Liturgia
Celebra hoy la Iglesia al evangelista y apóstol San Mateo, que nos dejó
escrito el llamado “primer evangelio”, que es clave para conocer la doctrina de
Jesús, manifestada en los 3 capítulos del Sermón del Monte y en dos secciones
amplias de parábolas del Reino. Evangelio dirigido a los judíos y por tanto
entroncando mucho con el Antiguo Testamento, para que el pueblo de Dios pudiera
hallar en la persona de Cristo la culminación de las promesas de Dios al pueblo
santo.
Mateo, por otro nombre Leví, pertenecía a la casta de los publicanos: cobradores de impuestos a
favor de la potencia dominadora de Roma, y por lo mismo muy mal vistos por el
pueblo, y abominados por los fariseos y los diversos estamentos religiosos de
Israel. Y como en ese pueblo lo divino y lo humano estaba unido porque no
concebía su propio gobierno sino desde la acción de Dios, los publicanos no
sólo eran mirados como algo políticamente incorrecto sino además, pecadores. Mala fama que se habían
ganado en muchos casos con razón porque –además de cobradores de impuestos para
el poder extranjero- ellos se convertían en usureros que abusaban de su situación
para cobrar más de lo debido. Y así eran recaudadores para Roma y para sus
propios bolsillos. Nada extraño, pues, que fueran abominados por todos.
Pues ahí, en un publicano en plena faena, se vinieron a
poner los ojos de Jesús. Vio Jesús a un
hombre llamado Mateo sentado al mostrador de los impuestos. (Mt 9, 9-13). Y
conforme lo vio y sin mediar otra palabra ni otro gesto, Jesús le dirigió la
misma palabra que había dicho anteriormente a Simón y Andrés, a Santiago y a
Juan y a Felipe: Sígueme. Y Mateo deja todo, también sin más explicaciones, y se
levanta y se va tras Jesús. Y Mateo lo toma como una fiesta y organiza un
banquete de despedida en el que naturalmente invita a Jesús, y donde también
naturalmente invita a sus amigos, los publicanos.
Los fariseos se escandalizan: ¿Cómo es que vuestro maestro come con publicanos y pecadores?
Aquella participación en una misma mesa suponía una participación en las ideas
y en los modos de ser. Jesús en medio de aquellos comensales era un escándalo.
Jesús escuchó la pregunta de los fariseos y les respondió: No tienen necesidad de médico los sanos sino los enfermos. Escuchad lo
que significa: Misericordia quiero y no
sacrificios; que no he venido a llamar justos sino a pecadores.
No es que Jesús no acogiera también en su alma a los
verdaderamente justos. Pero había una ralea de “justos” que a sí mismo se
consideraban “justos” e incontaminados que estaban por encima del bien y del
mal: eran los fariseos y los mentores religiosos de Israel. Es evidente que
ellos no se consideraban necesitados de misericordia porque ya se sentían “justos”.
Por eso Jesús dice que no viene a ellos porque ellos no consideran que tengan nada
que cambiar. Sin embargo los pecadores, las personas normales, incluso los
publicanos, tenían conciencia de estar fuera de la Ley y eran susceptibles de
cambio. Hacia ellos podía dirigir Jesús su misericordia. Y tal misericordia que
incorporaba a un publicano al grupo de sus apóstoles. Y bien que respondió
aquel publicano, con la ventaja de partir desde esa situación y poder desde ahí
ayudar a su pueblo.
Todo eso entronca con la 1ª lectura, tomada de Ef 4, 1-7.
11-13, en la que Pablo describe las actitudes necesarias para el buen apóstol y
el buen cristiano: la humildad y la
amabilidad, y la fidelidad a la vocación a la que hemos sido llamados, y comprensivos.
Y como todo no es una balsa de aceite donde somos tantos y tan diversos, pide
también: sobrellevaos con amor y
esforzaos por mantener la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz.
Pablo tiene obsesión con la COMPRENSIÓN, y la repite
siempre que habla del amor. Porque entiende que ser comprensivo es ponerse uno
en el lugar del otro para poder entenderlo, aceptarlo y sobrellevarlo; y
finalmente para amarlo. Cierto que no bastarían todas las razones humanas para
vivir la verdadera comprensión Elemento indispensable para que tenga raíces es
que nos sintamos un solo cuerpo y un solo
Espíritu, una sola meta de la esperanza en la vocación a la que hemos sido
llamados. Y eso lo expresa con una afirmación esencial: un
solo Dios, una fe, un bautismo, un Dios, Padre de todo, que lo trasciende todo,
lo penetra todo y lo invade todo. Lo que no significa que todos somos
iguales ni podemos serlo. Cada uno en su puesto y vocación, pero todos en esa
estatura humana que se va dirigiendo a la estatura de Cristo, y que la que da
el llegar a ser adulto y perfecto en la fe, en la plenitud de Cristo.
He constatado que Jesús cuando quiere “atraerse” a un pecador: Mateo, el fariseo -donde fue la pecadora- Zaqueo…’que quería ver a Jesús’…siempre termina en un ‘BANQUETE’…Ahí todos los pecadores encuentran a Jesús…Y también los no pecadores: sus amigos Lázaro, (‘resucitado’), Marta y María… Jesús habla en otras ocasiones de banquetes, sin nombrar la ‘ÚLTIMA CENA’ que es lo más sagrado que ÉL nos dejó…: SU DESPEDIDA ANTES DE MORIR y QUEDARSE CON NOSOTROS…HASTA EL FIN DE LOS TIEMPOS… Pensar, que todos los días tenemos ‘la Invitación’ al Banquete de la EUCARISTÍA…DE TENERLE TAN DENTRO DEL ALMA…que parece imposible no ir a su encuentro y algún día nos tocará llegar al Banquete del REINO DE LOS CIELOS…(no por nuestros méritos …) sino porque tratamos de ‘amarlo mucho’…como la pecadora en casa del Fariseo. La carta a los Efesios… nos señala el camino que hemos de llevar para llegar a Jesús…
ResponderEliminarMateo, recaudador de impuestos, tenía muy mala prensa en la comunidad de gente"intachable" en la que vivía: era considerado pecador y era un excluido de la Sinagoga. Jesús, que pasa de respetos humanos, pasando, lo llama para convertirlo en uno de sus Apóstoles, le ofrece su amistad, ha descubierto en él a un hombre que puede hacer mucho por acoger y promover el Reino de Dios. Mateo, al instante, deja la mesa y los dineros de la recaudación; y, abre su vida al llamamiento del Maestro, sabe reconocer en él a su verdadero tesoro, proclama el mensaje de Cristo y, con su ejemplo nos enseña a responder a las propuestas de Jesús con generosidad, apostando por Él.
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