El cumpleaños de la Virgen María
La fiesta de hoy es de las que más celebran a la Virgen, al estilo de
la otra gran fiesta mariana que es el 15 de agosto. Aparte de los muchos
pueblos que hoy viven el patronazgo de la Virgen, hay varias Comunidades y ciudades
que están de fiesta: Asturias y Extremadura, Melilla, Albacete, Córdoba,
Guadalajara, Huelva, Málaga, Salamanca y Valladolid, cada cual con una
advocación diferente con la que veneran a la Madre de Dios.
En lo referente a la liturgia nos topamos con la dificultad
de la mayoría de las celebraciones marianas: que la Sagrada Escritura no está
para llenar estas devociones sino para trasmitir el mensaje de Dios a la
humanidad, a la que quiere salvar y a la que envía a su Hijo como redentor. Por
tanto no va a recoger los datos de devoción como el del cumpleaños de María. Así los textos litúrgicos son acomodaticios y
no abordan el tema en directo.
Rom 8, 28-30 nos presenta a Dios que elige a cada uno que
nace en la vida, y porque lo elige lo predestina a vivir (nacer) y a gozar de
la felicidad de Dios. Para ello llama, da la gracia (justifica) y destina a
la gloria (glorifica). Y si eso es para todo el que es llamado a la
existencia, ¡cuánto más a María, la MUJER anunciada en el Génesis!, y que un
día Dios la llama a la existencia para ser el eslabón necesario para la entrada
en el mundo del Mesías, el descendiente
de la MUJER, que será el que derrote al demonio. La mujer que desposará con
José, de la estirpe de David, de la cual nacerá Cristo (como nos ha dicho el
evangelio de la fiesta: Mt 1, 1-16, 18-23). Dos partes del texto evangélico, en
el que la primera parte va exponiendo la composición bíblica que muestra la
descendencia desde Abrahán (el padre de la fe del pueblo que Dios se escogió),
y la segunda la generación misteriosa del Mesías que nace de María sin
participación de varón. Para que María estuviera ahí y con esa misión peculiar,
tuvo que nacer un día bajo la elección amorosa de Dios (y su mirada redentora
de una humanidad caída).
Si hubiéramos seguido la liturgia del martes de la semana
23-par, hubiéramos continuado con la carta a los colosenses con esa riqueza que
nos trasmite Pablo. 2, 6-15. Ya que
habéis aceptado a Cristo, vivid como cristianos. Una máxima que debe ser
tomada por cualquiera de nosotros (y que no se da por supuesta, porque muchos
se quieren seguir definiendo “cristianos” con “fe en Dios”, y sin embargo han
encontrado la absurda fórmula de creyentes
no practicantes, con lo que no viven como cristianos. Esta carta de Pablo
levanta la alarma: Vivir como cristianos no se conforma con una “fórmula” sino
que pide un género y modo de vida que ha de estar conforme a la vida y
enseñanza de Jesús que nos trasmite y concreta la Iglesia Católica.
Pablo sigue diciendo: Arraigados
en Cristo, dejaos construir y afianzar en la fe que os enseñaron, y rebosad
agradecimiento. Primero es “dejarse construir y afianzar en esa fe” que se
aprendió, que se trasmitió. [Una llamada de atención a las familias, que desde
el Bautismo que se busque para los hijos deben fomentar y cultivar y trasmitir
la fe]. Y una vez que la persona madura y crece y se encuentra con esa fe,
nunca debe pensar que se la soltaron encima como un fardo no deseado, sino que
debe mostrar agradecimiento porque se le dio la mejor herencia que se le podía
dar.
Esa fe es una nueva forma de “circuncisión”. Si la
circuncisión física fue un signo de pertenencia al pueblo judío, la circuncisión dl corazón es la marca que indica
la pertenencia al nuevo pueblo de Dios. Una circuncisión que aparta de los
bajos instintos (elementos del mundo, insulsa patraña) para abrir a Cristo en
quien reside la plenitud de la divinidad. Fue el Bautismo el que marcó esta
nueva existencia, porque por él fuimos incorporados a la muerte y a la
resurrección de Jesucristo, muriendo nosotros al pecado para vivir una nueva
vida, la vida de Cristo, perdonados de antemano todos nuestros pecados. Él
subió a la cruz y dejó allí clavado el protocolo condenatorio de nuestros
pecados y los quitó de en medio para que nosotros tengamos esa vida nueva que
nos hace “cautivos” en el cortejo de Cristo, que –con él- sube al Cielo. El
SALMO rubrica esa fiesta repitiendo que el Señor es bueno con todos, y
enlaza con un apasionante evangelio (Lc 6, 12-19) con la elección de los Doce,
entresacados de entre el grupo más numeroso de discípulos. “Doce, a los que
llama apóstoles, que van a convivir
con él y van a aprender no sólo de lo que enseña sino de cómo vive. Todos los
Doce. Que si uno fue traidor no es porque estaba destinado a ello, sino porque
él no acogió cordialmente todo lo bueno que Jesús depositó en las manos de
todos y cada uno. Es el “misterio del hombre”, el misterio de la libertad
humana.
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