Liturgia
A primera vista la lectura del libro de Esdras (6, 7-8.12. 14-20) es
puramente descriptiva. Narra la liberación del pueblo de Israel, esclavizado, y
ahora liberado por orden de Ciro (fue la lectura que hubiera correspondido a ayer).
Hoy, por orden de ese rey se manda que se faciliten a los jefes de Israel todos
los elementos y dinero necesarios para que construyan su Templo.
En una historia cualquiera supondría sencillamente eso que
se ha dicho. En la historia del pueblo de Dios supone todo un proceso
providencial por el que el pueblo que había perdido su entidad y que incluso
había parecido el abandono y la apostasía de muchos de sus miembros, ahora –por
la decisión de un rey extranjero- recupera su personalidad y renace de entre
sus cenizas, porque ese pueblo tiene una vocación muy importante en la historia
universal. Es Dios mismo el que triunfa de sus enemigos, y el pueblo vuelve a
tener horizonte en el proyecto misterioso de Dios…, o entre tantos sufrimientos
y fracasos y humillaciones, entre las cuales sigue estando vigente el proyecto
de Dios, que va mucho más allá de los que son en sí los acontecimientos humanos.
Una lección que debiera ir más allá de la simple lectura de
un hecho que sucedió, y nos deberá abrir la esperanza porque a Dios y la obra
de Dios no van a ser aplastados tampoco ahora, cuando las potencias del mal y
de los Gobiernos y los pueblos, parecen estar destruyendo la vigencia de la fe
y de la moral.
Un relato –también con más enjundia de la que aparece- lo
tenemos en Lc 8, 19-21. Jesús está realizando su misión de enseñar la Palabra
del Reino con un nutrido grupo de gentes que le rodean. Está haciendo lo que
tiene que hacer. Y en esto se presentan sus familiares, que llevan consigo a
María, la Madre de Jesús. Y no pudiendo acceder a Jesús por causa del gentío,
optan por enviarle recado: Aquí están tu
madre y tus hermanos, que desean verte. Jesús estaba en lo que estaba y respondió:
¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?
Éstos son mi madre y mis hermanos: los que escuchan la palabra de Dios y la
cumplen. Y Jesús siguió explicando su lección a las gentes que le
escuchaban.
Es evidente que Jesús había medido sus palabras y que había
hecho precisamente un elogio de su madre, la persona que fue más fiel en esa escucha
de la Palabra de Dios y su puesta en práctica. Pero al mismo tiempo es muy
posible que extendía la lección a aquellos familiares, que podían no estar en
la misma onda.
Siempre que leo este evangelio no puedo menos que acordarme
del otro momento en el que esos parientes pretendieron llevarse consigo a Jesús
y apartarlo de su labor porque, imbuidos ellos del sentido mesiánico popular,
pensaron que Jesús había perdido el juicio diciendo lo que decía. No lograron
entonces llevarse a Jesús y ahora parece que vuelven a intentarlo pero con el
señuelo de llevar por delante a la Madre. Y Jesús no cae en la trampa. Hace un
elogio de cómo es su madre, y Él sigue hablando a las gentes y exponiéndoles el
Reino de Dios.
¿Cómo recibe María aquella respuesta de Jesús? Pienso que
con toda naturalidad. Coincide perfectamente con su propio pensamiento, y ella
sabe que la voluntad de Dios ha marcado y marca su vida entera. Comprende
perfectamente que Jesús tiene que estar en lo suyo y, en realidad, coincidía
con su idea de que no había que haberle importunado con el recado.
¿Y qué hizo Jesús cuando acabó la sesión aquella? Pues lo
más natural: que fue irse hacia su madre y departir gozosamente el tiempo de
que disponía. ¿Y los parientes? Habían recibido nuevamente la respuesta de
Jesús: que él tenía que estar en lo que estaba, y que no podrían apartarle de
ello. No hacía falta explicárselo. Ya lo habían visto ellos con sus propios
ojos. Son esas lecciones que vienen sin necesidad de palabras y que ojalá
supiéramos captar sin necesidad de poner al otro en entredicho.
Yo creo que esto sigue siendo actual. Más de una vez tiene
uno que soslayar una respuesta abierta sobre una realidad que puede ser más o
menos penosa para el interlocutor. A éste le toca saber leer entre líneas.
Jesús no tuvo que decirle nada a los familiares, pero quedaba muy claramente
dicho en la actuación que él había tenido. Ya hablará Jesús de los signos de los tiempos, que son la
manera de saber leer en la vida y en los sucesos de ella. Ahí hay muchas más
respuestas que las que se pueden dar de palabra. (Y que muchas veces no pueden
darse para no herir).
"Yo soy la salvación del pueblo- dice el Señor-Cuando me llamen desde el peligro, yo los escucharé y seré siempre su Señor
ResponderEliminarMucho han tenido que orar los hebreos al Dios de Israel y muchos han tenido que ser sus sufrimientos en el exilio, lejos de su tierra y de su Templo, Habian cometido pecados gravísimos contra el Dios de Israel, se habían revelado contra Él adorando a otros dioses y Yahvé, profundamente dolido, destruiría el reino de Israel.y los castigaria deportándolos a Babilonia. Pero, ¿quién habrá sufrido más en este exilio, ellos soportando tan dura penitencia o Dios mismo escuchando sus lamentaciones y acompañándolos todo el tiempo que estuvieron deportados hasta el mismo día que el rey de Persia puso fin a su deportación? ¡El Dios de Israel, siempre nos acompaña! A ver qué va a pasar con los refugiados de Irak...a ver cómo salimos al paso de la situación caótica, idolátrica y de desenfreno por la que estamos caminando...Me parece que tiene que aparecer Dios para poner orden pues el hombre ya no es capaz.
Se ha perdido mi comentario. No sé dónde habrá salido, pero hecho está
ResponderEliminarMe impresiona el silencio de María en todos los acontecimientos de su vida." Todo lo meditaba en su corazón ".En el Evangelio de hoy, Maria no se desconcierta por la respuesta de Jesús. Ella comprendió que era la mejor alabanza que podía dirigirla su Hijo , pues nadie estuvo jamás más unida a Jesús que su Madre.Nadie cumplió mejor la voluntad del Padre.
ResponderEliminarEl silencio interior es compatible con el trabajo y el trasiego que nos trae la vida.Con el silencio y recogimiento el alma entra en un coloquio permanente con el Senor mirándole como se mira a un Padre, como se mira a un amigo, al que se quiere con locura.
Con este silencio no nos separamos de los demás sino que estamos más atentos a sus necesidades.