Liturgia. Santos arcángeles
Ya hace años que los 3 arcángeles (“espíritus
señeros”, como los describe un himno litúrgico), tienen su día de fiesta conjunta el 29 de septiembre.
En ese himno citado se va señalando la “personalidad de
cada uno: “Quién como Dios”, que es
nombre de San Miguel, y que es lo que recoge la 1ª lectura de hoy (Apoc. 12,
7-12), en esa lucha del dragón (serpiente primordial, diablo y Satanás) vencido
por Miguel y sus ángeles.
Gabriel –Fortaleza de
Dios”- trae la embajada divina a María, y devuelve a Dios la respuesta –el Sí de María-, que es alborada de Cristo
en nuestro mundo.
Y Rafael, Medicina de
Dios, que encamina a Tobías y devuelve la vista Tobías-padre, y que viene a
significarnos la liberación de nuestra ceguera
El evangelio –Jn 1,47-51- es la curiosa conversación de
Nicodemo con Jesús, en la que Jesús se identifica como aquel que realiza la
profecía de Daniel, porque será ese “Hijo de hombre” que aparece en el cielo
abierto y los ángeles subir y bajar sobre
el Hijo del hombre.
El Salmo 137 nos pone ante esa alegría nuestra que cantaremos y tañeremos las arpas, dando
gracias a Dios delante de los ángeles.
En la lectura continua, Zacarías 8, 20-23 se sigue
repitiendo la expresión: Señor de los
ejércitos, que es sencillamente la seguridad que da el poder y la
misericordia de Dios, que es como un ejército que se despliega a favor nuestro.
Sigue el tono optimista y gozoso de días anteriores,
presentando imágenes tan llamativas como pueblos
incontables que vendrán a Jerusalén a implorar su protección, o los diez
hombres de otros pueblos que se acogerán a un judío queriendo ir con él, porque
hemos oído que Dios está con vosotros.
Lc 9, 51-56 sigue con el mismo tema de unos discípulos
que quieren un mesianismo poderoso y dominador, que no puede resistirlo ningún
enemigo. Por eso cuando se encuentran algunos apóstoles –precisamente otra vez
Juan- con un pueblo samaritano que no deja pasar a Jesús por sus caminos, se
indignan y se dirigen a Jesús para decirle si
pueden pedir que llueva fuego del cielo que consuma a aquel pueblo. Así,
por la tremenda, y evocando un pasaje del Antiguo Testamento, con Elías y los
profetas de Baal.
No se les ha ocurrido otra cosa. Jesús debió mirarlos con
lástima por verlos tan tercos y recalcitrantes con los mismos pensamientos y
sin doblegar la mente a todas las repetidas enseñanzas que él les daba…, que
les acababa de dar.
Mirada de lástima hasta puede ser que Jesús se reía por
lo bajo, porque no cabía más que en la mente de un chiquillo caprichoso pretender
matar mosquitos con cañones (que diríamos nosotros).
Tuvo que cortarles aquellos vuelos con una palabra de
mucha fuerza y que una vez más corregía los ímpetus desmedidos. Parecía mentira
que –al cabo del tiempo y de tantas veces enseñándoles- reaccionaran tan al
contrario de lo que Jesús les había mostrado: No sabéis de qué espíritu sois.
Porque el Hijo del hombre no ha venido a
perder a los hombres sino a salvarlos.
“El Hijo del hombre”…, el Mesías verdadero. Ya tenían que
haber aprendido.
Y se me viene a la mente esa “queja” que presentan muchos
cuando se extrañan de que otros –compañeros, muchas veces- “no entiendan” o no
den pasos en una determinada dirección que, para los que juzgan, les parece lo
más lógico del mundo. Y la realidad es que el crecimiento de la persona no
depende de la voluntad de ella, porque hay aspectos que necesitan una fuerza
íntima (misteriosa como la gracia misma), que llega cuando llega y se capta
cuando se capta.
Juan y los demás podían estar llenos de la mejor voluntad,
pero aquel nuevo lenguaje de Jesús les sonaba a lengua extraña. Y aunque
hubieran podido querer, les rebotaban las ideas como en un frontón. Fue en
Pentecostés, cuando vino sobre ellos el Espíritu del Señor, cuando empezaron a saber de qué Espíritu eran. Mientras
tanto bien se muestra en los datos evangélicos, no llegaron a enterarse de lo
que decía Jesús, por más que Jesús se lo repitiera.
Lo cual es algo que puede consolarnos (y que
estimularnos). Porque, de una parte, no es extraño que se nos vuelva chino el
meollo del Evangelio. Y por otra parte podemos pedir y desear que un día haya
una efusión de Dios que nos haga comprender lo incomprensible.
La Sagrada Escritura nos presenta a estos tres Arcángeles como protectores del Pueblo de Dios y embajadores suyos en la Tierra. Son signos de la Presencia de Dios y portadores del amor de Dios.
ResponderEliminarNatanael es un hombre transparente, sin dobleces: "un israelita de verdad, en el que no hay engaño", un hombre piadoso y coherente...Jesús lo conoce bien y le promete que verá cosas más grandes. ¿Somos nosotros como Natanael? ¿Creemos en Jesús sólo por los signos extraordinarios? ¿Nos fijamos en todos los dones que nos ofrece día a día? La Fe es el milagro más grande que Dios nos hace cada día, abriéndonos al cielo y cuando nos animamos a tener un encuentro personal con Cristo, si no ponemos obstáculos para que Dios habite en nosotros, también veremos cosas nuevas, cosas más grandes.
Tenemos que agradecer al Señor a estos ángeles que nos ayudan a no perder nunca la comunicación con Él.