06 de septiembre de 2015
(ZENIT.org)
Como cada domingo, el papa Francisco rezó el Ángelus desde la
ventana de su estudio en el Palacio Apostólico, ante una multitud que le
atendía en la Plaza de San Pedro.
Dirigiéndose a los fieles y peregrinos venidos de todo el mundo,
que le acogieron con un largo y caluroso aplauso, el Pontífice les dijo:
"Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de hoy relata la curación de un sordomudo por parte
de Jesús, un acontecimiento prodigioso que muestra cómo Jesús restablece la
plena comunicación del hombre con Dios y con los demás hombres. El milagro está
ambientado en la zona de la Decápolis, es decir, en pleno territorio pagano;
por lo tanto, aquel sordomudo que es llevado ante Jesús se transforma en el
símbolo del no creyente que cumple un camino hacia la fe. En efecto, su sordera
expresa la incapacidad de escuchar y de comprender no solo las palabras de los
hombres, sino también la Palabra de Dios. Y san Pablo nos recuerda que “la fe
nace de la escucha de la predicación”.
La primera cosa que Jesús hace es llevar a aquel hombre lejos de
la multitud: no quiere dar publicidad al gesto que va a realizar, pero no
quiere tampoco que su palabra sea cubierta por el estruendo de las voces y las
habladurías del entorno. La Palabra de Dios que Cristo nos transmite necesita
de silencio para ser acogida como Palabra que sana, que reconcilia y restablece
la comunicación.
Se evidencian después dos gestos de Jesús. Él toca las orejas y la
lengua del sordomudo. Para restablecer la relación con aquel hombre “bloqueado”
en la comunicación, busca primero restablecer el contacto. Pero el milagro es
un don que viene de lo alto, que Jesús implora al Padre; por eso, levanta los
ojos al cielo y ordena: '¡Ábrete!' Y las orejas del sordo se abren, se desata
el nudo de su lengua y comienza a hablar correctamente.
La enseñanza que sacamos de este episodio es que Dios no está
cerrado en sí mismo, sino que se abre y se pone en comunicación con la
humanidad. En su inmensa misericordia, supera el abismo de la infinita
diferencia entre Él y nosotros, y sale a nuestro encuentro. Para realizar esta
comunicación con el hombre, Dios se hace hombre: no le basta hablarnos a través
de la ley y los profetas, sino que se hace presente en la persona de su Hijo,
la Palabra hecha carne. Jesús es el gran “constructor de puentes” que construye
en sí mismo el gran puente de la comunión plena con el Padre.
Pero este Evangelio nos habla también de nosotros: a menudo
nosotros estamos replegados y encerrados en nosotros mismos, y creamos muchas
islas inaccesibles e inhóspitas. Incluso las relaciones humanas más elementales
a veces crean realidades incapaces de apertura recíproca: la pareja cerrada, la
familia cerrada, el grupo cerrado, la parroquia cerrada, la patria cerrada. Y
esto no es de Dios. Esto es nuestro. Es nuestro pecado.
Sin embargo, en el origen de nuestra vida cristiana, en el
Bautismo, están precisamente aquel gesto y aquella palabra de Jesús: '¡Effetá!
- ¡Ábrete!'. Y el milagro se ha cumplido: hemos sido curados de la sordera del
egoísmo y del mutismo de la cerrazón, y del pecado, y hemos sido insertados en
la gran familia de la Iglesia; podemos escuchar a Dios que nos habla y
comunicar su Palabra a cuantos no la han escuchado nunca, o a quien la ha
olvidado y sepultado bajo las espinas de las preocupaciones y de los engaños
del mundo.
Pidamos a la Virgen Santa, mujer de la escucha y del testimonio
alegre, que nos sostenga en el compromiso de profesar nuestra fe y de comunicar
las maravillas del Señor a los que encontramos en nuestro camino".
Al término de estas palabras, el Santo Padre rezó la oración
mariana:
Angelus Domini nuntiavit Mariae...
Al concluir la plegaria, el Pontífice se refirió a la crisis de
los refugiados en Europa:
"Queridos hermanos y hermanas,
la Misericordia de Dios viene reconocida a través de nuestras
obras, como nos ha testimoniado la vida de la beata Madre Teresa de Calcuta, de
la que ayer se ha conmemorado el aniversario de su muerte.
Ante la tragedia de decenas de miles de refugiados que huyen de la
muerte por la guerra y el hambre, y que han emprendido una marcha movidos por
la esperanza vital, el Evangelio nos llama a ser “próximos” a los más pequeños
y abandonados. A darles una esperanza concreta. No vale decir solo: '¡Ánimo,
paciencia!...' La esperanza cristiana es combativa, con la tenacidad de quien
va hacia una meta segura.
Por tanto, ante la proximidad del Jubileo de la Misericordia, hago
un llamamiento a las parroquias, a las comunidades religiosas, a los
monasterios y a los santuarios de toda Europa para que expresen la concreción
del Evangelio y acojan a una familia de refugiados. Un gesto concreto en preparación
al Año Santo de la Misericordia.
Que cada parroquia, cada comunidad religiosa, cada monasterio,
cada santuario de Europa acoja a una familia, comenzando por mi diócesis de
Roma.
Me dirijo a mis hermanos los Obispos de Europa, verdaderos
pastores, para que en sus diócesis apoyen mi llamamiento, recordando que
Misericordia es el segundo nombre del Amor: 'Todo lo que hayáis hecho en favor
del más pequeño de mis hermanos, a mí me lo habéis hecho'.
También las dos parroquias del Vaticano acogerán en los próximos
días a dos familias de refugiados".
El Papa prosiguió su discurso recordando los problemas
fronterizos entre Venezuela y Colombia:
"Ahora diré unas palabras en español sobre la situación entre
Venezuela y Colombia.
En estos días, los Obispos de Venezuela y Colombia se han reunido
para examinar juntos la dolorosa situación que se ha creado en la frontera
entre ambos Países. Veo en este encuentro un claro signo de esperanza. Invito a
todos, en particular a los amados pueblos venezolano y colombiano, a rezar para
que, con un espíritu de solidaridad y fraternidad, se puedan superar las
actuales dificultades".
Francisco también recordó la beatificación en Gerona de tres
religiosas mártires:
"Ayer en Gerona, en España, han sido proclamadas beatas
Fidela Oller, Josefa Monrabal y Facunda Margenat, hermanas del Instituto de
Religiosas de San José de Gerona, asesinadas por su fidelidad a Cristo y a la
Iglesia. A pesar de las amenazas y las intimidaciones, estas mujeres permanecieron
valientemente en su lugar para asistir a los enfermos, confiando en Dios. Su
heroico testimonio, hasta la efusión de la sangre, conceda fortaleza y
esperanza a cuantos hoy son perseguidos por su fe cristiana. Y sabemos que son
muchos".
Sobre la XI edición de los Juegos Africanos, el Pontífice
dijo:
"Hace dos días se han inaugurado en Brazaville, capital de la
República del Congo, los undécimos Juegos Africanos, en los que participan
miles de atletas de todo el continente. Deseo que esta gran fiesta del deporte
contribuya a la paz, a la fraternidad y al desarrollo de todos los países de
África. Saludo, saludemos a los africanos que están haciendo estos undécimos
Juegos".
A continuación llegó el turno de los saludos que tradicionalmente
realiza el Santo Padre:
"Saludo cordialmente a todos ustedes, queridos peregrinos que
han venido de Italia y de varios países; en particular, al coro "Harmonia
Nova" de Molvena, a las Hijas de la Cruz, a los fieles de San Martino Buon
Albergo y Caldogno, y a los jóvenes de la diócesis de Ivrea, que han llegado a
Roma a pie por la Vía Francígena".
Como de costumbre, el papa Francisco concluyó su intervención
diciendo:
"A todos les deseo un buen domingo. Y por favor, no se
olviden de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!"
Nos impresionó la paciencia que ha tenido el Señor con el hombre que le presentaron y cómo le devolvió su integridad física. En aquel momento de desconcierto por las tribulaciones del destierro, Isaías anima al pueblo de Israel a confiar en el Señor, a buscar en Él la salvación, como que la estuviera palpando, no la ve ;pero está seguro de que Dios intervendrá a favor de su pueblo. Isaías profetiza que"se despegarán los ojos del ciego, los oidos del sordo se abrirán...la lengua del mudo cantará; el desierto se transformará en un delicioso vergel...Símbolo de la transformación profunda que Cristo operará en el hombre y en la misma Creación, transformación que se completará al final de los tiempos cuando todo sea renovado perfectamente en Él. Entre tanto debemos esforzarnos en colaborar en los servicios de nuestras Comunidades en todo lo que ayude a construir una sociedad mejor y más fraterna.
ResponderEliminarSobre la acogida a los refugiados, me parece bien lo que ha dicho el Santo Padre: pero hay Parroquias muy pobres que no pueden acoger a más familias...Creo que lo primero es acogerlos y ayudarlos a sobrevivir y luego prohibir los negocios de armas, que se acaben las guerras para que puedan regresar a sus países.Y, entre tanto rezar para que el Señor nos traiga la PAZ.