Liturgia
1Tim 1,15-17. Ayer, en el comienzo de esta carta, Pablo hacía su
presentación. Era un enviado
El evangelio –Lc 6, 41-49- continúa el “sermón del llano”.
Sigue con sus parábolas breves que le ayudan para expresar su pensamiento a
aquellas gentes y a sus discípulos. El
árbol sano da frutos sanos. El árbol dañado da frutos malos. Y cada árbol
da el fruto que le corresponde a su naturaleza: no se cosechan higos de las zarzas, ni uvas de los espinos. Y
cuando se ha metido en la imaginación de sus oyentes con esos ejemplos, aplica
a la realidad: El que es bueno saca el
bien de la bondad de su corazón. El que es malo, de su maldad saca el mal. La boca habla de lo que rebosa el corazón.
Casi que nos lleva de la mano a examinar nuestras palabras,
nuestros juicios… Y según veamos que son, nos estaremos encontrando con lo que
hay en los fondos mismos del alma y de los sentimientos. Y hay que comprender
que nos resulte difícil aceptar esa correspondencia de lo que hablamos y de lo
que sentimos dentro, y que se nos irá la mente a suavizar la afirmación de
Jesús. Sin embargo ahí está dicho, y bien merece la pena pensarlo.
Lo siguiente, que coincide con el final del Sermón del Monte
en San Mateo, es la advertencia que hace Jesús sobre esos dos mundos que
representan las palabras y los hechos: ¿Por
qué me llamáis: ‘Señor, Señor’ y no hacéis lo que os digo? De esto tenemos
a montones. La “fe de palabra” es muy barata; muchos se confiesan cristianos y
pretenden manifestarse como “creyentes”, pero al lado de eso se quedan en un
barniz exterior sin adentrarse en las exigencias evangélicas. Devociones, las
que se quieran. Compromisos y práctica sacramental, mínima…, o nula. Advierte
entonces Jesús que el que se acerca a mí,
escucha mis palabras y las pone por obra.
Y vuelve a sus parábolas para hacerse entender.
El que construye una casa le pone cimientos, o la ancla
sobre roca. Cuando surge la avenida de las aguas, esa casa resiste el embate. Así
es la verdadera fe. De tal modo está anclada en la verdad de Jesús y en la
forma práctica de vivir como dice Jesús y lo concreta la Iglesia (continuadora
de la presencia de Jesús), que no tambalean tal actitud todos los embates que
pueden surgir, de cualquier clase.
La casa que se ha construido sobre tierra, sin cimientos,
en cuanto llegan las aguas arramblan con ella. Así es la fe que depende de unas
devociones más externas y de menos fuste. Así es la débil fe de quienes se
creen muy creyentes pero no cultivan esa fe con las prácticas sacramentales, la
oración con la Palabra de Dios…, y todas esas ayudas necesarias para
fortalecerse. Dice Jesús que “esa casa se derrumbó desplomándose”.
Una mirada a nuestro derredor y lo comprobamos fácilmente.
Incluso en quienes parecían anclados pero no lo hicieron sobre la escucha de la
palabra de Jesús. No digamos de quienes ni viven algunas formas religiosas porque han dejado a
un lado su modo de relación personal con Dios.
Hoy día encontramos al lado de cada desgracia un sembrado
de velas. ¿Saben esas personas el significado de una vela? ¿Es un simple
amuleto pagano? ¿Han pensado que la llama mira al Cielo y que o llevan su
mirada al Cielo, a Dios, o aquello es un juguete? Esas velas ¿expresan algo
trascendente en el corazón de quienes las ofrecen, o todo se queda en un ritual
pagano?
Y no me quedo fuera del planteamiento que estoy explicando.
Yo –y algunos más como yo- somos capaces de montar un precioso edificio
espiritual con muchas “velas”, y quedarnos fuera de la realidad en la vida
práctica personal. Decir mucho ‘Señor,
Señor’ y no hacer lo que Yo os digo…, decirle a otros lo que tienen que
hacer y no tocar la carga ni con el dedo
meñique… Por eso no quiero que mi reflexión en voz alta suponga lanzar acusaciones
hacia afuera, sino ayudarnos todos a una mejor sinceridad, y ayudarme yo mismo
a echar unos cimientos fuertes en los que vaya apoyada la verdad de ese
“edificio”. Quien escucha estas palabras
mías y las pone por obra…; quien escucha estas palabras mías y no las pone por
obra. ¡Estas palabras mías! Ahí
está el secreto.
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