07 de enero de 2015 (Zenit.org) - «Queridos hermanos y hermanas,
¡buenos días!
En estos días la liturgia de la Iglesia ha puesto delante de
nuestros ojos la imagen de la Virgen María Madre de Dios. El primer día del año
es la fiesta de la Madre de Dios, a la cual sigue la de la epifanía, con el
recuerdo de la visita de los Reyes Magos. Escribe el evangelista Mateo: “Cuando entraron en la casa vieron
el niño con María su madre, se postraron y lo adoraron”. Es la
Madre que después de haberlo generado, presenta el Hijo al mundo. Ella nos
da a Jesús, ella nos muestra a Jesús, ella nos hace ver a Jesús.
Continuamos con las catequesis sobre la familia. En la familia
está la madre. Cada persona humana debe su vida a una madre, y casi siempre le
debe mucho de su existencia sucesiva, de su formación humana y espiritual. La
madre entretanto, si bien es muy alabada desde el punto de vista simbólico,
tantas poesías, tantas cosas bellas que se dicen de la madre..., es poco
ayudada en la vida cotidiana, poco considerada en su rol central en la
sociedad. Más aún, muchas veces se aprovecha de la disponibilidad que tienen
las madres de sacrificarse por los hijos, para 'ahorrar' en el gasto social.
Sucede también en la comunidad cristiana que la madre no siempre
sea tenida en la debida consideración, que sea poco escuchada. Si bien en el
centro de la vida de la Iglesia está la madre de Jesús. Quizás las madres,
prontas a tantos sacrificios por los propios hijos, y no raramente también por
los de otros, deberían ser más escuchadas.
Sería necesario entender más su lucha cotidiana para ser
eficientes en el trabajo, y atentas y cariñosas en la familia; habría que
entender mejor a aspiran para expresar los frutos mejores y auténticos de su
emancipación. Una madre con los hijos tiene siempre trabajo, problemas. Me
acuerdo en mi casa que eramos cinco, y mientras uno combinaba una, el otro
preparaba otra, y la pobre mamá iba de un lado al otro, pero era feliz. Dio
tanto.
Las madres son el antídoto más fuerte a la expansión del
individualismo egoista. 'Individuo', quiere decir que no se puede dividir. Las
madres en cambio se dividen desde el momento en el que aceptan un hijo para
darlo al mundo y hacerlo crecer. Son ellas, las madres, quienes más odian las
guerras que asesinan a sus hijos. Tantas veces he pensado en aquellas mamás
cuando recibieron la carta que dice que su hijo cayó en defensa de la patria.
Pobres mujeres, como sufre una madre.
Son ellas quienes dan testimonio de la belleza de la vida. El
arzobispo Oscar Arnulfo Romero, decía que las mamás viven un 'martirio
materno'. En una homilía cuando un sacerdote fue asesinado por los escuadrones
de la muerte, él dijo, haciendo eco al Concilio Vaticano II:
“Todos debemos estar dispuestos a morir por
nuestra fe, mismo si el Señor no nos concede este honor... Dar la vida no
significa solamente ser asesinados; dar la vida, tener espíritu de martirio es
dar en el propio deber, en el silencio, en la oración, en el cumplimiento
honesto del deber; en aquel silencio de la vida cotidiana; dar la vida poco a
poco. Sí, como la da una madre que sin temor y con la simplicidad del martirio
materno, concibe en su vientre a un hijo, lo da a la luz, lo amamanta, lo hace
crecer y lo atiende con afecto. Es dar la vida. Y estas son las madres. Es
martirio”.
Sí, ser madre no significa solamente traer un hijo al mundo, pero
es también tomar una decisión de vida, la decisión de dar la vida. ¿Qué elige
una madre, cuál es la elección de vida de una madre?, la elección de vida de
una madre es dar la vida, y esto es grande, es bello.
Una sociedad sin madres sería una sociedad inhumana, porque las
madres saben siempre dar testimonio, mismo en los peores momentos, con ternura,
dedicación y fuerza moral.
Las madres transmiten muchas veces también el sentido más profundo
de la práctica religiosa: en las primeras oraciones, en los primeros gestos de
devoción que un niño aprende, está escrio el valor de la fe en la vida de un
ser humano. Es un mensaje que las madres creyentes saben transmitir sin tantas
explicaciones: estas llegarán después, pero la semilla de la fe está en
aquellos primeros y preciosísimos instantes.
Sin las madres, no solamente no habrían nuevos fieles, pero la fe
perdería buena parte de su calor simple y profundo. Y la Iglesia es madre, con
todo esto, es nuestra madre. Nosotros no somos huérfanos, tenemos madre: la
Virgen, la Iglesia y nuestra madre. Somos hijos de la Iglesia, somos hijo de la
Virgen y somos hijos de nuestras madres.
Queridas mamás, gracias, gracias por lo que son en las familias y
por lo que dan a la Iglesia y al mundo. Y a ti amada Iglesia gracias, gracias
por ser madre; y a tí María madre de Dios, gracias por hacernos ver a Jesús. Y
a todas las mamás aquí presentes les saludamos con un aplauso».
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