Liturgia
Zacarías es profeta de optimismo y esperanza. En el texto de hoy (8,
1-8) anuncia al pueblo del destierro que un resto va a hallar una
realidad gozosa cuando vuelva a Jerusalén y pueble sus calles de ancianos y
jóvenes, niños que juegan, porque eso no es imposible a los ojos de Dios. Yo libertaré a mi pueblo del país de oriente
y del país de occidente y los traeré para que habiten en medio de Jerusalén.
Lc. 9, 46-50 nos trae lo que ayer veíamos en Marcos. Como el
tema que está sobre el tapete es el sentido verdadero mesiánico, y los
apóstoles no sólo no lo entienden sino que pretenden contrarrestarlo (se pusieron a discutir quién era el más
importante), Jesús tiene que volver a intentar hacerse comprender y
hacerles comprender que el sentido de la vida de Jesús-Mesías va por otro,
sitio completamente diferente.
Es comprensible que lo que han oído y creído durante años
no se puede cambiar de la noche a la mañana. Pero los “símbolos” entran por los
ojos y ayudarán a que vayan entendiendo. Y el símbolo es un niño, que no tiene
prejuicios ni ideas preconcebidas. Y la solución en ellos –y en el pueblo- es
hacerse como eso niño, acoger al niño en su simplicidad. Porque el que acoge a
un niño no sólo es el gesto de aceptar al niño (que ya tenía su dificultad en
aquella civilización), sino es aceptar a Jesús y aceptar al que envió a Jesús:
es aceptar la misma Palabra que viene de Dios
El evangelista nos presenta –como la rémora del pensamiento
de aquellos hombres que estaban con Jesús- el caso de Juan, que viene
satisfecho de haber intentado impedir a uno que echara demonios en nombre de
Jesús: porque no es de los nuestros.
La eterna canción: lo mío y lo de otro; lo nuestro y lo de los demás…; el
exclusivismo, el “aquí estoy yo” que acierto más que los demás.
Jesús tuvo que echar marcha atrás para volver a empezar por
el principio: No se lo impidáis; el que
no está contra vosotros, está a favor vuestro.
Una lección que no se ha aprendido al cabo de veinte siglos.
Aún andamos en la Iglesia con esas actitudes de “lo mío es mejor que lo tuyo”,
yo hago las cosas mejor que tú, mi Parroquia es mejor que la otra, mi cofradía
le gana a la tuya y mi grupo apostólico es más válido que el de al lado. Y
hemos vuelto a caer –constantemente- en el fallo de Juan: se lo pretendemos impedir PORQUE NO ES DE LOS NUESTROS. Y eso que
ese o eso que “no es los nuestros” está haciendo la obra de Jesús, está
actuando en el nombre de Jesús, y haciendo una labor tan propia de Jesús como
echar demonios.
Lo difícil es echar nuestro propio demonio…, ese sentido de
posesión que se adquiere en cuanto se da un mínimo de encargo a alguien…, y ya
se posesiona de aquello. Yo me imagino a Jesús, al lado de tantas asociaciones,
movimientos, cofradías, comunidades, grupos, colectivos de cualquier aspecto
religioso, en sus discusiones, litigios, enfrentamientos, recelos… Y me imagino
que Jesús tiene que echar paciencia y volver al principio de todo para hacernos
comprender que es absurdo y vano andar en esas simplezas. Y que es doloroso y
hasta ofensivo que eso se dé –tantas y tantas veces- “en nombre de Jesús”, en
aras de lo religioso.
La Iglesia es inmensamente rica en su variedad de carismas
y posibilidades. A unos los constituyó apóstoles, a otros evangelizadores… A
otros los llamó a ejercer la caridad con el pobre (de cualquier clase de
pobreza), a otros los puso en el camino de la educación de los niños. En unos
casos aglutino a los esposos, en otros a las familias… Unos siguieron la
espiritualidad de un santo, otros la de otro. En unos hubo una concreción muy
clara a un aspecto, en otros hubo una inmensa amplitud, como un gran árbol que
cobija bajo su sombra a toda clase de criaturas. ¡Esa es la riqueza de la
Iglesia! Por eso, lo que unos hace en nombre de Jesús, ha de ser totalmente
respetado y admirado por lo que hacen otros, que también actúan en nombre de
Jesús. Y JESÚS ha de ser ese foco inmenso de luz que da cabida a todos los que
actúan en su nombre. Aunque tengan otra manera de pensar y de concebir el bien.
Acoger incluso lo bueno que proviene de quienes ni siquiera han oído hablar de
Jesús pero actúan con buen corazón y buscan el bien con sus medios y según su
pensamiento.
Observemos que el Papa ha renombrado las intenciones que
encarga al Apostolado de la Oración, que antes eran intenciones “generales” y “·misioneras”, y ahora son “universales”
para católicos y no católicos, y por la evangelización, dirigidas a
la Iglesia y a los creyentes. Todos podemos unirnos, cada cual a su manera, a
la oración. Sin tuyo ni mío; sin dimes y diretes.
La lección de Cristo es muy clara; no tenemos que ser los mejores, los más queridos por Dios; y, por eso pretender que nadie se le acerque, que nadie predique, que nadie haga "milagros", que nadie eche demonios porque no es de los "nuestros"Y, si somos buenos, gracias a todas las gracias recibidas de Dios, debemos ponernos al servicio de los demás antes que servirnos de ellos. Jesús nos explica cómo: acogiendo en nuestro corazón todas las virtudes que poseen los niños: sencillez, naturalidad ,franqueza, fidelidad...Debemos prepararle un lugar a Dios, recibirle, acogerle, procurar hacer nuestro trabajo muy bien hecho, como lo haría Jesús.. Tenemos que aprender a reconocer la bondad de los demás y darles un espacio en nuestro corazón, sabiendo que lo que le agrada a Jesús es que todo lo hagamos en su Nombre, por el bien de la Humanidad.
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