Liturgia
Tenemos dos lecturas que a simple vista nos dejan poco espacio para una
reflexión. Y sin embargo pueden dar de sí como para plantearnos temas de mucho
recorrido.
El profeta Ageo (1, 1-8) llama la atención al pueblo que,
una vez que ha regresado a su patria, ya no se interesa por el Templo. Y el
Señor, por medio del profeta, recuerda que todavía
es tiempo de construir el Templo. Las gentes están más dedicadas a
construirse sus casas revestidas de
madera mientras el Templo está en ruinas. Y Ageo, con la mentalidad de esos
tiempos, advierte que la falta de prosperidad del pueblo se debe a esa falta de
generosidad con Dios. Y concluye: Meditad
vuestra situación; subid al monte, traed maderos, construid el templo para que
pueda complacerme y mostrad mi gloria, dice el Señor.
En ese “meditad vuestra situación” me suscita la necesidad
de meditar nosotros. Ya no se trata de que “los males provienen porque Dios
está disgustado” sino de plantear que nosotros tenemos que poner nuestro
pensamiento en agradar a Dios. Y
bien podemos pensar que tenemos parecido con aquel pueblo que tenía tiempo y
dinero para sus cosas pero ya dejaba de interesarse por el templo del Señor. Me sugiere tantas
veces que no nos falta tiempo para lo nuestro y nuestros gustos o incluso
caprichos, pero “no tenemos tiempo para lo que es de Dios”. O gastamos sumas
considerables en la fiesta de una boda o unas primeras comuniones o unos
conciertos, pero nos parece mucho lo que debemos aportar a la Iglesia. Ageo
también vendría a decirnos que este proceder no es digno.
Y llegamos al Evangelio (Lc 9, 7-9) y tenemos un dato
curioso que tener en cuenta: en los diversos relatos de los evangelios: cuando
Jesús se queda solo tras enviar a sus apóstoles a la misión, los evangelistas
no cuentan qué hizo Jesús entonces, siendo así que también nos gustaría saber a
qué se dedicó y cómo en ese tiempo. Lo que nos deja la reflexión de la idea de eclesía (=comunidad) con la que se ha de
vivir la vida cristiana. Solemos tender a vivir nuestra fe a solas, privada y
personalmente. Los relatos evangélicos nos remiten a Jesús que, sin sus apóstoles,
no tiene nada que trasmitirnos. Puede encajar perfectamente con la idea del
Cuerpo Místico en Pablo: Cristo y los cristianos (la Iglesia) formando una
unidad que ya no se puede separar. Y por tanto una reflexión sobre esa
frecuente tendencia a vivir nuestra vida cristiana a solas y a nuestra manera.
Ahí no tiene Jesús nada que decir.
El núcleo del relato está en la perplejidad de Herodes ante
las noticias que le llegan de Jesús. Como no tiene Herodes su conciencia
tranquila, da vueltas sobre la posibilidad de que Juan Bautista (a quien él mandó
decapitar) haya vuelto a la vida. O Elías o cualquier antiguo profeta. Si no, ¿quién es este de quien oigo semejantes
cosas) Y tenía ganas de verlo.
No le interesaba el mensaje, ni el fondo de la cuestión. Sólo “las semejantes
cosas” que hacía. Había una curiosidad por ver a ese personaje, pero conocerlo
dentro de ese ámbito superficial en el que se desenvolvía Herodes, que vivía de
cara a la galería. Mató al Bautista en una fiesta, y el día que –en la Pasión-
conoció a Jesús, no se interesó por la causa sino que intentó divertirse con
los “trucos” de Jesús, y así pasarlo en fiesta con su corte (que bien acostumbrada
estaba a los placeres del monarca, al que adulaban por beneficio de los propios
cortesanos).
Y lo que conoció de Jesús fue que era lo más contrario a
él; conoció que Jesús no se doblegaba ni por alcanzar su libertad; que no entraba
en el juego. Y como al final había que convertir todo en fiesta y que
disfrutaran sus gentes, acabó por “conocer” que Jesús era un loco del que había
que reírse. Y le mandó poner una capa brillante.
Hasta ahí lo que podemos pensar de Herodes. Pero no me
quedo en la historia pasada. Jesús sigue siendo el mismo que fue entonces, y
Jesús no juega “con la fiesta”; ni con sus milagros y curaciones que tanto nos
gustan y en los que nos es fácil y agradable contemplar. El Evangelio es mucho
más completo y aparte de esas curaciones y liberaciones llamativas, encierra
otras liberaciones de mucho mayor fuste: la liberación de nosotros mismos. Por
eso Jesús va a estar insistiendo constantemente en que seamos los últimos si
queremos ser los primeros, en que sirvamos a los demás si queremos reinar, en
que nos neguemos nuestro propio Yo si queremos seguirlo a él. En que pongamos
la otra mejilla cuando nos abofetean o que nos arranquemos el ojo que nos es ocasión
de pecado.
¿Queremos conocer a Jesús como también deseó conocerlo
Herodes? Pues Jesús no fue el que Herodes quiso que fuera sino el Jesús que
realmente es. Y mal vamos si lo queremos
reducir a los evangelios de los milagros, y nos apartamos del gran milagro que
es la transformación personal nuestra. Que para eso hay muchas llamadas en el
Evangelio.
Muchas personas que aparecen a lo largo del Evangelio muestran su interés por ver a Jesús.
ResponderEliminarContemplar a Jesús,conocerle, tratarle es también nuestro mayor deseo y esperanza.
Pero,"QUIEN BUSCA HALLA "y a Jesús lo tenemos tan cercano a nuestras vidas.....Lo tenemos con nosotros hasta el fín de los siglos. En la Sagrada Eucaristía está Cristo completo :su CUERPO glorioso , su ALMA humana y su PERSONA divina que se hace presente por las palabras de la Consagración. Su HUMANIDAD SANTÍSIMA,escondida bajo las especies sacramentales del pan y vino.
A veces por nuestras miserias y falta de fe nos podría resultar costoso apreciar el rostro amable de Jesús. Pero, ÉL está ahí ,en el Sagrario, vivo ,con los brazos abiertos deseando derramar sus gracias a quien se acerca y confía en su AMOR infinito.