Liturgia
Así como la carta a los tesalonicenses me dejaba ciertos tonos
agridulces, la carta a los colosenses–en este inicio- me deja la sensación de
lo que hoy, en ese lenguaje un tanto original de nuestro tiempo se diría que “produce
buen rollo”, una buena sintonía de Pablo con aquel “pueblo santo” al que dirige
su carta Pablo juntamente con Timoteo. Dan siempre gracias a Dios por esa
comunidad de cristianos desde que nos
enteramos de vuestra fe en Cristo y el amor que tenéis a todo el pueblo santo.
Se cumplen las dos vertientes del amor cristiano: Dios y los semejantes. Y
reconoce Pablo que a esa realidad les
anima la esperanza de lo que Dios os tiene reservado en los cielos, que ya conocéis desde que llegó a vosotros el
Evangelio, el mensaje de la verdad, un mensaje que no acaba en lo que
ya han recibido sino que se sigue
propagando por el mundo entero, como ha ocurrido en vosotros desde que escuchasteis
y comprendisteis la verdad de lo generoso que es Dios.
Es un bello comienzo de esta carta, que no solo reconoce
las buenas formas de los cristianos de Colosas sino que apunta hacia una
esperanza de futuro y a un fruto que se va a prolongar por el mundo entero y
por todos los tiempos. Así nosotros bebemos ahora –al cabo de 20 siglos- la
misma esperanza y la misma escucha. Y así nosotros somos hoy herederos de ese pueblo
santo, que deposita su amor en Cristo y –simultáneamente- en los
hermanos con quienes departimos nuestra vida diaria.
Jesús ha salido de la sinagoga de Cafarnaúm. Hay una
admiración por su persona y por esa autoridad con la que manda a los malos
espíritus y le obedecen. Jesús es invitado por Simón para que se venga a su casa,
aunque advirtiéndole que su suegra está enferma con fuerte calentura.
Jesús llega, saluda, pasa al aposento de la suegra de
Simón, se interesa por ella, le bromea, y le toma la mano y le dice: ya estás
sana. Jesús se retira junto a Simón para conversar con él. La suegra se ha
levantado con estupendas sensaciones, como si momentos antes no hubiera tenido
nada. La conversación con Simón se prolonga. Y Lucas no pone a ningún otro
testigo de esta escena, en la que Simón se está empapando de las palabras de
gracia que salen de la boca de Jesús.
La suegra les sirve la comida, Jesús le alaba sus viandas,
y sigue de nuevo una sobremesa entre Jesús y Simón. Mientras tanto, parte por
la admiración de lo ocurrido en la sinagoga, que se ha comentado entre las
gentes, parte por lo que las vecinas han visto en la súbita mejoría de la
suegra de Simón, el hecho es que a la caída de la tarde se vienen a la puerta
de la casa una gran cantidad de personas que han traído a sus enfermos. Y
cuando Jesús sale a la puerta se encuentra con todo este reclamo.
Jesús pasó por entre los enfermos, se fue interesando por
cada uno, y les fue imponiendo las manos sanadoras y los enfermos encontraron la
salud. Las gentes vivían una creciente admiración y permanecieron allí. Jesús
les dirigió la palabra y les fue exponiendo las bases del Reino de Dios, y las
gentes –no acostumbradas a ese modo vivo de exposición de lo que tanto deseaban-
se embelesaron con ese evangelio que
Jesús les ponía por delante. Hasta que ya entrada la tarde Jesús se despidió de
ellos y se retiró al interior.
La noche llegó para el descanso. También para Jesús. Dio
gracias a Dios por aquel día y se entregó a un sueño reparador. Eso sí: un
sueño que tuvo su despertar cuando todavía era de noche, y Jesús con sigilo
para no molestar al resto de la familia se salió afuera y se dio a la oración.
Pretendía Jesús discernir en la presencia de Dios, en el silencio de la
soledad, averiguar hacia dónde y cómo había de dirigir sus pasos siguientes.
En esto que las gentes de la noche anterior vienen de nuevo
temprano para escuchar a Jesús. Y cuando los anfitriones lo buscan en su
aposento, no está. Muchos hombres de aquel grupo se van a buscarlo por los
alrededores, porque Jesús no puede haber ido muy lejos (no se ha despedido de aquella
familia que lo hospedó). Y en efecto dan con él e intentaban retenerlo para que no se les fuese. Es la consecuencia
lógica del que ha escuchado una vez a Jesús.
Por eso yo recomiendo constantemente a esas personas más
anquilosadas en sus rezos bocales, que cojan
siquiera 2 minutos el evangelio. Estoy seguro que quien lo hace, se siente
atraído, y prolonga esos “2 minutos”, y eso mismo le va aficionando “para que
no se les vaya” ese Jesús al que empiezan a descubrir desde otra visión. Seamos,
pues, los beneficiaros de la respuesta de Jesús a las gentes aquellas: Tengo
que ir a otras gentes para anunciarles el Reino de Dios. Que para eso he
venido.
Las jornadas de Jesús están sobrecargadas de actividad: cura y consuela a los enfermos, cura a la suegra de Pedro para que se ponga a servir, acoge a los marginados, a los excluidos y a los que tienen lepra y los incorpora a la sociedad; y, después de todo esto, aún encuentra un momento para estar a solas con Dios...Es paciente, es amable con todos, le apasiona su trabajo, se lo ha tomado muy en serio porque sabe que tiene que anunciar la Buena Nueva a todas las naciones. También nosotros tenemos, una misión, ¿aprovechamos bien nuestro tiempo? ¿Escuchamos con atención la Buena Nueva para poder anunciarla a todo el mundo?, ¿amamos y ayudamos a los que lo necesitan?¿Conocemos a Jesús y procuramos que todos lo conozcan y lo amen?
ResponderEliminar