Jesús no entre en esos asuntos que deben
resolverse a niveles normales de relación entre personas, o con los jueces que
están para ello.
No quiere Jesús que las cosas que son de tema humano, sólo
humano, vengan a resolverse con intervención de lo religioso. Lo cual debiera constar
a tantas personas que vienen a “la iglesia” para que sean sus representantes
los que diriman sus cuitas…, tantas personas que pretenden poner a “la iglesia”
de parte de ellos y en contra del adversario de ellos. No debe ser, porque es
una manipulación indecente de la religión. Lo mismo que los que toman la religión
y la misma palabra de Dios como arma arrojadiza contra el otro. Jesús se
desmarca claramente. No es su tema ni él ha venido para eso. Ni la Iglesia y
sus representantes están para eso.
Y entonces Jesús deriva la cuestión a algo que es más de
fondo: la avaricia, por la que cada cual desea poseer más y piensa que así
disfrutará más. Y apoya su respuesta en una parábola, ese modo que le era tan
familiar, con el que ilustraba sus explicaciones. Aquí se trata de un rico que
ha obtenido una gran cosecha, y para almacenarla derriba sus graneros y
construye otros mayores. Y entonces almacena su grano y se da por satisfecho porque
ya tiene para vivir tranquilamente su vida, sin ocuparse en otra cosa que comer
y divertirse. Y Dios le dice: Necio, esta
noche te van a pedir la vida. Lo que has acumulado, ¿de quién será?
La avaricia de aquel ricachón no le va a servir de nada. Ni
le sirve a nadie: Así será el que amasa
riquezas para sí y no es rico para Dios. La avaricia sólo mira la ventaja
personal, el tener y el disfrutar, y todo le parece poco. Y como la riqueza
conduce a la avaricia, el rico acaba viendo que se le va de las manos todo lo
que almacenó, y no precisamente para hacer el bien.
Yo quiero siempre hacer una ampliación del tema “riquezas”,
porque somos capaces de sentirnos pronto desligados de la parábola y de la
enseñanza porque nosotros no poseemos esas riquezas. No somos ricos. Y sin embargo
podemos no ser ricos para Dios cuando
nos quedamos encerrados en nosotros mismos, en nuestro orgullo, nuestro YO,
nuestro amor propio. (Y “propio” revela posesión). El orgulloso podrá no tener
graneros repletos de trigo pero tiene un almacén de egoísmo, de engreimiento,
de hacerse el centro de todo, de pretender llevar la razón en todo. Y evidentemente
está tan encerrado en sí mismo que no le queda tiempo para alcanzar sus
riquezas en lo que toca a Dios. El egoísta se basta a sí mismo, se las cuece
todas a favor suyo y reparte culpas alrededor, de las que él se considera
indemne. Dios no tiene ahí cabida porque ese egoísta está muy lleno de sí mismo
y no deja espacio para que nadie ni nada entre en su mundo.
También, pues, hay otras formas de avaricia a las que Jesús
se está refiriendo en la parábola, en la enseñanza y en ese advertir que él no
ha sido nombrado para dirimir esas cuitas que plantean los temas puramente
humanos.
¿Qué hacemos de nuestra vida? ¿Pensamos un poco en los demás?. Es un grandísimo error atesorar riquezas para uno mismo sin pensar en ser rico para Dios. El Evangelio nos remite a la historia del hombre que ha tenido una buena cosecha, puro retrato del egoísta que piensa sólo en sí mismo y en su goce inmediato. La mejor manera de ser ricos a los ojos de Dios nos la retrata la existencia humana de Jesús que "no tenía en donde reclinar su cabeza". Él nos enseña las obras de misericordia para con los necesitados.
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