09 de septiembre de 2015
(ZENIT.org)
Queridos hermanos y hermanas ¡buenos días!
Quisiera hoy detener nuestra atención en el vínculo entre la
familia y la comunidad cristiana. Es un vínculo, por así decir, “natural”,
porque la Iglesia es una familia espiritual y la familia es una pequeña
Iglesia.
La Comunidad cristiana es la casa de aquellos que creen en Jesús
como la fuente de la fraternidad entre todos los hombres. La Iglesia camina en
medio de los pueblos, en la historia de los hombres y de las mujeres, de los
padres y de las madres, de los hijos y de las hijas: esta es la historia que
cuenta para el Señor. Los grandes acontecimientos de las potencias mundanas se
escriben en los libros de historia, y permanecen allí. Pero la historia de los
afectos humanos se escribe directamente en el corazón de Dios; y es la historia
que permanece eternamente. Es este el lugar de la vida y de la fe. La familia
es el lugar de nuestra iniciación --insustituible, indeleble-- en esta
historia. En esta historia de vida plena que terminará en la contemplación
de Dios para toda la eternidad en el cielo, pero comienza en la familia y por
eso, es tan importante la familia.
El Hijo de Dios aprendió la historia humana por esta vía, y la
recorre hasta el final. ¡Es hermoso volver a contemplar a Jesús y los
signos de este vínculo! Él nació en una familia y allí “aprendió el mundo”: un
taller, cuatro casas, un pueblo. Y sin embargo, viviendo durante treinta años
esta experiencia, Jesús asimiló la condición humana, acogiéndola en su comunión
con el Padre y en su misma misión apostólica. Después, cuando dejó Nazaret y
comenzó la vida pública, Jesús formó en torno a él una comunidad, una “asamblea”,
es decir una con-vocación de personas. Este es el significado de la palabra
“iglesia”.
En los Evangelios, la asamblea de Jesús tiene la forma de una
familia y de una familia acogedora, no de una secta exclusiva, cerrada: nos
encontramos con Pedro y Juan, pero también al hambriento y al sediento, al
extranjero y al perseguido, a la pecadora y al publicano, a los fariseos y a la
multitud. Y Jesús no cesa de acoger y de hablar con todos, también con el que
ya no espera encontrar a Dios en su vida. ¡Es una gran lección para la Iglesia!
Los discípulos mismos han sido elegidos para cuidar de esta asamblea, de esta
familia de huéspedes de Dios. Para que esté viva hoy esta realidad de la
asamblea de Jesús, es indispensable reavivar la alianza entre la familia y la
comunidad cristiana. Podríamos decir que la familia y la parroquia son dos
lugares en donde se realiza esta comunión de amor que encuentra su fuente
última en Dios mismo. Una Iglesia de verdad según el Evangelio no puede no
tener la forma de una casa acogedora. Con las puertas abiertas siempre. Las
iglesias, las parroquias, las instituciones con las puertas cerradas no se
deben llamar iglesias, se deben llamar museos.
Hoy, esta es una alianza crucial. “En contra de los 'centros
de poder' ideológicos, financieros y políticos, volvemos a poner nuestras
esperanzas no en estos centros de poder, sino en los centros del amor.
Nuestra esperanza está en estos centros del amor. Centros evangelizadores,
ricos de calor humano, basados en la solidaridad y la participación”,
y también en el perdón entre nosotros.
Reforzar el vínculo entre la familia y la comunidad cristiana es
hoy indispensable y urgente. Por supuesto, se necesita una fe generosa para
encontrar la inteligencia y la valentía para renovar esta alianza. Las familias
a veces dan un paso atrás, diciendo que no están a la altura: 'Padre, somos una
pobre familia y también un poco destartalada', 'no somos capaces', 'tenemos ya
tantos problemas en casa', 'no tenemos la fuerza'. Es verdad. Pero ninguno es
digno, ninguno está a la altura, ¡ninguno tiene las fuerzas! Sin la gracia de
Dios, no podremos hacer nada. Todo nos es dado gratuitamente. Y el Señor no
llega nunca a una nueva familia sin hacer algún milagro. ¡Recordemos lo que
hizo en las bodas de Caná! Sí, el Señor, si nos ponemos en sus manos, nos
hace hacer milagros. Milagros de todos los días cuando está el Señor en esa
familia.
Naturalmente, también la comunidad cristiana debe hacer su parte.
Por ejemplo, tratar de superar actitudes demasiado directivas y demasiado
funcionales, favoreciendo el diálogo interpersonal y el conocimiento y la
estima recíproca. Las familias tomen la iniciativa y sientan la responsabilidad
de llevar los propios dones preciosos para la comunidad. Todos debemos ser
conscientes de que la fe cristiana se juega en el campo abierto de la vida
compartida con todos, la familia y la parroquia deben cumplir el milagro de una
vida más comunitaria para toda la sociedad.
En Caná, estaba la Madre de Jesús, la “madre del buen consejo”.
Escuchemos nosotros también sus palabras: 'Hagan todo lo que él les diga'.
Queridas familias, queridas comunidades parroquiales, dejémonos inspirar por
esta Madre, hagamos todo lo que Jesús nos diga, y nos encontraremos ante el
milagro, el milagro de cada día. Gracias.
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